Mucho se ha debatido sobre el futuro de la traducción, uno de los oficios más antiguos del mundo, desde que los hombres inventaron idiomas distintos y tuvieron que entenderse unos con otros. Periódicamente aparece una noticia sobre un nuevo y milagroso programa informático que nos permitirá entendernos en tiempo real, traducción simultánea de nuestras palabras. Se da por hecho que la desaparición de la traducción como oficio humano (y diría que artesanal) es cuestión de tiempo, que la tecnología acabará por alcanzarnos, adelantarnos y dejarnos muy atrás, resollando y sin aliento.
Creo que, en parte, tienen razón: la artesanía de la traducción va dejando paso, poco a poco, a un mayor uso de la tecnología y de distintas herramientas que ayudan al traductor en su tarea: las plataformas de trabajo con memorias de traducción le permiten al traductor tener organizado su espacio, acceder fácilmente a los archivos de trabajo y consultar instantáneamente todos los documentos que ha traducido en alguna ocasión, que tengan alguna similitud con el que tiene entre manos. Eso es un avance increíble, especialmente para el traductor de textos técnicos o legales, que presentan muchísima repetición. Al traductor literario de poco le suelen servir.
Pero, por otro lado, estoy convencido de que es imposible que el traductor deje de ser necesario, por el simple hecho de la propiedad productiva del lenguaje humano (en palabras de Charles Hockett): los hablantes pueden manipular el lenguaje para producir nuevas expresiones y proposiciones. Las herramientas informáticas de traducción, por avanzadas que sean, tienen siempre un conjunto finito de opciones, de datos; se basan en la comparación y la estadística, en lo predecible. Pero el lenguaje humano es creativo, impredecible y de infinitas posibilidades. Incluso si un programa informático pudiese revisar todo lo que se haya escrito a lo largo de la historia, para establecer la traducción más probable, siempre cabe la posibilidad de que se haga un uso del lenguaje nuevo y personal, idiosincrásico. Cuando una palabra tiene diferentes significados, el programa informático decide de cuál se trata, viendo qué palabras tiene a su alrededor y recurriendo a estadísticas; no puede ver el contexto, no entiende de humor ni de connotaciones, porque no es humano.
No hay nada más humano que el lenguaje, y siempre harán falta personas para entendernos.