El caso del irlandés Laurence Sterne es el de uno de esos genios inexplicables: un humilde párroco, que llamaba la atención de sus feligreses por sus excéntricos sermones, empieza a escribir a los 46 años de edad, y su libro Tristram Shandy se convierte inmediatamente en un éxito, además de haber sido una influencia para los grandes escritores de novela moderna, y una obra tan adelantada que cuesta creer que se escribió en el siglo XVIII. Tan rápido como vino, se fue, ya que moriría a los 55 años de una tuberculosis.
Pero, ¿qué es lo que tiene Tristram Shandy? Su lenguaje, su ingenio y su manera de entender el tiempo y la narración. Nos cuenta (o nos intenta contar) la vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy, a lo largo de nueve volúmenes, pero el libro habla sobre cualquier cosa menos sobre Tristram (su nacimiento no se produce hasta el volumen IV). Es un monólogo continuo en el que se suceden, en aparente desorden, anécdotas, reflexiones e historias geniales y extravagantes. Pero lo que me parece realmente original y adelantado (además de relacionado con esta columna) es la gran carga metaficcional del libro. Unos ejemplos:
En el volumen IV, después del capítulo 23, aparece directamente el capítulo 25, y el autor comienza así: “En efecto, señor, no hay duda: aquí falta un capítulo entero”, y pasa a hacer una disertación sobre la perfección, y por qué se ha visto obligado a eliminar el capítulo 24.
En el volumen VI, ante la compleja tarea de describir a la viuda Wadman, “tus ojos jamás han contemplado en este mundo nada tan concupiscible como la viuda Wadman”, el autor nos deja una página en blanco y nos da permiso para pintarla o describirla nosotros mismos; “no se preocupe más que de darle gusto a su propia fantasía”. Se asegura así de que la viuda sea la mujer más atractiva del mundo.
En otro momento, Sterne nos incluye un diagrama con unas líneas serpenteantes que representan el camino que ha seguido la obra, con todas sus divagaciones y saltos temporales, y nos promete que a partir de ahora será todo mucho más recto.
Para acabar, en cierta ocasión el autor nos dice que la próxima página es la mejor que ha escrito jamás, que condensa a la perfección todo su saber, y que únicamente las personas verdaderamente inteligentes y leídas podrían ser capaces de entenderla. Cuando damos la vuelta a la página… es completamente negra. ¿O no? Sterne nos dejó a todos con ese dilema.