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En ocasiones es más fácil saber lo que no hay que hacer para lograr un objetivo que lo que sí hay que llevar a cabo. Así que empecemos por lo más fácil: criticar; y dejemos para el siguiente y último artículo lo más difícil: proponer qué y a quién.

La realidad es que hoy por hoy y pese a que el problema de la despoblación está en boca de todo político que se precie no hay ningún plan serio para revertir el éxodo rural. Y hay buenas razones para que no lo haya pues un plan efectivo requiere poner en tela de juicio determinados elementos que constituyen el núcleo de la modernidad. Hablábamos en el segundo artículo de esta serie de que una de las causas del éxodo rural es la extensión de un modelo social y, sobre todo, económico, que valoriza lo urbano (moderno, dinámico, culto, conectado....) e infravalora lo rural (atrasado, paleto, conservador, aislado....). Pues bien, nuestros queridos próceres pretenden (todavía no sabemos si sinceramente) repoblar el campo sin modificar un ápice ese modelo social, sino profundizando en él. ¿Cómo es posible esta cuadratura del círculo?, ¿cómo traer a gente insistiendo en el mismo modelo que la ha expulsado de aquí? Pues, según ellos, mediante dos vías: convertir el campo en una extensión de la ciudad y entregarnos impúdicamente a lo que nos librará de toda quiebra, el salvífico turismo. Son sus recetas para evitar el éxodo. Ambas llevan fracasando más de treinta años, pero la obstinación es una de las más llamativas características de nuestros sabios mandatarios.

Respecto a la primera, la conversión del campo en apéndice urbano, pretenden llenar Castilla de autovías, mejorar las comunicaciones, instalar internet en todos los pueblos e intentar que se fije en estas tierras algo de la decadente industria española para proporcionar puestos de trabajo. Y no es que algunas de esas intervenciones no sean positivas (por ejemplo la de internet, que ya va siendo hora...) sino que no son esos elementos los que pueden fijar población. Porque en la ciudad siempre habrá mejores comunicaciones, internet más rápido y más puestos de trabajo. Fue muy interesante una de las intervenciones en la soporífera charla sobre la despoblación que aconteció en Sigüenza el 17 de junio. Uno de los ponentes afirmaba que el alcalde de Cogolludo se lamentaba de la mejora de la carretera pues ahora varias personas que trabajan en dicha población diariamente habían cambiado su residencia a Guadalajara con el argumento de que gracias al arreglo se podía ir y venir de allí todos los días. Asimismo la concejala de cultura del ayuntamiento de Sigüenza manifestó que de los siete trabajadores del centro cultural cinco vivían en Guadalajara con idas y venidas diarias gracias a la mejora de las comunicaciones. Es decir que mejorar las carreteras no había producido un aumento de la población sino una disminución. La tozuda realidad también nos dice que desde la instalación de internet, precaria y no en todos los pueblos ni mucho menos, tampoco se ha producido un aumento de la población. Igual que permite una gestión desde lo rural de trabajos telemáticos ubicados en lo urbano, ha permitido que por ejemplo las casas rurales, inicialmente planteadas como un negocio que facilitaría el asentamiento, se manejen íntegramente desde la ciudad. Ahora los propietarios de casas rurales conducen el negocio desde Madrid o Guadalajara, fomentando esa perversa tendencia de turistificación sin presencia de población permanente. Como se suele decir, ante la copia siempre se prefiere el original; pretender que lo rural sea una mala copia de lo urbano conduce realmente a un mayor abandono del campo debido a que éste se percibe por quien está imbuído del nuevo espíritu de los tiempos como una versión desmejorada y cutre del lugar donde se situa la acción moderna: la ciudad. En relidad ya tenemos unas comunicaciones bastante aceptables (excepto el transporte público, en franca decadencia generalizada) y ya se puede contratar internet en cualquier pueblo. Pero el éxodo continúa. Llevan treinta años con el mismo discurso, y ahora en vez de carreteras arregladas se reclaman autovías, aves y banda ancha. Pero el éxodo continúa. No se puede decir que no sigan con rigor la quijotesca actitud de “sostenella y no enmendalla”. A nuestros prebostes la realidad no les va a estropear sus sólidas teorías, faltaría más.

La segunda vía hacia la repoblación de estas tierras y poco menos que a nuestra salvación vital es la entrega al turismo. La ecuación es sencilla: para venir aquí hace falta trabajo, y ya que no hay industria, en la agricultura no se necesita gente y en la ganadería pagan quinientos euros sólo nos queda convertir esto en un escenario turístico y a ver si así algunas se salvan del desastre y, ¡quién sabe!, incluso se pueden instalar aquí negocios florecientes que, como brotes verdes, anuncien el nuevo renacer. El problema es que media España despoblada tiene la misma idea y parece que no nos queda sino competir por ver quién oferta la mejor astro-ruta, geolo-visita, el nuevo museo de-lo-que-sea para que los que vengan de la ciudad, y todavía pueden permitírselo, piquen el anzuelo y dejen unos cuantos euros entre bares, tiendas y alojamientos. Pero ya sabemos que esos euros nunca dan para mucho, por su carácter estacional, su esencia imprevisible y, sobre todo, porque para dar comida, alojamiento y recuerdos típicos de toda índole a una horda de turistas hacen falta relativamente muy pocos puestos de trabajo, que en cualquier caso se concentran en las cabezas de comarca: Sigüenza, Atienza y poco más. De hecho el enfoque mismo es pernicioso pues convertir lo rural en un escenario turístico ya asume que en el campo no se vive, sino que se va a visitar, como un paseo por el pasado en el que, si tienes suerte, puedes hablar con un lugareño auténtico y comerte un tomate de huerto, a ser posible “esferificado”. La apuesta por el turismo ya abandona la idea de que en el campo se puede vivir por lo que el propio campo ofrece y lo convierte en una parada vacacional del que está donde se cuece el asunto, que es en la ciudad. De nuevo la terca realidad nos indica que pese a transformar lo rural en un parque temático sobre lo rural no se ha conseguido fijar población que viva, de verdad, de lo rural, y no de su nostalgia. Pese a todo el artificio turístico, los censos siguen disminuyendo.

Ninguna de estas dos vías, y menos su combinación, van a lograr fijar población en municipios próximos a la extinción, que son la mayoría en nuestra tierra. En verdad ni siquiera creo que lo pretendan, pese a tanto discurso grandilocuente sobre despoblación. Las personas a las que van dirigidas estas intervenciones son precisamente las que en ningún caso quieren establecerse en lo rural; por eso lo visitan como turistas gracias a las comunicaciones mejoradas. Y eso de a quién va dirigida la intervención necesaria para revertir la despoblación es de suma importancia, pues quizás se está apuntando a objetivo equivocado.

Las personas que más fácilmente podrían asentarse en el medio rural son precisamente aquellas que, de alguna manera, han claudicado en parte de esa visión del mundo y esos valores que promueven lo urbano como el escenario de la vida moderna. Personas que no se dejan seducir por los cantos de sirena del progreso (entiéndase: aumento del P.I.B.) y que han asumido, sabiamente a nuestro entender, que la tranquilidad, el contacto con la naturaleza, las relaciones humanas que se establecen en los pueblos y otras características intrínsecamente rurales son preferibles al ultraconsumo, las últimas modas tecnológicas y el ritmo vertiginoso de la ciudad. De hecho puede que esas características sean el verdadero progreso. Personas que deciden cambiar el inmediato acceso a cines, teatros y centros comerciales por un pequeño huerto debajo de casa o por noches oscuras, frescas y silenciosas. ¿Quién va a venir si no?, ¿emprendedores comerciales y personas fascinadas por el último artilugio móvil?, ¿gentes con el enriquecimiento como horizonte vital? Estas se quedan en la ciudad.

Desengañémonos; ni se van a fundar las últimas start up en Palazuelos ni Pozancos va a ser el epicentro de ningún Sillicon Valley seguntino. Tampoco se va a producir un renacer de la vieja industria, y menos todavía un repunte de trabajos asalariados dignos que llamen la atención de las clases medias urbanas. Quien venga a estos lares sabe bien lo que le espera: mucho trabajo y (casi) ninguno asalariado. Si ya en la ciudad escasea el trabajo asalariado y los sueldos de mil euros son un grato recuerdo no podemos esperar que aquí se vayan a generar mejores condiciones a ese respecto. Por lo tanto, y esto es lo importante, personas que buscan eso como primera prioridad jamás van a jugarse aquí su suerte. Sí lo pueden hacer, si embargo, otras que sean capaces, y deseen, trabajar esporádicamente o pocas horas a la semana (que son los trabajos que hay) si se dan las condiciones necesarias para vivir con esos bajos ingresos. Afirmar que esto se puede repoblar con las clases medias bien asentadas que trabajen on line, con emprendedores en la cresta de la ola o con promotores turísticos es tomarnos el pelo. Dos esperanzas se vislumbran en el horizonte para que los pueblos, sobre todo los más pequeños, no se mueran en un par de décadas: inmigrantes y neo-rurales. De ellos y del marco que podría cobijarles hablaremos en el próximo artículo.

Isato de Ujados

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Parar la despoblación:

1. Diagnóstico y bibliografía

2. Teoría del éxodo rural

3. La repoblación que ya ocurrió

y 5. La esperanza neorrural

 

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