Son de agradecer las explicaciones dadas por el Ayuntamiento de Sigüenza respecto a la cloración de las aguas de las pedanías. Se ve que hay interés en el tema. No se entra, sin embargo, en el fondo de la cuestión: si es realmente beneficioso y, por lo tanto, necesario clorar estas aguas de contrastada pureza y captadas directamente de manantiales para su consumo domiciliario.
Aparte de depreciar sus cualidades organolépticas –el agua ya no sabe ni huele igual tras la cloración– numerosos estudios científicos y epidemiológicos concluyen que la reacción del cloro con ciertas sustancias presentes en el agua puede acarrear a los ciudadanos un mayor riesgo de padecer problemas respiratorios, alteraciones en las funciones reproductoras (disminución de la fertilidad, riesgo de aborto espontáneo) y en el desarrollo fetal dentro del útero (defectos del tubo neural, bajo peso al nacer, crecimiento intrauterino retardado). También se relaciona la cloración con malformaciones congénitas y con el desarrollo de ciertos tipos de cáncer, sobre todo el de vejiga urinaria; sin descartar otras posibles afecciones aún no reveladas por la investigación en este campo.
El investigador estadounidense K.P. Cantor y su equipo informaron ya en 1987 de una asociación entre el riesgo de padecer cáncer de vejiga y el consumo de agua clorada. El cáncer de vejiga urinaria es el mas frecuente en España entre los varones.
Un reciente estudio llevado a cabo en Nueva Zelanda sobre el riesgo de padecer cáncer colorrectal y alteraciones reproductivas concluyó que alrededor del 25% de estas afecciones podían ser atribuibles a la exposición de las personas a los subproductos de la cloración del agua, principalmente trihalometanos (THM) y ácidos acéticos halogenados (HAA).
Según Francisco J. Pancorbo, ingeniero industrial especializado en instalaciones hidráulicas e hidrosanitarias, “los trihalometanos también están asociados al uso de detergentes y blanqueadores a base de cloro, que en contacto con el agua clorada producen cloroformo, considerado un potente cancerígeno. Igualmente pueden contener cloroformo otros productos de consumo doméstico como quitamanchas, líquidos correctores, suavizantes, insecticidas y pesticidas. Los humidificadores, cuando son llenados con agua clorada, son susceptibles de emitir cloroformo durante su utilización”.
María Teresa Olmedo Sánchez, farmacéutica del Área de Gestión Sanitaria Sur de Granada, añade en su estudio sobre los Efectos sobre la salud de los subproductos de la desinfección que “la exposición a dichos agentes no ocurre sólo por la ingestión de agua, sino también por la inhalación y la absorción dérmica. Se ha observado un incremento del riesgo de padecer cáncer de vejiga urinaria al aumentar la concentración media de exposición a los THM a lo largo de la vida, indicando una clara relación dosis-respuesta”.
También afirma que en la mayoría de los estudios se encuentra una asociación positiva entre la exposición de la madre embarazada al agua clorada o a los subproductos de la cloración y determinadas malformaciones congénitas, como defectos respiratorios, cardíacos, defectos del tracto urinario, defectos del sistema nervioso central, ictericia al nacer, anomalías cromosómicas y muerte neonatal.
España es el segundo país de la Unión Europea después de Portugal, con las concentraciones más altas de THM. Según un informe de la Comisión Europea publicado en 1997, se estima que cerca del 20% de la mortalidad por cáncer de vejiga en áreas españolas de exposición media-alta a estas sustancias se puede atribuir a la exposición a subproductos de la cloración. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), en colaboración con el Instituto Nacional de Consumo, analizó en 2002 un centenar de muestras de agua de 88 núcleos urbanos españoles para comprobar la presencia de THM, además de otros compuestos volátiles y herbicidas. De acuerdo con los resultados obtenidos, el 30% de las ciudades superaba el nivel de THM establecido por la Directiva comunitaria de aguas de consumo.
El Ayuntamiento informa de que hasta el momento ninguna localidad del municipio se ha visto afectada por contaminación agroquímica ni trihalometanos; algo que celebramos. En el caso de las pedanías tampoco parece que se hayan detectado índices alarmantes de contaminación microbiológica o bacteriana. Cabe, pues, concluir que nuestras aguas no están infectadas. No se entiende, pues, que haya que desinfectarlas; por mucho que haya una normativa regional que “obligue” a ello.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) enfoca esta problemática desde la perspectiva riesgo-beneficio: se valoran los agentes patógenos, los desinfectantes, los subproductos de la desinfección, la calidad del agua, el costo económico, etc, con el objeto de equilibrar las compensaciones entre los riesgos microbianos y los químicos, siempre y cuando no se vea comprometida la calidad del agua.
Hay que recordar que en el caso que nos ocupa las aguas de nuestras pedanías no están infectadas ni contaminadas ni existe un riesgo significativo de que puedan llegar a estarlo.
La Directiva 98/83CE del Consejo de 3 de noviembre de 1998 establece que las aguas destinadas a consumo humano deben ser “salubres y límpias”. Según dicha Directiva “las aguas son salubres y límpias cuando no contienen ningún tipo de microorganismo, parásito o sustancia en una concentración que pueda suponer un peligro para la salud humana, y cumple con unos requisitos mínimos en cuanto a parámetros microbiológicos y químicos”.
Todo esto concurre en las aguas de nuestros manantiales y en los depósitos que las distribuyen a los domicilios; de modo que si las cloramos lo que estamos haciendo es contaminarlas.
El Artículo 10 del Real Decreto 140/2003 del Gobierno de España establece que “cuando no haya riesgo de contaminación o crecimiento microbiano a lo largo de toda la red de distribución hasta el grifo del consumidor el gestor podrá solicitar a la autoridad sanitaria la exención de contener desinfectante residual”.
Nuestros administradores del Ayuntamiento, como gestores de la calidad de nuestras aguas, decidirán si solicitar o no dicha exención. Si atendemos a las circunstancias: a que no hay nada que desinfectar; a que hay que hacer frente a una inversión inadecuada e inútil, tanto en equipos como en mantenimiento; a que es casi imposible controlar las dosis a causa de la irregularidad de los caudales (me decía el otro día un vecino de Pozancos que cuando cloran el agua no hay quien aguante el olor ni, por supuesto, el sabor; y beben agua de la fuente, que no está clorada); a que los controles de calidad del agua se llevan a cabo con regularidad y profesionalidad por parte del personal que atiende el Distrito Veterinario de la Zona de Sigüenza, y que en la mayor parte de las pedanías vivimos cuatro y el gato, y bebemos agua de la fuente queda claro que la cloración de nuestras aguas es no solo innecesaria sino un derroche que va en detrimento de nuestra calidad de vida y pone en riesgo potencial nuestra salud.
Rita Rodríguez García, investigadora del Centro de Salud de Sigüenza, y Carmen Martínez Muñoz, del Distrito Veterinario de la Zona de Sigüenza, lideraron y publicaron en 2003 en la Revista Española de Salud Pública un estudio sobre la Calidad del agua de fuentes de manantial en la zona básica de salud de Sigüenza (no de las que abastecen a los núcleos urbanos sino las que se encuentran desperdigadas por laderas y montes, muchas de ellas en estado de abandono e invadidas por la maleza y la hojarasca). Se hicieron dos controles. En el primero superaron los criterios de potabilidad el 53,8% de las fuentes urbanas y el 60% de las fuentes rústicas. Superaron el segundo control el 76,9% de las primeras y el 68 % de las segundas. El total de fuentes que superaron el primer control fue de 57,9% y el segundo de 71%.
“Con este estudio”, indican, “se ha comprobado la diferencia en calidad y composición del agua de manantiales muy próximos y lo susceptibles que pueden ser a la contaminación cuando la protección es insuficiente. Hay que señalar que los manantiales que superaron los criterios de potabilidad poseían una gran calidad en todos los parámetros. Se insta a las Administraciones competentes a elaborar y articular mecanismos para proteger estos pequeños manantiales que son parte importante del patrimonio natural heredado de nuestros mayores”.
Me sumo a la petición, por supuesto, y añado la de proteger nuestro patrimonio hidrológico incluyendo las captaciones e infraestructuras que las gentes de las pedanías construyeron para traerse el agua a las casas. Esa es la mejor garantía para salvaguardar la calidad de nuestras aguas, y no la cloración.