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Como indicamos en el artículo anterior, el 7 de febrero de 1805 el equipo al completo de Francisco Xavier Balmis partió de Acapulco en el Fernando de Magallanes, buque adscrito al Galeón de Manila. Durante la travesía, Balmis se quejó amargamente al capitán del navío, pues, teniendo que pagar un pasaje más caro que el del resto de los viajeros, comían mal, los niños dormían en el suelo de la bodega sin separaciones, y a poco estuvieron de llegar todos contagiados de viruela, haciendo inútil todo el viaje.

Llegarán a la capital de Filipinas, cumplidos más de dos meses de travesía, sin que nadie les salga a recibir. Inicialmente el gobernador Rafael García de Aguilar se mostró prudente y, tras pensarlo una semana, pidió a Balmis que hiciera una prueba con sus hijos. Quince días después, una vez observadas la infección y su cura decidió apoyar a Balmis, y el 27 de mayo de 1805 aprobó su plan y la junta de la vacuna de Manila, aunque para entonces los expedicionarios habían vacunado ya a 6.000 personas.

García de Aguilar encargó al Dr. Bernardo Rivera la organización de la vacunación en la capital según las pautas de Balmis, y el arzobispo de Filipinas, Juan Antonio Zuláibar, instruyó a los religiosos para que ayudaran en la difusión de la vacuna en la diócesis.

Balmis, con 52 años y enfermo de gastroenteritis endémica, decide dejar el mando a Antonio Gutiérrez y volver a la península. El Fernando de Magallanes se encontraba fuera de servicio por reparaciones sustanciales, por lo que el gobernador le consigue pasaje en un barco portugués cuya salida estaba programada para febrero del siguiente año. De ahí que dedicó buen tiempo a la botánica, una de las ciencias más innovadoras de la época y la segunda pasión de Balmis.

Antonio Gutiérrez dirigirá las actividades de la junta de la vacuna, organizará la enseñanza de los sanitarios filipinos, en tanto que Rivera vacunará la ciudad vieja de Intramuros, los barrios en derredor de Manila y las provincias norteñas de Bulacán y Pampanga.

Hasta las islas más alejadas se desplazarán Francisco Pastor y Pedro Ortega acompañados de niños filipinos como reservorios vacunales. En uno de estos archipiélagos, las Islas Bisayas, los indígenas se encontraban en guerra con las autoridades españolas. Los expedicionarios les persuadieron para que se vacunaran, quedando libres de la viruela. Impresionados por la generosidad de los españoles, los bisayas decidieron firmar la paz con el rey de España. Fue en estas islas donde encontró la muerte Pedro Ortega.

En septiembre de 1805, Balmis viaja en la fragata Diligencia a Macao con 3 niños inoculados de la vacuna y su sobrino Francisco Pastor. Un tifón destruye la nave, aun así consiguen llegar a la colonia portuguesa en una pequeña barca de pesca china. La vacuna ya había llegado a Macao procedente de Manila y en la ciudad se encontraba temporalmente, por problemas con las autoridades chinas, la británica Compañía de las Indias Orientales de Cantón, y con esta cepa su cirujano Alexander Pearson vacunó casi exclusivamente a chinos.

Como aún faltaban cinco meses para la partida del buque que le llevaría a Lisboa, el Bon Jesus de Além, Balmis organiza, con la ayuda del juez principal de Macao, Miguel Arriaga Brun de la Silveira, una campaña completa de vacunación de la población portuguesa y china.

Al saber que en Cantón han fallado varios intentos de Pearson para llevar la linfa vacunal, decide introducir la vacunación en “la puerta de China”. Las relaciones con las autoridades chinas no son fáciles. Consigue vacunar; no obstante, no logra que la técnica prenda en un país que practicaba tradicionalmente la variolización.

Laminaria japónica Aresch. Acuarela sobre papel de algodón. Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Archivo Real Jardín botánico de Madrid.

Algunos historiadores anglosajones consideran la vacunación de Cantón por Balmis como “un robo” al honor de Pearson. Sabemos que Balmis, que a fin de cuentas era militar, era una persona autoritaria que no quiso que nadie le hiciera sombra en la expedición. Ahora bien, los cirujanos que vacunaban en una región se conocían todos y dieron muestras sobradas de colaboración entre unos y otros (recordemos que la cepa con la que vacunaba Pearson en Macao era la que Balmis había llevado a Manila), y es más propio de los médicos de la época ilustrada que Balmis supiera de la necesidad de Cantón por el propio Pearson, quien no podía entrar en Cantón en ese momento, y se desplazara al puerto chino a petición del médico británico, dando ambos más importancia a salvar vidas que a obtener la gloria.

En el largo camino de vuelta a Europa, los barcos hacían escala en la isla británica de Santa Elena. En esos momentos España y la Gran Bretaña se encontraban en medio de la Guerra anglo-española (1804-1809); lo que no impidió a Balmis ofrecer al gobernador Robert Patton la vacuna para su población. El británico no accedió, pero Balmis dio una serie de conferencias y al final aceptó. Balmis inoculó a todos los niños de la isla. El día de la partida de Balmis, Patton le festejó con una comida en su casa oficial en la que le entregó un paquete sin abrir llegado hace años de Londres. Se trataba de un envío del propio Edward Jenner con unos hilos impregnados en la viruela vacuna, inertes y ya inútiles.

Balmis llega a Lisboa el 14 de agosto de 1806 y abandona precipitadamente Portugal, pues España y Francia acaban de declarar la guerra el país luso. Se presenta a mediados de septiembre ante el rey, Carlos IV, en el Real Sitio de San Ildefonso.

Por su parte, Antonio Gutiérrez, Isabel Zendal y el resto de sanitarios peninsulares, junto a los 26 niños novohispanos, regresaron a Acapulco una vez finalizada su labor en el año 1807.

Solo a la subexpedición de Balmis le calculamos al menos 200 niños utilizados para el trasporte vacunal. Sus vacunaciones directas se cuentan por cientos de miles, principalmente niños e indígenas, a las que habría que sumar las realizadas por los sanitarios que instruyeron.

Mientras tanto, la subexpedición de Salvany hacía lo propio desde Cartagena de Indias al Estrecho de Magallanes, pero esa es otra historia, que contaremos en el próximo capítulo de esta épica aventura.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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