Llevo varios años organizando tertulias literarias. Se trata de encuentros públicos y abiertos en los que el único requisito que se pide para asistir es leer el libro propuesto. En todo este tiempo he acumulado numerosas anécdotas, como aquella tertulia en Madrid sobre el libro “El señor de las moscas” en la que un señor nos contaba la relación del libro con los 5 puntos de Maquiavelo.
¿Sabéis en que se parecen los 5 puntos de Maquiavelo con “El señor de las moscas”?
En nada. En nada de nada. En absolutamente nada. De hecho aún no tengo ni idea de qué es eso de “los 5 puntos de Maquiavelo”.
El señor aquel no se había leído el libro. No le interesaba lo más mínimo ni el argumento del libro, ni el mensaje del autor, ni la construcción de los personajes, ni el estilo literario, ni nada que tuviera que ver con el libro. Ni tampoco le interesaba conocer las impresiones del resto de participantes, sus evocaciones, sus sensaciones, sus experiencias, sus opiniones. No se planteó ni por un momento todo lo que esa otra gente podía aportarle, enriquecerle o inspirarle, ni todo lo que podía aprender de ellas y ellos. Aquel soplagaitas quería una audiencia ante la que fardar de sus estupendos “5 puntos de Maquiavelo”.
Os confieso que tengo especial poca paciencia con esta gente y que si les explico de forma amable y diplomática que no van a poder participar en la tertulia, en vez de decirles con la máxima franqueza de la que soy capaz lo cretinos que me parecen, es por consideración al resto de la audiencia a la que sí valoro, respeto y de la que aprendo en cada tertulia, y a la que no quiero hacer pasar por una situación que les pueda resultar incómoda.
Lamentablemente es frecuente que aparezca alguno de estos tristes tipos en las tertulias de Madrid. Aparte de que no cumplen con el único requisito que se pide de leer el libro y que esta condición sea para el mejor desarrollo de la actividad, me molesta tanto porque, de alguna manera, nos viene a traer un modelo de cultura rancio, atrasado, retrógrado y antievolutivo.
Y me cuesta creer, me niego a creer, que en pleno siglo XXI no hayamos conseguido reconocer y valorar todos los modelos de cultura que podemos ejercer y el potencial de autorrealización personal y colectivo que el ejercicio de la cultura tiene, y sigamos con esos pensamientos rancios y anticuados de “cultura de élite” vs “cultura popular”.
Permitidme que me ponga un poco técnica porque, pese a que haya gente arcaica y atrasada que se empeñe en agarrarse a los modelos del siglo XIX y los defienda con uñas y dientes, las profesionales y los profesionales de la cultura tienen esos modelos superadísimos y tienen la vista puesta en el futuro y en las formas en las que la expresión y el ejercicio cultural nos facilita ser una sociedad mejor.
A la hora de aplicar las distintas posibles políticas culturales existen dos estrategias: la democratización de la cultura y la democracia cultural.
La democratización de la cultura pretende difundir las grandes obras de la literatura, pintura, música, cine, arquitectura, etc. al público en general.
La democratización de la cultura nació de la necesidad de cerrar la brecha cultural producida por las desigualdades sociales que provocaban un difícil acceso a las grandes obras culturales por parte de las clases más desfavorecidas ocasionando graves desajustes funcionales en la sociedad.
Ejemplo de democratización de la cultura sería la divulgación de las obras de Cervantes, Emilia Pardo Bazán o María Zambrano. Y, aprovechando que en Sigüenza tenemos el privilegio de disfrutar de una gran oferta cultural, también podemos encontrar ejemplos de democratización cultural como son las exposiciones “aTempora” y “Cisneros: de Gonzalo a Francisco”, las proyecciones de ópera y cine clásico, la programación de conciertos, las conferencias, etc.
Este modelo nos hace llegar obras culturales de gran calidad y valor pero el papel del público es pasivo, como meros receptores, estableciéndose un modelo de cultura de consumo.
Por otro lado, la democracia cultural pretende hacer posible que cada cual (individuos, grupos o pueblos) pueda crear cultura con libertad, responsabilidad y autonomía, mediante su actividad, y así definir su propia identidad cultural, desarrollarse, evolucionar y autorrealizarse. La democracia cultural se basa en la participación, en la integración, en la creatividad, en la innovación y en la inclusión de todos los miembros de la comunidad.
También tenemos en Sigüenza y sus pedanías numerosos ejemplos de democracia cultural tales como la banda de música, el coro Voces de Sigüenza, el coro de la escuela de música, el maratón de cuentacuentos, el proyecto MAPAS de Santamera (Muestra de arte abierto y perecedero de Santamera) o los festivales promovidos por los colectivos de la sierra de La Pela.
Especialmente interesantes son aquellas actividades o eventos que proponen modelos mixtos en los que existen tanto democratización de la cultura como democracia cultural, como por ejemplo la representación de la zarzuela “Adiós a la Bohemia” el pasado verano en el teatro-auditorio El Pósito, en la que se nos hace llegar al público una de las obras más importantes del teatro lírico español, a la vez que es representada por artistas profesionales conjuntamente y de forma integrada con el coro amateur Voces de Sigüenza, lo que supone un ejercicio de democratización y democracia cultural, a la vez que es un modelo de innovación, creatividad y generosidad en el ejercicio de la cultura.
Otras actividades que conjugan ambas estrategias son los clubes de lectura “Ciervo Blanco” en Sigüenza, y “La Pela lee” en Ujados y Santamera. Los encuentros de lectoras y lectores realizan democratización de la cultura cuando cada participante lee una obra literaria de calidad; y democracia cultural a la hora de debatir y compartir impresiones, ya que se produce un aprendizaje mutuo, percepción de nuevas interpretaciones del texto, autocuestionamiento y mil y una experiencias más que tendrás que venir a una tertulia para disfrutarlas ;)
En mi opinión la democracia cultural es absolutamente básica y necesaria para la evolución de la sociedad, para favorecer la convivencia pacífica, incentivar el desarrollo del potencial humano y generar la capacidad de que tanto individuos como colectivos a cualquier escala puedan decidir y definir su propio destino y crear las condiciones más beneficiosas para que ser felices sea más fácil; dado que las personas somos cultura; no tenemos cultura, no adquirimos cultura. Podemos tener más o menos conocimientos, y podemos adquirirlos, pero la cultura es algo que SOMOS, por lo que no se nos puede dar ni quitar.
Por otro lado, la democratización de la cultura necesita de unas determinadas obras producidas por grandes artistas de talento superior para poder transmitirlas y difundirlas. Aunque duela decirlo, estas obras son prescindibles: en la actualidad, en las comunidades aborígenes australianas, americanas o africanas, no existe este tipo de obras y la cultura es el conjunto de sus rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos. Dicho lo cual, si tengo que pensar en un mundo en el que no existan las obras de Virginia Woolf, Shakespeare, Toni Morrison, Ana Blandiana, J. K. Rowling, Mary Shelly, Gabriela Mistral, Elena Poniatowska, Jennifer Clement, Antonio Buero Vallejo, Sylvia Plath y un largo etcétera, se me aparece tan empobrecido que me niego a creer en ese mundo en el que estas obras puedan ser consideradas prescindibles.
Voy a terminar con el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que dice:
“Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.”
Cualquier idea de la cultura como lujo, privilegio, elemento segregador o excluyente es perniciosa y perjudica seriamente a los individuos y a la sociedad.
De hecho, la propia noción de cultura de élite sin la aplicación de la democratización es nociva y a lo largo de la historia ha demostrado ser lesiva para la evolución de la Humanidad.
Así que, hagámonos cargo de nuestro potencial para autorrealizarnos y disfrutemos de un viaje en el que seremos capitanas y capitanes.