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Ojos de agua fue, en 2006, la excelente primera entrega de una serie protagonizada por el inspector Leo Caldas, taciturno e inseguro inspector de la policía nacional en Vigo, gallego de pura cepa que se antoja un alter ego del autor, y su inseparable compadre el agente Rafael Estévez, aragonés de libro, que sufre por su incomprensión y falta de entendimiento con el paisanaje local y su especial idiosincrasia. El 2009 nos trajo a las bibliotecas La playa de los ahogados, segunda y hermosa entrega de las aventuras de estos personajes. Superó en quilates esta obra a la anterior, hasta el punto de obtener diversos premios nacionales y foráneos, alcanzar éxito de ventas que terminaron favoreciendo su puesta en pantalla en un film irregular dirigido por Gerardo Herrero. Diez años ha tardado el escritor en traer a escena la tercera entrega, tan brillante como las anteriores y que, por supuesto, ha sido bien recibida por el público amante de este tipo de literatura. No son las obras de Villar novelas negras en el sentido que se otorga a esta palabra en el mundo de la narrativa: no afloran las miserias públicas o privadas, ni las contradicciones sociales que abundan en nuestro mundo de hoy y que en un país como Galicia alcanzan alturas considerables. No espere el lector una resignada acomodación a los males y lacras que nos rodean, ni el cinismo clásico en el ejercicio de la profesión. El autor, que escribe originalmente en gallego, nos habla de su tierra. O para mejor decir, de una parte de su tierra a la que ama profundamente: la Galicia marina rural, el mundo de los pescadores, de los amantes de la mar; los que viven y llevan dentro de sí la dureza de ese despiadado elemento que arrastra a una existencia intensa, sacrificada e inclemente.

El último barco nos cuenta la extraña desaparición de Mónica, una joven hija de un importante médico de Vigo, que tras terminar la clase que imparte en la Escuela de Artes y Oficios y regresar a su domicilio al otro lado de la ría, deja extrañamente de dar señales de vida. Nadie sabe qué ha sido de ella, ni resulta fácil ubicarla en ningún lado. Las pesquisas policiales chocan con la falta de información y la desconfianza de los paisanos del lugar. La intriga es clásica del género policíaco: aparecen y desaparecen sospechas que apuntan a conocidos de la muchacha, pero al final todas topan con la falta de pruebas y motivos, e incluso de oportunidades. Los agentes deben luchar contra este vacío que causa no pocos errores de apreciación y aguantar las impertinencias del famoso doctor presto a abusar de su posición con pretensiones y exigencias intolerables. Los malentendidos se irán aclarando a lo largo de las setecientas páginas del libro alcanzando un final inesperado y brillante. De nuevo Caldas y su impetuoso compañero son protagonistas sobresalientes ofreciendo a los lectores una historia que seduce y convence y a la que no le faltan las gotas de humor que se derivan de ese singular contraste que ofrecen sus distintos orígenes.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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