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Lo hemos oído hasta la saciedad. Nos dicen que es el objetivo último y transcendente de los planes económicos y políticos que sobre esta región se suceden sin cesar. Es difícil que un político, de cualquier partido, hable sobre la España despoblada sin mentarlo: “desarrollo rural”. En realidad no sabemos muy bien qué es; en qué consiste; de qué se trata eso que en teoría va a redimir a la España vacía de demasiados años de abandono institucional.

Dediquémosle, pues, unas líneas. Lo obvio, a veces, es lo que más explicaciones requiere.

Hablar de desarrollo es ya hablar de “lo bueno”. A la palabra no le caben preguntas, sólo especificativos para declarar qué se desarrolla: ”desarrollo rural”, “desarrollo sostenible”, “desarrollo social”... Pareciese que nuestro afán por desarrollar se extiende a cada vez más ámbitos y que en un futuro viviremos en un desarrollo continuo y múltiple que abarcará desde nuestra personalidad más íntima hasta el último de nuestros poblachos. El desarrollo vende bien pero, ¿qué es?.

El diccionario siempre es útil como primera estación en un viaje de búsqueda (¿alguno no lo es?) así que empecemos por preguntar a tan regia autoridad. Además, el estudio del “campo semántico” de una idea o concepto está muy de moda en la sociología y por lo visto el diccionario condensa percepciones ancestrales e incluso inconscientes de una sociedad determinada. Veamos si da para tanto.

“Desarrollo” tiene dos acepciones que nos interesan. En primer lugar la obvia: “1. m. Acción y efecto de desarrollar o desarrollarse.”; y poco después otra no menos interesante: “3. m. Econ. Evolución de una economía hacia mejores niveles de vida.”. Hacia mejores niveles de vida... eso sí que lo comparto. Pero sigamos. El verbo “desarrollar” nos ofrece otras dos acepciones pertinentes para nuestra investigación: “1. tr. Aumentar o reforzar algo de orden físico, inteletual o moral.” y “8. prnl. Dicho de una comunidad humana: Progresar o crecer, especialmente en el ámbito económico, social o cultural.”. El desarrollo, ya lo intuíamos y el diccionario nos lo confirma, tiene que ver con el progreso; con el avanzar hacia un escenario mejor, más deseable. Y eso es lo que nos quieren decir cuando nos hablan de desarrollo rural: avanzar hacia el progreso. Lo que se debate, pues, es la proyección de a dónde queremos ir como sociedad. ¿Qué nos presentan como progreso?

La Unión Europea promociona y financia el desarrollo rural a través de los fondos LEADER, apoyados por toda otra maraña de siglas. Estos fondos se canalizan a través de “Grupos de Acción Local”, que son los que, sobre el terreno, determinan qué es y qué no es susceptible de ser financiado. Determinan en primera instancia si algo es “desarrollo rural” o no. Este apostolado se concreta en nuestra región en el Grupo de Acción Local “ADEL Sierra Norte”. Basta leer su página web, los escritos que ella contiene, y seguir su evolución en los últimos años para saber de qué hablan cuando dicen “desarrollo rural”. Éste consiste en fomentar “el emprendimiento”, la “iniciativa privada” (ya dedican el 60% del presupuesto a tal fin), y las “mejoras”, entendidas descaradamente como la generación de un escenario turístico. Así que, amigos y amigas, este es el futuro desarrollado de nuestros pueblos, por lo que parece, según la UE: servicios a los turistas, pequeñas empresas que les sirvan a ellos y a la población no permanente y lavaderos en los pueblos a la última (¡pero que parezcan antiguos!). 22 años de trabajo de ADEL no han conseguido evitar el declive poblacional que nos aqueja y no han hecho casi nada por fijar población en numerosos municipios que, a nadie asusta ya esta frase, tienen por horizonte la desaparición sin paliativos en la próxima década, o en la siguiente como mucho. Transmiten un modelo; una perspectiva sobre lo que es el mundo rural proclaman como el fin deseable de la España vacía. Parece ser que no nos queda más que eso: vivir del turismo (estacional, fluctuante, imprevisible en muchos casos), cultivar hectáreas y hectáreas para conseguir la PAC o emigrar como nuestros ancestros y volver al pueblo en verano para admirarnos de lo bien que se vive en él, pero sin vivir allí. El pueblo como escenario de “lo rural” para la gente que de verdad se ha subido al carro del progreso: los que viven en las ciudades. Nosotras ya somos figurantes; extras de una película en la que lo importante es que el que venga tome pan artesano de pueblo (y ahí estamos con nuestra panadería rural para proporcionárselo), saboree la historia del lugar (y ahí estamos para explicarles la gloria pasada de estos lares), y acabe saboreando cualquier cosa local, ecológica, típica, artesana etc etc.

Cada vez hay más bibliografía acerca de cómo estas tierras se han convertido en escenarios para otros. Y pueblos grandes como Sigüenza pueden permitírselo, por su patrimonio sobre todo, pero ¿y el resto? ¿Llenamos todos los pueblos de casas rurales y microempresas de productos artesanos? ¿Para quién? ¿Y el resto del año? Parece que nada vale por sí mismo si no atrae al urbanita. Hasta las piedras milenarias sólo se valoran si dan lugar a una geolo-ruta. No vale con disfrutar y aprender viendo las estrellas; hay que integrar el pueblo en la Red de Turismo Astronómico... Según parece los pueblos, en general, ya no valen nada en sí mismos. Sólo en función de cuánto y cómo puedan integrarse en la periferia del verdadero progreso: el de quien vive y trabaja en las ciudades.

Parece pues que desarrollarnos es abandonarnos. El desarrollo rural no se plantea más que como el abandono definitivo de la vida rural en cuanto existencia per se, poniéndonos en plan culto. Se plantea como vivir del visitante, por definición no permanente. Le podemos vender la propia historia, un asado, miel, acogedora estancia y hasta el cielo estrellado. Pero como un día deje de venir... ¿qué haremos los cuatro gatos que figuramos aquí olvidados si no hay nadie a quien seducir?

En ese breve bosquejo del campo semantico relacionado con el desarrollo que apuntaba un poco más arriba dejé aviesamente de lado el término más interesante de todos: “desarrollismo”, con una única acepción. “1. m. Econ. Ideología que propugna el desarrollo meramente económico como objetivo prioritario.” Quizás la sociología tenga más razón en sus intuiciones de lo que pareciera en un primer momento. Quizás esta palabra, “desarrollismo”, nos dice que hay un componente ideológico impregnado en el desarrollo. Y no sólo eso, sino que hay una perversión ya catalogada: desarrollo resulta ser desarrollo económico, lo demás son puntualizaciones. Desarrollo rural no sería, pues, más que el desarrollo económico de toda la vida, el de verdad, el único real; pero en el campo. Aquí no estamos hablando de pueblos vivos, de frenar la imparable despoblación, de más médicos y colegios, de modelos vitales propios y alternativos al gran modelo asalariado y urbano. No hablamos de autoempleo para la población local, de pequeñas empresas o industrias pensadas por y para los (cada vez más escasos) habitantes. No hablamos de cooperativas, de asociaciones, de bienes comunes. De redes de intercambio, de facilitar el autoabastecimiento en pequeñas poblaciones, desde el energético hasta el alimentario... Debemos por lo visto abandonar los arcaísmos atávicos del campo, nuestras visiones trasnochadas sobre lo que es vivir y, sobre todo, lo que es vivir bien. Subirnos al tren de la modernidad y mandar al cuerno la azada y el horno de leña, esos vejestorios. Cuando dicen “desarrollo” dicen aumentar el P.I.B., y nuestra labor es aumentarlo gracias al visitante. Me pregunto si ya no todo “desarrollo” es “desarrollismo”.

Cada vez resulta más patente que el único desarrollo real y posible para nuestros pueblos y para toda nuestra región es el fijar población. La sangría demográfica es de tal calibre, tan inusitada, que ahora empieza el tema de la despoblación incluso a protagonizar portadas de periódico y programas televisivos en prime time. Plantearse un supuesto desarrollo, entendido como fuere, sin tener en cuenta que en pocos años muchísimos pueblos y pedanías desaparecerán irremediablemente si no conseguimos que nuevos pobladores se asienten en esta tierra, es en verdad engañar y engañarse.

Quizás sea el momento de debatir en profundidad qué vamos a hacer para que ese desierto demográfico no siga creciendo; y quizás estas páginas que ahora me cobijan sean un buen lugar para encontrarse (para encontrarnos) y plantear posibles soluciones. Para desarrollar un futuro común que no dependa de nadie más que de nosotras. Para dejarnos de supuestos florecimientos empresariales y turísticos y abordar la condición sin la cual nos convertiremos en extras de una película que no es la nuestra: todo pasa, a medio plazo, porque nuevos pobladores se asienten en estas tierras.

Ojalá que hoy empiece todo.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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