El tren avanzaba ahora por Mongolia, siguiendo de cerca el río Amur, que sirve de frontera entre China y la Unión Soviética. Era tan caudaloso que no se alcanzaba a distinguir la carga que transportaban los barcos que navegaban por el centro del inmenso río.
El tiempo transcurría en el tren contándonos cosas y conociéndonos un poco. En el grupo viajaba un señor algo mayor y nos contó que era dirigente sindicalista y hablando resultó que a los dos nos gustaba jugar al ajedrez y como el tren disponía de tableros y fichas, concertamos una partida entre los dos.
Comenzamos la partida: al rato, él estaba en clara inferioridad. Pero, ¡asombrosamente!, al menor descuido mío, me di cuenta de que hacía trampas, cambiando las piezas de posición. ¡La única vez en mi vida que he visto hacer trampas en el ajedrez!
Al día siguiente, nos comunicaron, que por motivos de índole militar, no llegaríamos al final del trayecto, en Vladivostok, y acabaríamos el viaje en Jabarovsk.
Llegamos a Jabarovsk y nos despedimos del famoso tren, que siguió su viaje. Ciudad famosa por haberse rodado en ella la película “El cazador”, en la que se relata la vida de un mítico hombre de la taiga siberiana, Dersu Uzala. En ella hace amistad con un oficial del ejército ruso desplazado a Siberia para descubrirla y cartografiarla, hombre inteligente que se da cuenta de la sabiduría de Dersu en aspectos de la naturaleza y aprende de él, lo que le salva la vida a ál y a sus hombres.
Nos alojaron en un hotel. Y como no tenían prevista nuestra llegada y la situación de Rusia era muy delicada (piénsese que estaba recién instalada la Perestroika por Gorbachov).
Nos dijeron que no tenían en el hotel para darnos de “comer”.
Sentados en el comedor, con la mesa puesta, vajilla, cubertería, pero sin ninguna clase de alimento. Transcurrió un buen rato, al cabo del cual, vimos aparecer camareros que traían fuentes con, al parecer, comida. Y era ¡caviar!, fuentes de caviar y helado de vainilla. Nos pusimos a comer caviar y helado de vainilla, con cuchara sopera, ¡No se acababa el caviar!
En un salón contiguo estaban unos novios celebrando su boda. Nos unimos a ellos y acabamos el día bailando danzas rusas que nos enseñaban sobre la marcha.
Al día siguiente, en avión, regresamos a Moscú, ocho horas de viaje en Tupolev. Lo que al tren le costaba ocho días en recorrer.
¡Que grande y extensa es Siberia!