Nadie pone en duda la calidad de los vinos que se producen en España, que han sido fruto del trabajo de mejora y superación de generaciones atrás, en conquistar la excelencia de la viticultura, en equipararse a la vecina Francia, a Italia y a otros países mediterráneos, y competir en el mercado mundial con nuevas zonas de producción, de elaborar y de vender el vino.
Aunque hoy hay poco que ver al respecto, nuestra comarca serrana no ha sido ajena en la historia del vino, pero se alejó de dicha evolución, unas veces por el mismo devenir de las civilizaciones que la ocuparon y otras veces por las enfermedades de las vides, que desmoralizaron a sus agricultores y abandonaron su cultivo.
Fueron los romanos ocupando la península ibérica y nuestras serranías quienes impulsaron el cultivo de la vid para la elaboración de vino, una bebida muy popular; desde entonces pequeños viñedos salpicaron nuestros campos y cerros de la Sierra Norte de Guadalajara, también los del municipio de Sigüenza. A excepción de los grandes picos y sierras de cuarcita y pizarra del Ocejón o del Alto Rey, desde Tamajón hasta Alcolea de Pinar se daban las vides y la elaboración del vino. Las viñas llegaban a las tierras más apropiadas, las más asolanadas, hasta la divisoria de aguas con la provincia de Soria.
Como en otras ocupaciones campesinas también se trabajaba la viña de manera comunal, como los hornos de pan, colmenares, vacadas, etc. Se ayudaba en la recogida y en pisar la uva en lagares comunes como lo atestiguan numerosas crónicas. Es lógico que la altitud y el clima más adverso de años atrás impidieran la correcta maduración de la uva, y la convirtieran en aquellos agraces, aquellas pequeñas uvas que llegando el fin de verano no acaban de madurar, pero que igualmente cumplian su función.
Las parras que cuelgan por las fachadas de muchas casas como algún retal de viñedos disperso por la zona, han llegado hasta nuestros días, pero en cambio se desconocen o se perdieron las variedades de uva. En un friso de la iglesia románica de Campisábalos aparece un mensario, un calendario agrícola en relieve que nos muestra en marzo la cava de la viña y en septiembre la recogida de la uva por un campesino.
Por Cogolludo y Tamajón se mezclaban entre los olivos. En la abandonada Visperinas, antigua aldea de Atienza, hoy en el término de Cincovillas, una crónica hacia 1200 trata de una heredad compuesta de viñas. También por Atienza en el cerro del Palabrero se daban las viñas.
En Riofrío de Llano en Viñas Yermas, bajando hasta Santiuste, y Huérmeces todavía contamos con varios pedazos de vid, o en Pálmaces y Viana donde encontramos más al norte numerosas bodegas y mucha tradición.
Y más abajo, antes de llegar al Henares, en la zona de Cendejas, donde todavía se cultiva y produce vino de manera residual. Hacia Sigüenza; Cercadillo donde todavía hoy Juan Luis de su Viña Logroña elabora vino y aguardiente para consumo propio, y recuerda de niño en la zona superior del pueblo, la existencia de un lagar donde se pisaba la uva. También en Imón y en La Riba; en Matas la familia Yubero recuerda el lagar de piedra del pueblo y las viñas que hubo y se repartieron por Pozancos y Ures.
En Sigüenza se daban en la solana bajando el río Henares dirección Moratilla. Rio Dulce y Henares abajo, Mirabueno, Mandayona, Castejón, Villaseca, Matillas todavía conservan algún viñedo en pie. Así numerosos parajes de nuestros pueblos que evocan esos viñedos ya desaparecidos.
En Atienza nació en 1865 Antonio Pascual Ruilópez que estudió agronomía y desarrolló una intensa carrera en torno al vino como investigador, docente y agricultor por las provincias de Álava, Logroño y Santander contribuyendo notoriamente en su desarrollo e incluso en las primeras exportaciones de vino español. Y de las viñas llegó toda aquella industria surgida a su alrededor, los arrieros y comerciantes que traían el vino hasta nuestras poblaciones, desde Aragón en los valles del Jalón y el Jiloca y por el sur de toda la Mancha y Madrid. Las cantinas, ventas y paradores a lo largo de las carreteras del entorno de Atienza, Sigüenza y Alcolea que ofrecían vino a los viajeros. La superviviente botería seguntina Blasco con sus pellejos y botas.
Entre los primeros almacenes y bodegas de vino de Sigüenza, estaban los de las familias Albarran y Carranza, más tarde los Martínez y los Garrido, hasta nuestros días los modernos almacenes Alcántara y Sierra, según documenta Juan Carlos García Muela en su libro sobre el comercio seguntino.
Y de todo el pasado de viñas y vino, que lo hubo, el presente y el futuro; la actual industria del turismo, si la actual pandemia lo permite, puede traer a nuestra zona miles de viajeros que harán de Sigüenza y de otras poblaciones serranas grandes plazas gastronómicas y por tanto consumidoras de vino de calidad.
Respecto al futuro hay que tener en cuenta, en palabras del personal de Vinos Moreno de Guadalajara, la preocupante situación del sector del vino de la provincia con escasas bodegas productivas o con proyección. Como excepción está la reciente aparición de las bodegas y viñedos Rio Negro de Cogolludo, en su línea de pago único, como claro referente de producción de vino de calidad y de enoturismo en la provincia, sin menospreciar la histórica zona de Mondejar en la Alcarria donde se recluye prácticamente la industria provincial del vino en un par de bodegas y en un par de cooperativas sin atisbo de crecimiento, más bien de retirada, eso sí, a la espera de la incorporación de emprendedores del campo.
Javier Cincovillas