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Existe un lugar, en el interior de la piel de toro, donde abunda la tierra y escasean las personas. Comprende 63.098 kilómetros cuadrados (poco menos que Bélgica y Holanda juntos), cinco comunidades autónomas, diez provincias y 1263 municipios; varios miles de poblaciones más si contamos pedanías. Si está leyendo estas páginas es casi seguro que vive en uno de ellos o mantiene estrecha relación con los mismos. Algunos la llaman la “Serranía Celtibérica” o, significativamente, la “Laponia del sur”, ya que la densidad de población en estos lares es incluso inferior a la de aquel territorio permanentemente helado.

Algunos datos comparativos pueden darnos una idea de la magnitud que presenta la despoblación en esta parte de España. En esos 63.098 kilómetros cuadrados habitan 503.566 personas; esto nos da una densidad de población de 7,98 hab/km2. La media del país es de 92 hab/km2. Si toda España tuviese una densidad de población como la de la Serranía Celtibérica el país tendría sólo 4.037.800 habitantes; como si las personas de Madrid, Alcalá, Móstoles y Fuenlabrada deambulasen por todo el territorio nacional; como si toda la ciudad de Madrid acogiese a 4670 personas.

Hay un problema añadido al propio hecho de la despoblación que diferencia, para peor, la Serranía Celtibérica de la Laponia escandinava. Sólo aquí encontramos la mayor tasa de envejecimiento de la Unión Europea combinada con los más bajos índices de natalidad. El futuro, pues, se presenta turbio en estas tierras: la tendencia a la despoblación es firme y, si no cambian los vientos, el desierto demográfico se irá volviendo cada vez más seco, más áspero, más desierto.

El éxodo rural, ya centenario, se agudizó intensamente en la década de los 50, en lógica sintonía con la mecanización del campo y el modelo desarrollista propio de la época, que cuajó las periferias urbanas de nuevos barrios obreros y polígonos industriales. Todo el país está afectado por el fenómeno, pero en diversos grados. Lo define bien Sergio del Molino, de quien luego hablaremos:

“Los geógrafos conocen este fenómeno como declive rural, y está expresado en un modelo con forma de círculo vicioso. El sector agrario, al mecanizarse, requiere mucha menos mano de obra. Los jóvenes que no pueden emplearse en el campo emigran a la ciudad, lo que repercute en una reducción de los servicios e infraestructuras y una caída de la tasa de creación de nuevas empresas. Por tanto, los puestos de trabajo, no sólo los agrícolas, sino todos los demás, menguan y más gente tiene que emigrar, especialmente los jóvenes. Al final, sólo quedan los ancianos, que terminan yéndose a la ciudad también si no se les provee de servicios básicos como una buena atención sanitaria. Si no se rompe este círculo del declive rural, es cuestión de tiempo que la zona quede desierta.”

Y ahí estamos amigos y amigas, en esa estructura viciada que no es un círculo en realidad, sino una espiral decreciente que acaba en el centro de la mismísima nada. Si no se interviene rápido y de manera decidida centenares de pueblos languidecerán, como ya lo están haciendo, y desaparecerán en un plazo que nos va a asombrar por su brevedad. Pretendo que estos artículos nos sirvan para reflexionar sobre el qué hacer ante tamaño desaguisado, una vez que, a mi entender, el diagnóstico de la situación está ya meridianamente claro.

Por fortuna, la alarmante situación de la España despoblada va llamando la atención de cada vez más gente. Proliferan los artículos periodísticos y los programas televisivos que denuncian el vaciamiento irremisible del territorio; estudios académicos y libros recién salidos de la imprenta analizan el fenómeno desde muy diversos puntos de vista.

Quizás el que ha tenido mejor fortuna (merecida) y el que ha levantado la liebre en el momento adecuado sea “La España vacía”, de Sergio del Molino, que fue reseñado en estas mismas páginas tres meses atrás (La Plazuela. Febrero 2017. La hoja de parra). Del Molino no se refiere sólo a la región que hemos definido como Serranía Celtibérica sino que amplía el territorio objeto del libro: las comunidades de Extremadura, las dos Castillas, La Rioja, Aragón y Madrid al completo, excluyendo las grandes ciudades y corredores industriales e incluyendo ciertas zonas limítrofes a estas comunidades. Sorprende que Flanagan, el autor de la reseña y con quien estoy básicamente de acuerdo, no ponga el acento en la feroz crítica que el autor despliega a cómo se presenta el futuro para la España interior, y en concreto para Siguenza. Es cierto que “Del Molino presenta un trabajo inteligente rebosante de cultura y conocimiento del medio, que convierte el libro en una oportuna reflexión sobre el país en que vivimos.”

Pero el libro es más que una reflexión porque el autor se moja en las razones por las cuales la realidad es la que es. Apunta directamente al fraude del desarrollo rural, concretado en la apuesta de vivir eternamente de un ensalzamiento del patrimonio y de la historia con la vista puesta en el turista:
“Desde la muralla de Sanabria pienso que quizá vivan [los sanabreses] un relato impuesto desde la conciencia urbana, que ha asignado a los sanabreses el papel de preservar un pasado como si fuera el patio de recreo del presente. […] Lugares como Sanabria, pero tabién Sigüenza,  Albarracín o Almagro y todas esas viejas ciudades de interior, en la que los automovilistas paran a comer asado, comprar miel o comer berenjenas en vinagre, existen como proyección de un pasado eterno”.

Y resuelve: “Me parece, más bien, la enésima imposición. El intento de sobrevivir adoptando un caparazón historicista, negándose el derecho a la contemporaneidad.”

El libro, aun siendo en esencia un estudio literario sobre la construcción del paisaje, da muchas claves acerca de cómo estas tierras se han convertido por imperativo legal y social en escenarios para otros. Las poblaciones que pueden, claro, porque en Bochones no se ha descubierto todavía catedral ni iglesia románica, como en la inmensa mayoría de los pueblos que no poseen un patrimonio que te puede permitir convertirte en escenario, eso sí, “negándote el derecho a la contemporaneidad”, es decir, a la vida real, no escenificada. Es curioso cómo el libro ha tenido aquí tan buena acogida ya que el autor dedica buen espacio a poner a caldo la atmósfera intelectual que marca el paso a muchas de las actividades que lleva a cabo la administración seguntina.

Otro interesante texto es “Los últimos”, de Paco Cerdá. El autor recorre 8 provincias, asombrándose de la despoblación reinante y conversando con las pocas que habitan los municipios que visita. Es un texto nostálgico, intimista y desesperanzado ya que Cerdá no vislumbra solución posible al avance de la nada.

Tampoco se plantea las causas de la despoblación. Son las entrevistadas quienes sí apuntan causas y soluciones. Y algunos testimonios deslumbran por su lucidez, como el de (…) prior del Monasterio de Silos, en Burgos, que sabe más de las razones profundas de la despoblación que cualquier político o administrativo supuestamente volcado en el problema.

En “El viento derruido” Alejandro López Andrada evoca su infancia y relata el devenir de Los Pedroches, en la confluencia de las provincias de Córdoba, Ciudad Real y Badajoz, una región antaño próspera y hogaño azotada por el vaciamiento poblacional. El autor tampoco analiza causas aunque éstas se entrevén en los numerosos testimonios que se recogen. El libro rezuma poesía y se construye como una mirada nostálgica a un mundo rural, el del autor en su niñez en ese entorno, que ya ha dejado de existir y nunca va a volver. Empalagoso a veces, pero cautivador.

Los tres libros comentados destilan desesperanza. Asisten atónitos al ocaso de un mundo para el que no ven solución ni reemplazo posible. Pero no es así.

Claro que hay soluciones y claro que hay reemplazos. Desde estas páginas pretendemos ponerlas sobre la mesa y discutirlas. Con vuestra ayuda, improbables lectoras. Porque si perdiésemos ya la esperanza sólo nos quedaría sumarnos a la corriente y hacer las maletas. Y eso de ninguna manera.

Isato de Ujados

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Bibliografía

Sergio del Molino, La España vacía, editorial Turner, 2016

Paco Cerdá, Los últimos. Voces de la Laponia española, editorial Pepitas de calabaza, 2017

Alejandro López Andrada, El viento derruido. La España rural que se desvanece, editorial Almuzara, 2017¡

Parar la despoblación:

2. Teoría del éxodo rural

3. La repoblación que ya ocurrió

4. Recetas que no funcionan

y 5. La esperanza neorrural

 

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