Desde Bangkok, en avión, una tarde del mes de marzo me posé en Hanói que es capital del Vietnam. Llevaba reservada una noche de hotel.
A la mañana siguiente, mochila a la espalda, me sumergí en la populosa ciudad, en el mar de personas que llenaban sus calles.
Sus avenidas saturadas de coches, bicicletas y sobre todo motos (cargando en estas, de manera inverosímil, toda suerte de mercancias, como se puede apreciar en la foto).
Sus calles son estrechas y pintorescas, llenas de colorido, con grandes letreros llamativos de las múltiples tiendas, pequeños hoteles, agencias de viajes, restaurantes. Son frecuentes los puestos de comida en las aceras, que en una pequeña cocina preparan arroz, pollo, verduras y marisco vivo (te lo hacen alli mismo y alli mismo te lo comes en una pequeña mesa), ¡baratísimo todo ¡
Los semáforos nadie los respeta, están de adorno. Cruzar las calles con esa avalancha de vehículos parece muy peligroso. Sin embargo, cuando alguien te ve dudando y esperando que pare la circulación (que nunca lo hace), te acompaña y te enseña a cruzar.
Despreocupándose de la riada que se echa encima, te explican que son los vehículos los que te evitan. Si te paras o tratas de sortearlos esun problema para ellos, porque los despistas.
Con este sistema es sorprendente, pero no hay accidentes, no hay atropellos de peatones. Todo el mundo respeta mucho a los demás y todo son sonrisas y ademanes corteses.
En el centro de la ciudad hay un lago grande y bonito rodeado de bancos para sentarse y contemplar en el agua a cisnes, ocas, peces … y a pensar. Hacen taichi, yoga y otros ejercicios fisico-mentales. Personas mayores, personas a la salida o entrada al trabajo y personas jóvenes. Entran ganas de hacerlo uno también.
Cerca de allí está el palacio donde se representan las “marionetas del agua”: un espectáculo de barquitos y muñecos en ellos, animados mediante una caña muy fina y muy larga y que mueven en el agua personas, ocultas detrás de un telón. A la vez un grupo de músicos tañen instrumentos de cuerda y xilófonos y suena una melodia muy relajante.
En una pequeña calle pintoresca del centro me alojé. Era una estrecha, aunque alta, casa de madera y ladrillo convertida en hotel. Tenía seis plantas, aunque solo tres habitaciones en cada planta. El equipaje se izaba por el hueco de una interminable escalera mediante una soga con una polea y se iba dejando en cada planta.
Casualmente, una planta debajo de la mia (el mundo es un pañuelo) se alojaba una chica de Mallorca, llevaba días en la ciudad, me contó templos, museos etc. que no me debía perder. Dos dias después se marchaba .
Hicimos una pequeña cena de despedida y tomamos una copa en un sitio cercano y con promesas de vernos en Mallorca. Nos despedimos.
Otro día entre a un restaurante, mientras me servian, oí a una pareja sentados en una mesa hablar en español. Me acerqué, eran de Bilbao, tenian una tienda y venian todos los años por esas fechas a comprar. Al día siguiente quedé con ellos, me enseñaron donde comían ellos en Hanói, era la escuela de hostelería, todo muy rico y muy barato. Tambien quedamos en que yo iría a Bilbao a verlos.
Conocí a una chica argentina que enseñaba español en una escuela oficial, llevaba varios años allí, tambien me ayudó.
Conocido Hanói, contraté una excursión a la bahía de Halong y a los Alpes Tonquineses, estos últimos en la frontera china.
La bahía de Halong es de una gran belleza. Repartidos en toda su gran extensión se alzan clavadas en el agua grandes, altísimas y afiladas rocas, semejando puntas de lanzas. Navegando en un barco de época antigua, íbamos sorteando los peñascos. En el barco viajábamos un grupo de chicos americanos y yo…
Continuará...