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Mahatma Gandhi pensaba que “la grandeza y el progreso moral de una nación pueden medirse por el tratamiento que sus gentes dan a los animales”. Desde el paleolítico, época en que comenzamos a domesticarlos, nuestra relación con ellos ha variado notablemente: el animal doméstico ha dejado de ser algo útil para convertirse en algo bonito y gracioso con un valor muy subjetivo, que a veces da pie a la incomprensión e incluso al desprecio y el abandono

Perros pastores.

Feli regenta la portería de un inmueble en pleno centro de Madrid. En el edificio viven 48 vecinos; de los que apenas media docena tienen animales de compañía. A ella siempre le gustaron, y ahora tiene una perra simpática y juguetona que atiende por Palmi, que pega saltos y hace alharacas a todo el mundo... A todos menos a Andrés, a quien ladra aún sin verle cada vez que pasa delante del chiscón. Andrés se extraña de tal comportamiento pero Feli está convencida de que él odia a los animales, y que Palmi lo sabe. “Deberían prohibir la presencia de animales en la finca”, ha comentado más de una vez delante de ella... “Hay mucha gente que no quiere a los animales”, asegura Feli; “y ellos son como los niños, responden al cariño y al daño de forma sincera y directa”; así que a la hora de juzgar nuestras relaciones no se trata tanto de cómo se llevan ellos con nosotros sino de cómo nos comportamos con ellos.

Claro que, a veces, hacen cosas sorprendentes e inauditas que pueden dejarnos un tanto descolocados y más corridos que una mona... Paseaba Antonio por el parque con Santi, un leyland terrier jovencito y algo alocado, cuando se paró a saludar a una pareja de amigos que estaban tumbados sobre la hierba. El perro miró detenidamente a la pareja, luego a Antonio, y acto seguido depositó un chorro de orines sobre la espalda de la mujer. Todos quedaron estupefactos; nunca sabrán si aquello fue un acto de cariño o de desprecio.

Lo de Santi desde luego no fue normal pero se dan muchas situaciones y comportamientos extraños cuando los animales viven en una relación tan estrecha con los humanos. Si antaño habíamos llegado a una especie de compromiso por el que, a cambio de alimento y protección, unos nos ayudaban en la faena y en el transporte; otros guardaban la casa y el ganado o hacían pareja en la caza; otros limpiaban de ratones la despensa..., ahora la mayoría son meras mascotas sin otra misión en la vida que la de saber estar y caer en gracia. Su valor depende casi exclusivamente de su simpatía y sumisión; cuando no de un pedigrí que se esgrime como arma arrojadiza a la sección medular de la envidia del vecino. Sobre todo en las ciudades, el animal doméstico ha pasado a ser animal de compañía, desposeído muchas veces de su instinto, de su casta e incluso de su sexo.

Aún así, su presencia junto a nosotros sigue teniendo un valor muy apreciable. Además de la consabida ayuda que los perros lazarillo prestan a los invidentes, hace ya tiempo que los animales vienen colaborando en la recuperación de personas con problemas físicos o deficiencias psíquicas, en la rehabilitación de presos y también para paliar la soledad y el abandono que muchos ancianos padecen en nuestras sociedades acomodadas.

Paris, una perra que perteneció a Mary Whyman, jefe superior adjunto de Libertad Vigilada del Lancashire Country Council, fue la primera que se utilizó en terapias de reinserción de delincuentes en Inglaterra, allá por 1983. En España, a mediados de 1993, Canela y Golfo, dos perros de raza boxer, fueron implicados en la rehabilitación de reclusos en el Centro Penitenciario de Quatre Camins, en La Roca del Vallés, Barcelona. La iniciativa, impulsada por la Fundación Purina en colaboración con el Departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya, se mostró muy eficaz para atajar los problemas de drogadicción de los presos y desarrollar en ellos sentimientos más positivos hacia sí mismos y la sociedad.

“Los perros son amigos fieles que necesitan nuestros cuidados, nos quieren tal y como somos y no emiten juicios de valor. Son una puerta abierta a la sociedad”, dice uno de los reclusos. La experiencia llevada a cabo con animales en centros penitenciarios parecen concluyentes. Así lo asegura la psicoterapéuta Inmaculada Iben, una de las educadoras que se encargó del proyecto de La Roca del Vallés: “La convivencia de reclusos con animales y la responsabilidad de su cuidado reduce la reincidencia, disminuye el número de suicidios, calma la violencia, mejora la relación recluso-funcionario, aumenta el número de reinserciones efectivas, acelera la rehabilitación y mejora la imagen de los internos ante la sociedad.”

El Ayuntamiento de Madrid y la Fundación Purina pusieron también en marcha en noviembre de 1993 el Programa de Donación de Animales de Compañía para los Mayores. Los jubilados de la ciudad pueden disfrutar gratuítamente de la compañía de un perro o un gato, una relación que resulta muy eficaz a la hora de paliar las situaciones de angustia y soledad. Diversos estudios parecen demostrar que esta asociación proporciona tranquilidad y alegría, al tiempo que reduce la ansiedad y la depresión. Además, las personas mayores encuentran en ella nuevos estímulos para afrontar la vida. Los animales exigen cuidados y atenciones, implican una responsabilidad, algo que les hace sentirse más útiles. Tampoco es infrecuente que a través de las mascotas se entablen nuevas amistades; lo que también redundará en beneficio de la salud física y psíquica de la persona.

Por otro lado, este programa permite dar salida a una parte de los más de 4.000 animales que recoge anualmente el Centro de Protección Animal del Ayuntamiento de Madrid; bien porque hayan sido abandonados (en torno al 60 por ciento); bien porque hayan sido entregados por sus propios dueños. Tres cuartas partes, aproximadamente, son perros; en torno al 20 por ciento gatos; y el resto animales diversos, como ovejas o burros. El programa se desarrolló inicialmente en Palma de Mallorca, y se ha ido incorporando a Madrid, Barcelona, Tenerife, Zaragoza… En 2019, casi seis mil perros y gatos fueron dados en adopción en la Comunidad de Madrid a través de él.

En torno a 140.000 perros y gatos fueron recogidos por refugios y protectoras de animales en 2018 en toda España. Cualquiera puede adoptar gratuitamente un animal recogido por los servicios municipales. De hecho, entre un 15 y un 20 por ciento de ellos encuentran un nuevo dueño en las grandes ciudades. Pero este porcentaje se elevaría mucho más si fuésemos algo menos exigentes respecto a la raza o la edad del animal. “La mayoría de las personas interesadas en la adopción de mascotas buscan cachorros o animales de raza; no perros o gatos adultos, aunque sean jóvenes; y se da la circunstancia de que son éstos los que se abandonan con mayor frecuencia”, dice un portavoz del Ayuntamiento de Madrid. “Esto”, añade, “es algo que se seguirá repitiendo en tanto no cambie la conciencia de la población en el sentido de admitir que un perro mestizo, que no necesariamente ha de ser un cachorro, puede ser una excelente mascota.”

Paseo de perros.

Es imposible saber con exactitud cuántos perros y gatos pululan por nuestras ciudades y campos. Las únicas referencias las proporcionan las campañas de vacunación –obligatorias para los perros pero no para los gatos. Según datos registrados por las asociaciones de veterinarios, en 2015 había unos veinte millones de mascotas en España. El perro figura como animal de compañía predilecto, con 5.147.980 ejemplares censados. El gato cuenta con menos seguidores, unos 2.265.980. Sin embargo, no son ni perros ni gatos las mascotas preferidas de los españoles sino las aves, ya que el censo cuenta un total de 5.320.000 pájaros en los hogares. Se observó además un incremento en el número de mascotas alternativas, como peces (3.950.000 ejemplares) y en el apartado de "otros" (2.030.000), que incluye desde reptiles a roedores, pasando por hurones, turones, hámsters o tortugas acuáticas.

Mucho menos se sabe acerca de la amplia gama de animales exóticos (aves y peces tropicales, reptiles, monos e incluso cachorros de grandes felinos que algunos ciudadanos adoptan en un alarde de pasión u originalidad no exentas de inconsciencia. La cosa suele ir por modas. Hubo un tiempo en que los cocodrilos causaron furor en Nueva York. Muchas familias adoptaron crías procedentes de los criaderos del centro y sur de América. Pero a medida que crecían se iban haciendo más incómodos; así que muchos optaron por arrojarlos a las alcantarillas, donde algunos ejemplares lograron adaptarse, sobrevivir e incluso criar, infestando de reptiles los bajos de la ciudad.

Algo parecido viene sucediendo desde hace algunos años en Madrid y otras ciudades con las aves exóticas. Un apreciable número de ellas ha ido escapando de sus respectivas jaulas yendo a reunirse, quizás por azar, quizás por convección natural, en los grandes parques; desde donde han ido colonizando los extrarradios. Algunas especies han conseguido adaptarse e incluso criar, desplazando con su fortaleza a las especies autóctonas en su radio de acción.

Aunque no es un hecho muy conocido, también cundió la alarma entre las autoridades españolas cuando, a mediados de los años setenta, se detectó un tráfico ilegal de lagartos endémicos de la isla del Hierro hacia Alemania; donde algunos ciudadanos de este país solían utilizarlos para mantener el limpio el jardín de topos y otros animalillos. Tampoco falta quien con el mismo fin echa mano de culebras y serpientes. Por lo general, los vecinos no se enteran de la presencia de estos animales exóticos, muchos de ellos considerados de mal agüero. Víctor, por ejemplo, mantuvo durante diez años en un piso del centro de Madrid a una serpiente pitón sin que nadie lo advirtiera; si bien algunos vecinos mostraban de vez en cuando su extrañeza ante el constante acarreo de pollos, gallinas, patos, conejos, cobayas y otros animales vivos de los que se alimentan estos reptiles, que llegan a superar los cuatro metros de longitud.

Gatos callejaros mantenidos.

Todo lo contrario le sucedió a un adolescente alemán, quien decidió bañarse con su cría de caimán en un lago público cercano a su residencia. Al advertir la presencia del reptil, la gente huyó despavorida, acudió la policía y acordonaron la zona. Aterrorizado, el animal se refugió en el fango del fondo hasta que al cabo de varias horas los hombres rana lograron dar con él y rescatarlo.

Las ordenanzas municipales de los ayuntamientos recogen abundante legislación respecto a la tenencia y cuidado de los animales. No es común, sin embargo, que el tema sea abordado en los programas generales de los principales partidos políticos. “Si bien se deben evitar la superpoblación y los abusos en la tenencia de animales de compañía, ésta debe considerarse un derecho y una necesidad que contribuye a humanizar nuestros hábitats e incluso a mejorar la comunicación entre humanos”, puede leerse en un viejo documento de Izquierda Unida. Tanto éste como en general todos los partidos se hacen eco del problema que plantean las deyecciones de los animales -en particular los perros- en la vía pública. Algunos piden mayor contundencia a la hora de hacer cumplir las ordenanzas municipales, mientras que otros reclaman más educación ciudadana, más árboles con alcorque o más espacios no asfaltados para paliar el problema.

Se reclama, por otra parte, intensificar las campañas anuales de censo de los animales, así como un mayor control sobre la fauna exótica y los potenciales riesgos sanitarios que comporta. Izquierda Unida, al tiempo que propone limitar el número y el tipo de animales de compañía, también pide que se faciliten y mejores los servicios e infraestructuras al respecto. Asi, por ejemplo, la posibilidad de viajar con animales en transporte público “porque si no se está obligando a tener coche para tener perro”- e incluso que se les permita la entrada en hoteles y restaurantes. “Baste recordar”, se dice en uno de sus documentos, “que la química contenida en la mayor parte de los alimentos o el aire acondicionado es más decididamente insalubre que los ‘hálitos’ orgánicos de cualquier ser vivo.”

 

Texto: Juan de Ures

 

 

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