Te fuiste sin empezar a marchitar, como una flor rebelde que ni siquiera se da ese capricho. Aún así, mientras el dolor es muy fuerte, me doy cuenta de que viviste más que todos nosotros juntos. Algunos dicen que de eso se trata, aunque apenas consuele. Suele suceder que duele más cuando alguien es tan fuerte como para atreverse a elegir su propio camino.
Un corto camino que sin embargo te llevó a viajar por medio mundo. Por suerte para los que te queríamos cerca, siempre acababas volviendo adonde germinaste, a la ribera del Duero y a la sombra del olmo viejo de Machado. No se me ocurre mejor sitio para descansar.

La última vez que nos vimos fue en fiestas, a altas horas de la madrugada, en mi peña. Te serví una copa. O quizás te dije que te la sirvieras tú, porque sin serlo oficialmente mi peña era tuya desde que, más pronto que tarde, empezaste a dejarte ver en las noches de Sigüenza. Como hermanos mayores postizos que te han visto crecer te cuidábamos, y tus visitas nos alegraban la noche.
Esa última noche me hablaste de algo que los dos olvidaríamos pronto, pero sí recuerdo que me enseñaste una foto de la huerta que estabais trabajando junto a tu nuevo hogar, en un pequeño pueblo soriano. Estabas labrando un gran surco en la misma dura y fría tierra castellana donde tantos hombres y mujeres tuvieron que abrir surcos durante tanto tiempo. A diferencia de ellos, tú sonreías. Estabas construyendo un proyecto alejado de la velocidad deshumanizadora de las grandes ciudades, donde no te sientes a gusto. Prefieres vivir cerca de tus raíces, donde además estuviste trabajando por la integración de las personas migrantes para revitalizar nuestra querida España vaciada. Allí eres feliz, lo sé por la foto y porque me lo dijiste.
No te sabría decir a cuento de qué, pero acabé por intentar enseñarte el estribillo de alguna canción popular de esas que hablan de cosas de las que hablábamos siempre que nos veíamos. Y no dejo de acordarme de ti al recordar cuando cantamos “se va lo mejor de España, la flor más roja del pueblo”, de una de aquellas canciones.
Sé que hablo en nombre de muchos cuando escribo que se nos hace insoportable imaginar sin ti espacios y momentos tantas veces compartidos. Con tu vitalidad impregnabas cada verano verbenas y peñas, y tu visita en el desfile de carrozas es un hábito de los que hacen sentirte como en casa.
He visto en el dolor de tu peña, Los Hamaos, lo mucho que se te quiere.
He dicho antes que viajabas, y creo que debo matizar el verbo. Lo que hacías no era viajar como quien viaja rutinariamente cada vacación creyendo ingenuamente que escapa de su rutina. Tú luchabas. Luchabas contra la injusticia y la pobreza en cualquier parte del mundo donde la gente sufre. Cumplías un sueño que muchos no nos atrevimos a realizar con un sentimiento de solidaridad internacional que no he conocido de cerca en nadie más. Porque hay que tener un sentido de la justicia poco común para dar lo mejor de ti en un campo de refugiados sirios o en un poblado saharaui, pueblos que sufren en silencio y a los que dabas voz cada vez que nos veíamos, relatando con humildad experiencias de brigadista que parecían de otra época.

Cuando alguien te escuchaba, como cuando nos vimos hace unas semanas en la Alameda, se daba cuenta enseguida de que la fuerza para empujar el mundo en la buena dirección la sacabas de tu condición de mujer. Alma feminista, cuyo símbolo universal llevas en el mismo trozo de piel donde otros se colocan banderas como fronteras. Así eres, la mejor hija que una margarita puede tener.
Quizás sea esta una faceta de ti que algunos de los que te han rodeado en Sigüenza, sobre todo en momentos tan especiales como los que fornan cada verano, conozcan menos. Pero me gustaría escribir que es precisamente esa faceta lo que te destacaba del resto, y ahora que empiezas a hacerte grande en nuestro recuerdo es necesario saberlo.
Por último, decirte que sé que ninguno de los dos hemos hecho caso nunca de los vendedores de la nada, que pretenden mitigar el inmenso dolor que provoca una pérdida. Elegimos el camino difícil de la verdad al afrontar el destino sin intermediarios, pero aún así te escribo en presente porque presente estarás en la memoria de los que te queremos.
Que la tierra te sea leve, Carmen. Nosotros llevaremos el peso infinito de tu recuerdo mientras termina nuestro camino.
Ignacio Redondo