En el verano del dos mil trece, vinieron a mi casa tres chicas francesas , amigas de la novia de mi hijo, Anne.
Lo pasaron muy bien, ellas eran muy majas. Dos de ellas vivían en Paris, y nos ofrecieron su casa, para ir en navidades . Se iban con la familia y dejaban su casa vacía.
Acepté encantado. Y llegadas las fiestas navideñas, nos fuimos unos días antes de Año Nuevo, en avión a Paris.
Nos habían indicado con detalle, cómo llegar a su casa, las llaves nos las había traído Anne, en uno de los viajes que hizo a Madrid. Y nos plantamos fácilmente en el apartamento. El apartamento: muy céntrico (a cinco estaciones de metro del centro, centro), amplio, moderno y calentito. Era una buena zona de la ciudad, con edificios bonitos, calles amplias y con tiendas, supermercado, cafeterías y “pastisier” deliciosas. Nos instalamos, y a la calle a empaparnos de París, que para mí, es la capital más bonita del mundo.
Recorrer sus avenidas jalonadas de edificios y palacios, tan armónicamente construidos, y sin que ninguno desentone del conjunto, es un placer. Y visitar esas incomparables maravillas: los jardines de las Tullerias, la Torre Eiffel, artísticamente iluminada en esos días, el Museo del Louvre, Notre Dame, los Campos Elíseos, el Museo de Orsay, con lo mejor de los pintores impresionistas, Los inválidos, Montmartre, ¡tantas cosas que ver!
En varios sitios, vimos anunciado un concierto de órgano y trompeta, en la iglesia gótica de San Eustaquio, la más bonita de Paris, después de Notre Dame, famosa por su gran órgano, construido en 1844, el programa del concierto era exquisito. Entre las piezas que ofrecían, se encontraba La Tocata y Fuga de J. S. Bach.
Como nos interesaba mucho asistir, días antes, conseguimos dos entradas y acudimos a escucharlo, el día señalado a las cuatro de la tarde, fuimos pronto y ocupamos dos sillas, en la nave de entrada de la iglesia, frente al órgano, imponente y elevado entre el suelo y la bóveda del templo. Veíamos al organista y a los dos trompetas ejecutar las piezas musicales. El organista y los trompetas, magistrales, los instrumentos resonaban en el ámbito del recinto, ¡como nunca habíamos oído!
El día siguiente era nochevieja. Sabíamos que la gente parisina acudía a la explanada frente a Notre Dame, a celebrar el Año Nuevo, y decidimos sumarnos a ellos.
Habíamos cenado en casa temprano y con tiempo, nos fuimos yendo hacia el lugar, llevábamos “las uvas”, del Año Nuevo. También, muchas personas que iban hacia la plaza, llevaban cohetes y botellas de champán. La plaza de la catedral estaba llena de gente, Notre Dame al fondo, adornada de luces y motivos navideños, el espectáculo, era muy bonito. Nos hicimos un hueco entre los grupos de amigos, y expectantes esperamos las campanadas .
A las doce en punto, las campanas de la catedral rompieron a tocar todas a la vez, las grandes y las pequeñas y los campanillos. De lo alto de las torres nos llegaba el tañido emocionante de tanta campana. Se creó una atmosfera de euforia total.
Se disparaban los cohetes y subían y estallaban con luces de colores. Se descorchaban las botellas de champan, los abrazos, felicitaciones y jolgorio, reinaban allí.
Nosotros dos, perplejos esperando las doce campanadas, éramos los únicos, creo yo, que habíamos llevado uvas para tomarlas allí. Parsimoniosamente, a un ritmo imaginado de campanadas, nos las comimos, deseándonos y deseando a los demás, un feliz dos mil catorce. Luego en una mesita, en la terraza de un “bistró” atestado de gente y al calor de una estufa, brindamos por el año nuevo, con sendas copas de champán.
Había empezado un año, bueno para unos pocos, para muchos más, no tan bueno, aunque se merecen mucho mas.