Profesora de instituto en la actualidad, antes trabajadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y profesora en la Universidad de Harvard, esta licenciada en Filología Hispánica y máster (por lo que se ve, de los trabajados de verdad) en literatura medieval, autora tan solo de un par de obras (Seis relatos ejemplares, seis, obra de ficción, y esta que hoy nos ocupa, ensayo), María Elvira Roca Barea ha adquirido reputación gracias a su impactante y riguroso estudio sobre la famosa Leyenda Negra española.
El subtítulo nos indica el paso por el estudio sobre los casos de los imperios romano, ruso y estadounidense previamente al estudio del caso español, que ocupa la inmensa mayoría de las páginas de la obra. Arranca la exposición con la muestra de la antipatía y rechazo que ha generado cualquier imperio que en el mundo haya sido especialmente en aquellos que han debido soportarlo. Es el caso, como queda dicho, de Roma en el lejano pasado, Rusia no tan lejos en el tiempo y los Estados Unidos en la actualidad. La mayoría de las críticas negativas que tales imperios soportaron tenían su origen en exageraciones, manipulaciones cuando no puras y duras, generalmente provocadas por el peso de soportar a un foráneo por los pasillos de la casa o directamente por recelos o envidias. Y de ahí pasamos al caso español, con especial atención a la Leyenda Negra. Muy bien documentado, el estudio plantea por una parte el impacto que dicha leyenda y los ataques recibidos por ahí fuera (los españoles somos bárbaros, atrasados, incultos, fanáticos y enemigos de la ciencia y el progreso) precisamente en los propios españoles, que han terminado por creérselo y no contrarrestarlo debidamente.
En este país hemos asumido las críticas externas como ciertas, significando este hecho un cierto nivel por parte de quién las acepta sin más, como si lo contrario estuviera convirtiendo a quien lo dice en una especie de inculto intelectual. Ni siquiera las autoridades han sido capaces nunca de revolverse contra las críticas negativas recibidas antiguamente y que, hoy por hoy, no se pueden dar por extinguidas del todo. Y en segundo lugar viene el análisis: ¿de dónde sale tanta inquina?
Según la autora, todas las barbaridades que se nos achacan (la leyenda) tienen su origen en el interés del protestantismo en luchar contra el papado y la Iglesia católica, y siendo el imperio español su mayor protector, viene como anillo al dedo tener un enemigo definido que ayude a cimentar las nuevas ideas. Pero abunda en la falsedad y cinismo de los ataques, como cuando se descubre que en la Inglaterra de Enrique VIII y la reina Isabel o en los Paises Bajos calvinistas de los Orange hubo más persecución a los católicos que el número de ajusticiados por la Inquisición española en toda su historia, pero claro, de esto no se habla.
Muchos ejemplos abundan en esta teoría, pero si veo algún punto negro en la ardua defensa de la actitud española (por ejemplo, ante los indios en América), es que no se desmienten con claridad las acusaciones de brutalidad sanguinaria. No basta con decir que otros han sido iguales o peores, (eso seguro) para quedar exentos de cierta responsabilidad.