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El físico argentino Juan Martín Maldacena.

Me encanta esta frase porque me recuerda a aquellas historietas que nos contaban en el “cole” sobre los terribles ateos que, en el lecho de muerte, sumidos en el pánico de sumirse en el infierno, casi en tiempo de descuento, renegaban y encomendaban su alma a Dios. Pues igual: ¡Estos científicos!... ¡En realidad no creen en lo que dicen!

Falsa creencia. Stephen Hawking, uno de los grandes teóricos de los agujeros negros, declaró varios años antes de morir que “no existen los agujeros negros”.

Te sorprenderá lo que voy a decir: Hawking sí dijo que los agujeros negros no existen, pero no se refería a lo que estás pensando. Vayamos por partes, como las buenas integrales (según dice mi amigo matemático, Pedro Guijarro).

Por decirlo de manera sencilla, un agujero negro sería un lugar donde la concentración de masa, y por tanto de gravedad, es tan enorme que de él no puede escapar ni la masa, ni la luz, ni nada de nada.

La contribución de Hawking al conocimiento de los agujeros negros fue el estudio matemático basado en la Mecánica Cuántica de la superficie que separa el exterior del agujero negro del interior: el horizonte de sucesos (aquella superficie en la que la velocidad de escape del astro se iguala a la de la luz), que marca la región dentro de la cual las cosas ya no pueden salir de él.

La Mecánica Cuántica es el “marco legal” de la física de partículas, el mundo de lo muy pequeño, donde existen fenómenos que parecen magia en el mundo de lo muy grande, nuestro mundo. En aquel mundo “la ley” es el Principio de Indeterminación de Heisenberg que dice que no se puede conocer con exactitud la posición de una partícula a la vez que se conoce el producto de su masa y velocidad. Pero esto va más allá. Se demuestra que no se trata de un problema de medición, sino de una realidad física; es decir, cuando una partícula tiene una posición determinada su velocidad se encuentra realmente en un rango de valores; y viceversa, si la velocidad es una concreta, su posición está en un rango de lugares, determinados por la mayor o menor probabilidad de encontrarse en un punto u otro.

Así, cuando una partícula del interior del agujero negro se encuentra exactamente en el horizonte de sucesos, su velocidad puede ser un poco menor o un poco mayor que la velocidad de la luz; y viceversa, en el instante en que se mueva exactamente a la velocidad de la luz tiene una probabilidad no nula de encontrase un poco más allá o un poco más acá del horizonte de sucesos.

Por tanto, ya sea por una cosa o la otra, algunas partículas (muy, muy pocas), abandonan el agujero negro y, en consecuencia, no existen los agujeros negros absolutos, aquellos de los que nada puede huir.

No obstante, existe otro principio de la Mecánica Cuántica, mucho menos popular, que dice que la información de una partícula nunca se destruye, siempre quedan estructuras en la partícula que nos pueden decir cuál es su origen. Pues bien, el modelo de Hawking decía que, como dentro del agujero negro todo se vuelve indistinguible, esas pocas partículas que se fugan del agujero negro no traerían consigo la información de su origen, por lo que, Hawking apostaba por que al menos existirían aquellos agujeros negros de los que la información no pudiera salir.

Bastantes años después, en 1997, el físico teórico argentino Juan Maldacena (Buenos Aires, 1968) elaboró un modelo matemático del “Principio Holográfico” (que no voy a explicar aquí por no liar más la cosa) que demostraba que la información también podía salir del agujero negro. Hawking no estuvo de acuerdo y mantuvo su posición con firmeza y simpatía, como hacía siempre; pero al final dio su brazo a torcer y tuvo que admitir que también escapaba parte de la información que acompaña a las partículas. Fue en esa ocasión cuando dijo aquello de que los agujeros negros no existían.

De modo que podemos decir que no existen los agujeros negros “químicamente puros”, sino solo unos objetos reales de los que no escapa casi, casi nada.
Para nosotros, pobres mortales, los agujeros negros existen, pues se comen estrellas enteras y todo lo que se les ponga a tiro; para las mentes matemáticas superiores, como las de Hawking y Maldacena, no. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Habrá que seguir estudiando!

Luis Montalvo Guitart

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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