De siempre he tenido un gran deseo de conocer las maravillas que hay en el planeta que habito, incluyendo en él los animales, las plantas y lo que entendemos por naturaleza.
En lo que respecta a la naturaleza, El Gran Cañón del Colorado fue una de mis prioridades y, ya sabéis el refrán, “el que se empeña lo consigue”.
Después de días de viaje que ya he contado, no exentos de aventura, llego ante El Gran Cañón, “no me lo puedo de creer”, ¡yo aquí viendo esto!. Un precipicio de mil quinientos metros de hondo y mas de diez kilómetros de ancho, cortado verticalmente por las aguas de los ríos que, impetuosamente, serpentean hacia el Oeste, por el fondo del cañón, buscando su salida al océano Pacifico, que a lo largo de cuatrocientos kilómetros lo crearon, en una llanura que fue el lecho de un mar, elevada después miles de metros sobre el nivel del mar por cataclismos, preparándola para un periodo de profunda erosión, la cual talló el gran cañón.
Las muchas rocas aisladas que nacen del fondo del cañón de mas de mil metros de estatura, de dos billones de años de antigüedad y modeladas por las aguas durante cinco millones de años, tienen formas en las que imaginariamente se pueden ver cabezas de persona o de aves, como el pato en la roca, o formas de utensilios (como nuestra peña del huso en el pinar) compuestas de franjas de colores de las distintas capas de materiales sedimentados que han resistido la erosión del agua (caliza, arenisca, esquistos, erupciones volcánicas), junto con las paredes del cañón también de franjas de colores: amarillo, verde, rojo, marrón, violeta. Tratar de describir todo esto con palabras es muy difícil para mí. La emoción que se siente ante el espectáculo te hace enmudecer y te quedas embobado durante mucho tiempo, hasta hoy.
Sobrevolarlo en helicóptero es una experiencia única aunque te produce la frustración de no ser pájaro y poder contemplarlo por mucho tiempo. Estuve varios días alojado en un hotel, con lo que pude visitarlo desde distintos puntos estratégicos en los que se me ofrecía en todo su esplendor.
Cuando me fui de allí tuve que hacerlo caminando cara atrás, me resistía a dejar de contemplar esa maravilla.
Vicente López Corsin