La Plazuela en las redesVideos de La Plazuela

Bogotá, la capital de Colombia, es una ciudad con muchos alicientes para visitar. Está en la misma cordillera de los Andes, a dos mil cuatrocientos metros de altitud, repartida entre los montes y los valles húmedos y verdes, con lo que hasta en verano hace fresco.

Me hospede en un hotel, pequeño pero  muy céntrico —“Quinta de Bolivar”— y que, casualmente, era propiedad de un joven español con el que hice amistad. Un día, junto con sus amigos, me invitaron a comer la famosa allí “parrillada criolla”, y no hay constancia de que nadie, hasta ahora, halla podido comersela entera.

Entre las muchas cosas para ver en Bogotá destacaría el barrio del mas puro estilo colonial. En sus calles se conservan impecables casas y palacios de color y estilo español, ocupadas en su mayoría por galerías de arte y tiendas dedicadas a la venta de objetos de plata y rubíes (de los cuales Colombia es la primera productora).

Otro de sus alicientes es El Museo del Oro.  En ningún sitio se exponen tantas toneladas (si, toneladas), en objetos de arte precolombino, de este valioso metal. Como ejemplo sirva la Balsa Muisca de oro macizo, que hace alusión a la ceremonia de la leyenda del Dorado; en la que el Jefe Muisca cubría su cuerpo con oro y junto con su pueblo lanzaban a la laguna esmeraldas y oro para los dioses.

También destacar el Museo Botero, con la mayoría de su obra (pintura y escultura) expuesta allí y que donó a la ciudad de Bogotá, junto con su colección particular de arte compuesta de pinturas y escultura de artistas con los que había intercambiado obra (Picasso, Dalí…).  

También descubrí un centro donde se jugaba al ajedrez, pero allí, algo insólito, se jugaban dinero en cada partida, aunque no todos, ni siempre.

Transcurridos cinco o seis días me monté en un autobús (son muy buenos y cómodos) seis horas de viaje por la cordillera de Los Andes, subiendo y bajando montañas y valles, encontrando en el camino pueblitos andinos  escondidos entre esa prodigiosa naturaleza.

Mi próximo destino era “El Eje Cafetero” en la región de Antioquia, cerca ya el Océano Pacífico, donde se da el cultivo de la planta del café.

Esta es un arbolito bajo, de alrededor de un metro  cincuenta,  con profusión de hojas pequeñas y fruto de bolitas verdes como avellanas, que es el café.

Esta planta es muy delicada y se cría en zonas húmedas y templadas,  pero si se planta en el valle, se asfixia y se muere y si en el alto, se muere también por el frío. Por lo que solamente a media altura de la montaña se da.

A medida que van madurando las bolitas de café, se ponen rojas y es el momento de recolectarlas y cada día hay que recorrer la plantación y coger solamente las maduras. Después hay que secarlas al sol o en hornos, molturarlas con cuidado para no romper los granos de café que aparecen dentro, seleccionar los granos de café por su tamaño y envasarlos.

Actualmente han conseguido acabar con  los grandes latifundios, dueños de los cafetales, repartiendo la tierra. Ahora  son pequeños propietarios los que los cultivan y nos proporcionan esa rica y estimulante infusión que es el Café.

Se me olvidaba una cosa.

Resulta que cuando acuden a vender esos granos de café los productores, se encuentran ante el muro de una gran empresa multinacional, con tentáculos en todos los sitios de producción, que controla el mercado del café y pone ella los precios de compra y de venta, con lo que los agricultores tienen que venderle  al precio que les quiere pagar.

Eso no solo pasa con el café, ¡¡pasa con muchos alimentos!!

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

¡Nuevo!
Agotado