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En Hue, la ciudad imperial

En el artículo anterior estaba a bordo de un barco con velamen de papiro, navegando entre las islas de la bahía de Along (toda la bahía es Patrimonio de la Humanidad). Viajaba en compañía de cinco norteamericanas y la pareja de una de ellas.

Las chicas chapurreaban el castellano (venían desde California, donde mucha gente habla el español). Yo llevaba siete años estudiando inglés, pero lo que hoy aprendía mañana se me olvidaba. Aún así chapurreaba un poco y podíamos entendernos, aunque la comunicación con ellos no era muy fluida ¡ni de lejos!

Desde el barco hacíamos excursiones: visitábamos cuevas de estalactitas y estalagmitas, de gran belleza, arribábamos a alguna isla donde los nativos en barquitos pequeños (llamados “juncos”) nos ofrecían marisco, frutas, artesanía, dulces... Las cenas las hacíamos en el barco, en una mesa común, y gracias al vino, que desata un poco la lengua, todo el mundo se desinhibe y se creaba un buen ambiente.

Se acabó el pequeño crucero y nos despedimos.

Yo me dirigía a Sa Pa: zona montañosa al norte, cerca ya de China (lo que se llama “Los Alpes Tonkineses), donde las montañas, esculpidas en bancales sembrados de arroz hasta la misma cumbre, con alturas hasta de cuatro mil metros (las mas altas del sureste asiático). Tras seis horas en un tren, llegué a Sa Pa, final de trayecto.

Ya en Sa Pa, contraté a una guía (todas los guías son chicas ), para recorrer andando durante tres días, e ir conociendo distintos pueblecitos en las montañas, los cuales conservan la idiosincrasia, de antes de la formación de Vietnam como nación. Y son muy distintos unos de otros: dialectos diferentes, ropas y manera de vestir distinta y todos muy vistosos y con mucho y variado colorido, todos con enormes sombreros en forma de cono, que les preservan del sol.

Paisajes de una gran belleza, cruzando valles y ríos y alguna vez, sin resistirme a la tentación de darme un baño inolvidable.

Dormía en cabañas de los aldeanos, en camas separadas solo por una pesada cortina, tejida por las manos habilísimas de las mujeres.

Una noche tuve por compañeros de cabaña a una pareja de turistas como yo: él era francés de nacimiento, ella era vietnamita. El había sido funcionario en la época de la ocupación francesa de Indochina. Se enamoraron y cuando perdió la guerra Francia y se retiró, ellos se vinieron a Francia. Viven en Perpignan, en el sur (donde los españoles íbamos a ver películas que en España estaban censuradas, por ejemplo “El último tango”). Hablaban perfectamente español. Fuimos dos días andando juntos, nos hicimos amigos y quedé en ir a verles a Perpignan.

Regresé a Hanoi para iniciar la marcha hacia el sur.

Había organizado el viaje; entrar por el norte Hanoi y salir por el sur Ho Chi Minh (antes llamado Saigon) y recorrer todo el país, viajando en tren o en autobús .

Mi primer destino era Hoy An, conocida por sus templos y por su famoso “Puente Cubierto” (patrimonio también de la Humanidad). Seguí viaje a Hue, que fue la antigua ciudad imperial (recinto amurallado poblado de palacios, pagodas y templos, donde moraban los cortesanos y el Emperador).

Me habían hablado de las playas de Nha Trang. Quinientos kilómetros en autobús bordeando la costa del Mar de la China.

Me alojé en un hotel a orillas del mar; tres días de relax, bañarme y comer marisco.
Conocí a un alemán que tenía una óptica en Oliva, España. Su mujer, también alemana, se había quedado cuidando de ella y él se enteró estando en Vietnam de que “le había limpiado la óptica y la cuenta corriente del banco”. Se había largado dejándole a él limpio y con el dinero justo para volver.

En Nha Trang alquilé un coche para ir a Trung Phan (en las montañas del interior), zona de lagos y fuentes termales. Conocí a europeos que vivían allí. Uno de ellos, ya jubilado, me contaba que su pensión alemana se multiplicaba por tres y vivía como un señor, le había dicho a su mujer “Bye bye” y se había venido a vivir.

Después en coche a Saigón (actualmente Ho Chi Minh), la capital de Vietnam. Ciudad populosa ya próxima al inmenso delta del Río Mekong, que fue decisivo en la guerra con los norteamericanos por el enorme laberinto de túneles que habían tejido los vietnamitas con salidas camufladas en las que aparecían, atacaban y desaparecían. Sin que ni los aviones ni los tanques pudieran hacer nada.

Me impresionó el museo que tenían de la guerra con fotografías espeluznantes de niñas y niños ardiendo abrasados por las bombas de Napalm. De mutilados de brazos y piernas.

El rencor que guardan contra los norteamericanos se mastica y creo yo que tardarán muchas generaciones en olvidarlo.

A los pocos días volé de regreso a Madrid.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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