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Su situación y algunas felices coincidencias en sus proporciones lo convierten en un lugar especial para poder sentir, literalmente, nuestro movimiento en el espacio.

Escribo en día bisiesto y, por tanto, con una sensibilidad especial por nuestro viaje anual alrededor del Sol –y por la imposibilidad de dividir el trayecto en un número entero de días, 365 ó 366. La “nave” en la que nos desplazamos es tan grande que no vemos sus bordes y miramos tan poco por su escotilla, el cielo, que por pura costumbre este fascinante viaje interplanetario a cien mil kilómetros por hora se nos ha hecho casi imperceptible y anodino. Sin embargo, “a 200 pasos del palacio episcopal” (castillo) se halla un paraje en el que podemos recuperar esa emoción.

Lugar de leyenda y merienda, el polvorín fue en realidad un molino de viento, el de Las Peñuelas o de Vicente, como lo atestiguan los once hitos de amarre para su gobierno que lo rodean. Recomiendo leer los estupendos trabajos de Marcos Nieto1, con modelización de la construcción original y animación incluidas, y los de Diego Moreno2 sobre estos montes y baldíos –nos encontramos en el que va de las Cuestas del Huesario, por el Molino de Viento hasta la Ontaza”. Molino de viento y polvorín; testigo de varias guerras como parapeto de franceses o de milicianos; palomar según unos, almacén de divina proporción según otros; refugio de transeúntes, incluso paritorio improvisado, dicen; parada obligada para los del arrabal cuando íbamos, y vamos, a la Fuente Picardas, y ¿por qué no? observatorio del horizonte y de nuestro movimiento astral (ya es mirador celeste de la Ruta de La Cuerda PR-GU 14). Ahí van algunas ideas:

1) Cámara oscura periscópica. Mediante un tubo óptico vertical cuya cabeza giratoria oteara desde el tejado los 360º del horizonte, se podrían proyectar las imágenes de todos los alrededores sobre una pantalla circular horizontal en el interior del edificio, alrededor de la cual se colocarían, de pie, los espectadores. Para poder enfocar a distancias diferentes, la pantalla se movería hacia arriba y abajo. La Torre Tavira (Cádiz) o Peña Cabarga (Santander) son dos ejemplos de éxito, construidos por la misma empresa –patente española– con la que hemos establecido contacto para estudiar posibilidades. El recinto interior del polvorín tiene 3 m de diámetro, suficientes para acomodar a un pequeño grupo alrededor de la pantalla. Por ser un edificio afecto a patrimonio, hay que buscar soluciones elegantes: si el cabezal del periscopio mancillara la imagen del edificio, se podría hacer retráctil para que esté oculto en el interior mientras no se usa; si no conviniese tocar el pendolón del vértice del molino, se podría pensar en una solución excéntrica –instalar el tubo vertical desplazado unos centímetros con respecto al eje del molino.

2) Cámara oscura clásica. La que todos hemos hemos construido en el colegio, haciendo un orificio en una cara de una caja de cartón y poniendo una pantalla de celofán en la cara opuesta, donde se proyecta la imagen invertida –es el principio de la fotografía. Un pequeño orificio en un lateral del molino permitiría proyectar lo que se ve en esa dirección sobre el interior de la pared opuesta, que estaría forrado de negro. Dos o tres orificios convenientemente elegidos podrían proyectar imágenes de las zonas del Castillo–Santa María, Puerta del Sol–San Francisco o La Quebrada–La Buitrera, por ejemplo. A tener en cuenta: espesor del muro, imagen invertida, ¿pantalla vertical móvil en lugar de proyección en pared?

3) Calendario solar interior (Figura 1). Haciendo cálculos con la altura del Sol a mediodía a lo largo del año y con las dimensiones de nuestro molino hemos descubierto algunas felices coincidencias: ¡la inclinación del tejado (25º) es la misma que la del Sol en su mediodía más bajo, el del solsticio de invierno!; además, la relación altura-anchura-espesor del molino produce un efecto curioso con el sol de mediodía que entrara por un orificio en el vértice: su recorrido anual barrería casi exactamente toda la altura de la pared interior (no es exacto, que nadie busque tres pies al gato). Si se colocara una cinta vertical como testigo, el sol daría prácticamente en su pie en el solsticio de junio e iría subiendo día tras día, llegando a la altura de la cornisa en el equinoccio de septiembre y hasta el mismísimo tejado en el solsticio de invierno para luego descender la otra mitad del año.

4) Parterre exterior “reloj-calendario” (Figura 2). Si en lugar de usar las proyecciones interiores aprovechamos las sombras exteriores, entonces el molino se convierte en el gnomon o aguja de un maravilloso reloj-calendario-brújula solar. En la figura se muestran las sombras del edificio, siempre a mediodía, en las tres posiciones críticas del año: solsticio de verano (sombra más corta, 153 cm desde el zócalo), equinoccios (420 cm) y solsticio de invierno (1011 cm). Un parterre de poco más de diez metros en la dirección norte y más pequeño en las demás, con las marcas apropiadas (listones de madera incrustados en el suelo u otra solución), sería suficiente para poder leer en ellas tanto la horas del día como los días del año.

El viejo molino, recién saneado, es un icono de nuestra ciudad cuya historia no ha parado de enseñarnos lecciones. Quién sabe si ahora podría llegarle una segunda juventud. En todo caso, ojalá podamos seguir viéndolo muchos años dominando el horizonte, gallardo, impertérrito, inamovible. Y sin embargo, se mueve.

 

Viñeta

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