¿Quién no ha observado alguna vez en los alrededores de Sigüenza a gente subiendo, con sus cuerdas, por una roca vertical? ¿Quién no ha quedado medio fascinado, medio extrañado por tal actividad?
Vienen de diferentes lugares, pero hay entre ellos un pequeño grupo de gente que vive por aquí. Son ellos los que han introducido en la zona la cultura de escalada, que por un lado es ajena a la cultura tradicional de la meseta y, por otro lado, encaja bien con un posible desarrollo local, bajo algunas condiciones.
Dani Díaz en Viana de Jadraque.
Breve introducción a la escalada
La escalada no atrae miles de espectadores, no genera peleas entre sus hinchas... Es un deporte que deja al escalador a solas con su propio cuerpo, su propia naturaleza humana. Pero muchas veces se puede poner énfasis en otra parte: el escalador se queda a solas con la “gran” Naturaleza, en su expresión más majestuosa y eterna: con la montaña, y en eso ya es algo más que un deporte.
Los dos tipos básicos de escalada son la escalada deportiva y la escalada clásica.
La escalada “deportiva” consiste en subir a una roca utilizando solo las manos y los pies. La roca está previamente “equipada” con anclajes fijos por los que el escalador, a medida que asciende, va colocando mosquetones y pasando su cuerda de seguridad que su compañero desde el suelo se encarga de bloquear en caso de caída. Así se forma un sistema de seguridad infalible donde la caída es algo natural y forma parte del juego no teniendo porque ir asociada a ningún tipo de lesión. Cuando llegas al final de la ruta, el compañero que te asegura desde el suelo te descuelga, y si has conseguido tu objetivo y has encadenado todos los movimientos de la línea sin caer, la adrenalina corre por tus venas y la euforia te invade. La escalada deportiva supera paredes de 10 a 40 metros.
El segundo tipo de escalada es la “clásica”. Son paredes más grandes, incluso de hasta más de un kilómetro, aunque lo habitual es de 200-400 metros. El escalador puede pasar del estilo “libre” (utilizando solo los pies y las manos) al “artificial”, por ejemplo agarrarse a los clavos que va metiendo en las fisuras de la roca o incluso colgar unos estribos y subir por ellos. Una cuerda de seguridad queda corta para esta altura y se utilizan varias, por eso se habla de “paredes de varios largos”. Suelen subir dos personas alternándose: uno sube primero poniendo anclajes, mientras el otro está asegurándole con la cuerda, luego se unen y cambian de roles. Las paredes también pueden estar previamente “equipadas” con anclajes fijos.
Gracias a todo tipo de artilugios ahora se sube a sitios antes imposibles de imaginar. Antes, y no hace mucho tiempo, la gente se servía de materiales caseros, como tacos de madera, cuerdas de cáñamo, y subía con botas de montaña en vez de los actuales “pies de gato”, zapatillas de goma cocida, que se agarran muy bien a la superficie de la roca y que supusieron una revolución en la escalada en los años 70.
Dani Díaz, bombero forestal y uno de los escaladores más experimentados de la zona, explica que originariamente lo que hoy se llama escalada “deportiva” se consideraba solo como un ejercicio, preparación técnica para la conquista de “grandes paredes”. Ahora este tipo de escalada tiene su propio valor, incluso se ha reconocido como deporte olímpico para la Olimpiada de Tokio en 2020. Con lo cual Dani profetiza un boom de la escalada deportiva.
…Es para reflexionar cómo y por qué una actividad va constituyéndose como un deporte. En cualquier caso, la “deportización” parece que va de la mano con la masificación. No todos pueden permitirse ir a conquistar el Everest, pero el barranco de Viana de Jadraque sí (aunque una reciente foto que salió en los medios, de una cola de gente esperando subir al Everest, muestra que la masificación llega incluso hasta allí).
Mientras Dani afirma que la escalada deportiva va “de menos a más” y se llama a sí mismo “fanático de la escalada deportiva”, otro aficionado seguntino, Antonio Abad, no cree que la escalada pueda convertirse en un deporte de masas como lo es el ciclismo o el fútbol: “No porque sea un deporte elitista sino porque verdaderos escaladores —que están tan obsesionados con las montañas— hay muy pocos. Vas a una pared y puede haber 300 personas al lado. Pero 299 están cocinando chorizo, sacando fotos, pero escaladas son pocas”.
Antonio se considera a sí mismo “montañero”, en sentido más amplio. A él el mundo de escalada le atrae no tanto como deporte sino como un mundo de grandes aventuras, de gente que se atreve a hacer cosas increíbles, desafiar la Naturaleza; en general, le encanta la “mitología” del mundo de la montaña. “Para mí nunca va a ser un deporte”, —dice.
El hermano mayor de Antonio, Joaquín, perdió la vida haciendo senderismo en Marruecos, junto a un compañero suyo. Fueron atrapados por una tempestad de nieve en enero de 1987.
“Intentaron bajar por las rocas poniendo las cuerdas, a toda leche, pero se equivocaron, se precipitaron, tenían que intentar volver por el sendero. Quedaron enriscados, es decir ni podían subir ni podían bajar, murieron por el frío... La gente muere en la montaña por malas condiciones climatológicas, por tormentas... La gente muere escalando porque no han hecho cursos. Yo llevo 45 años escalando y tuve dos o tres accidentes pero siempre quedaba colgado de la cuerda… ¿Por qué lo haces? Por superación personal. No vas buscando el peligro por el peligro, no vas buscando la locura por la locura, son los retos y la enorme satisfacción de hacer, por ejemplo, los 14 picos de más de 8.000 metros de altura, que hay en el mundo. Por cierto, la primera mujer que lo hizo fue una española, Edurne Pasaban…”
Pero a veces sí que parece una locura. Cuando ves en un video como el americano Alex Honnold se encarama, solo con los pies y manos, tal y cual, y sin ningún sistema de seguridad, a El Capitán, una roca vertical de 900 metros de altura en Yosemine (California), se te ponen los pelos de punta. Al final llegas a la conclusión de que no es una locura sino una organización de la mente muy específica, casi extraterrestre.
Preguntamos a los escaladores de Sigüenza, qué impronta deja esta actividad en el carácter de una persona. Habíamos esperado algo como “compañerismo”, “aguante”... Pero la respuesta fue: “muy individualistas”, “obsesivos”, “fijativos”. “Nos obsesionamos tanto a veces con una pared que soñamos el modo de escalarla durante las noches. Tengo que meter los dedos aquí… o aquí” (Antonio Abad).
Carlos Sánchez (Letes) baja, con una taladradora, para “equipar” una pared.
Por aquí, la escalada deportiva
A un conjunto de “vías” para practicar la escalada deportiva se le llama “escuela” (o “zona de escalada”). Este término es herencia de la época en la que “la gente utilizaba estas vías de un largo para aprender y para irse a las paredes grandes, a macizos montañosos de los Pirineos, de los Alpes...”- comenta Dani.
La escalada cercana a Sigüenza es básicamente deportiva. Las “escuelas” que los seguntinos frecuentan para entrenarse están en Viana de Jadraque, Santamera y en la cueva de Somaén (Soria). Hay unas pocas vías en el Pinar de Sigüenza —donde está la Peña de Huso—, pero la roca allí es mala para escalar porque se deshace.
Dani es el “equipador” que más vías ha equipado en estas escuelas y más ha aportado en su difusión. Carlos Sánchez (Letes para amigos), otro escalador local, también ha equipado muchas. Raul Llorente (Bull) de Guadalajara ha equipado en los últimos años un buen número de rutas, elaborando además la última y más actualizada guía de la zona. Y hay más gente que “ha picoteado” por aquí.
En las cercanías de Sigüenza existen también zonas en las que hay diseminados bloques de roca en los que se practica la así llamada “escalada en bloque o boulder”, otro tipo de escalada que consiste en escalar rocas de hasta 8 metros de altura con la única protección de unas colchonetas especiales y la ayuda de otros escaladores que en ocasiones deben dirigir al escalador hacia la colchoneta. Pero aquí dicha modalidad es insignificante, las buenas zonas de bloques están en las vecinas Soria y Teruel (una maravillosa en Albarracín).
No hay ninguna pared de varios largos, las más cercanas están en el Barranco de la Hoz en Molina de Aragón. Y luego está el Pico de la Miel, la Pedriza (ambos ya en la Sierra de Madrid).
Belén Llorente, pionera seguntina en la escalada.
Equipar es dejar tu huella
Sobre la historia de escalada en nuestra zona nos habla Dani Díaz.
La escalada en la zona de Sigüenza empezó básicamente con gente que venía de Madrid o Guadalajara. En los 90 se abrieron las primeras vías en el río Dulce, en Viana de Jadraque y en Santamera. En el río Dulce dejaron de utilizarse cuando se convirtió en parque.
Dani es de Guadalajara, allí se inició en la escalada con 16 años. Iba un día por la calle y vio a gente subiendo por la fachada del polideportivo San José, esta fachada en realidad es un rocódromo, en seguida se apuntó a ese mismo cursillo y así empezó. Años después cuando trabajaba en el albergue de Huérmeces de Cerro, le llevaron al Barranco de la Hoz en la cercana Viana de Jadraque.
“Me llevó Paco [el dueño del albergue] a un sitio “chulo” con condición de no decir a nadie. ¡¿Pero cómo no voy a decir?!... Equipé allí mis primeras vías. Ni corto ni perezoso, me colgué y me puse a equipar. Recorrí el barranco y vi que había un par de vías clásicas con clavos en fisuras, que estaban abandonadas. Con el tiempo me enteré de que allí había hecho prácticas el GES (Grupo de Espeleología Seguntino), el club “Abismo” (el club de espeleología de Guadalajara) y militares que venían a lo mejor de Alcalá o de Torrejón de Ardoz”.
Luego Dani equipó muchas vías, con otra gente, en el barranco de Santamera y más tarde, en la Cueva de Somaén. A principios de los años 2000 se puso de moda la escalada en cuevas, gracias al perfeccionamiento de técnicas y materiales. Cuánto más inclinada hacia el escalador (“desplomada”) es una pared, más difícil es. Pues, en las cuevas la gente escala prácticamente por el techo. En 2004 o 2005 los escaladores “descubrieron” la cueva de Somaén, además en la zona centro no hay otra como esta.“Yo empecé a equipar alguna vía —cuenta Dani—, y un chico de Madrid, Rafael Fanega, se lió equipar como loco… Y Somaén se saturó, no cabe ninguna vía más”.
El asunto de equipar las vías es bastante controvertido. Cada vía refleja el modo de escalar de su creador. Y hay tantos modos de escalar como personas se dedican a ello. En los foros de internet se discute si se puede o no modificar una vía hecha por otro. Es como los derechos de autor. “Normalmente se dice: mira, esta vía, que es muy buena, es de fulano, o: esta vía, que es una chapuza, es de otro… Esto es vox populi y cada equipador tiene su prestigio y su firma, y su forma de hacer” —explica Dani. Las vías las puede equipar cualquiera, aunque ahora se han empezado impartir cursos de equipadores y dar certificados.
Otra duda es: ¿se utilizan todas estas vías? ¿hace falta hacer más y más?
A esta pregunta nos contestó el escalador Antonio Ramirez, de 29 años. Hizo carrera de ingeniero forestal, hace poco se asentó en Anguita y ahora mismo está haciendo prácticas como monitor en el Albergue de Barbatona. Ha echado el ojo a un sitio para convertirlo en un lugar donde impartir cursos de escalada, con previo estudio del impacto medioambiental y solicitud del permiso porque el sitio se encuentra en una ZEC (Zona Especial de Conservación). Dice que después de 11 años de escalar aprovechando vías hechas por otros, quiere también “aportar” algo a la comunidad de escaladores. Pero también reconoce su deseo de dejar una huella, “dejar el legado”. Una vía para él es una expresión de la creatividad del escalador.
Preguntarle ¿para qué equipar más vías si ya existen muchas? es como preguntar a un escritor para qué está escribiendo un libro si ya hay tantos.
“Somos invasivos —reconoce Antonio Abad— pero mucho menos que los cazadores o los moteros”.
Carlos López, otro de los escaladores de la comarca.
¿A quién molestan los escaladores?
Otro problema, aparte de los clavos u orificios que quedan en las rocas, es el daño que la escalada puede causar a la flora y fauna. Los escaladores de Sigüenza, muchos de los cuales tienen estudios relacionados con el medio ambiente o incluso sus trabajos profesionales están relacionados con la conservación del monte, sin duda están concienciados. Si solo fuera por ellos, igual no habría ningún peligro. Pero entra en el escenario la masificación.
Un ejemplo es el caso de que nos contó Dani. La muy popular revista “Escalada” publicó un artículo dedicado a Viana de Jadraque. El artículo lo escribió Dani incitado por Dario Rodríguez, el redactor de las revistas “Desnivel” y “Escalada”. La Semana Santa que siguió a la publicación, Viana de Jadraque se colmó de gente.
“Había un nido de halcón peregrino en una de las paredes que no se escala, que desde el principio decidimos allí de no escalar. ¿Qué pasó? Que esa Semana Santa el Pradillo se llenó de gente, de tiendas de campaña, de todo y acamparon también debajo de la pared del halcón. El halcón es una rapaz muy huidiza y si tiene estas molestias en marzo cuando ha empezado a nidificar, coge y se pira. Allí tuvimos problemas con los forestales porque el halcón ese se fue de allí. Fue un error gigantesco”.
Los intereses de los escaladores y los de los pájaros se cruzan en muchos lugares. En 2017 los escaladores se reunieron con varios técnicos de la Junta de Castilla-La Mancha y negociaron una serie de restricciones que tenían que ver con las aves, negociaron zona por zona las 13 zonas que hay en Guadalajara. Se acordaron los sitios donde no se puede escalar y donde hay restricciones en la época de nidificación. “Interesa que haya un consenso y que la gente lo sepa y lo respete” (Dani).
No solo a las aves sino a las personas puede molestar la invasión de su territorio. En Viana de Jadraque han prohibido la entrada de los coches en el pueblo y han hecho un parking, los gastos los ha sufragado la Junta porque es zona protegida. De esta manera se preserva el Pradillo, un paraje bonito, donde antes acampaban los visitantes y lo dejaban medio pelado. En este pueblo los escaladores también han tenido conflictos, de índole, digamos, “costumbrista”.
“Yo era muy joven y tenía la idea como muchísimos escaladores, como muchísima gente de Madrid… Vienes de la ciudad y te piensas que en campo las cosas no tienen dueño ¿no? Esto es monte y monte es de todos. Pues no, y en concreto, en el barranco de Viana por ejemplo si lo ves en el catastro todo son pequeñas parcelas. En su día cuando fui allí al barranco lo primero que hice fue a hablar con el alcalde, era un señor mayor, que ya ha muerto. “Venía a escalar, el barranco está en el término de este pueblo, ¿no?” — y me decía “Sí, sí, todo es nuestro. Hacer lo que queráis, mientras no hagáis daño”.
Y un día tuve un encontronazo con uno de los propietarios que decía que todo el terreno era suyo. Me dijo que los escaladores sacamos dinero a costa suya, y que vienen autocares y por cada persona que viene sacamos dinero. Todo falso. Es todo totalmente altruista. Lo que pasa, si lo dices a alguien del pueblo, no se lo cree. Me veían horas colgado –limpiando, taladrando– y decían: este saca dinero a nuestra costa...”.
“Ahora mismo yo creo que hay buena sintonía. De momento Viana está estabilizada y está bastante bien” —concluye Dani.
Otro choque de mentalidades tuvo lugar en Santamera. Su antiguo alcalde pedáneo y propietario de un albergue, Luis Aguado, construyó una ferrata que es una vía muy segura y fácil, destinada no tanto a escaladores como a senderistas. Una o varias empresas de aventura de Madrid empezaron a ponerla en su lista de actividades y empezaron a explotarla intensivamente, cobrando. E incluso surgieron comportamientos surrealistas, como subir varios, y además con un perro, y sentarse allí en una repisa con música, con cervezas. Todo esto generaba muchas molestias a la gente del pueblo, y al final el mismo Luis desmontó la ferrata. Y para evitar el trasiego de coches a través del pueblo, Santamera también habilitó un aparcamiento a la entrada del pueblo.
Un atractivo pero no una atracción
Hacia el año 2004 en Sigüenza se constituyó un club de escalada “Nove nove más”, no era numeroso, por él pasaron unas diez personas en todo el tiempo transcurrido. Sigue existiendo, pero ahora mismo su actividad está más bien parada, se ha ceñido básicamente a gestionar el rocódromo del Polideportivo y tramitar las licencias deportivas de los socios.
Como la escalada deportiva se hace cada vez más popular, cada vez se están haciendo más instalaciones cubiertas para poder escalar en invierno. En grandes ciudades hay muchos rocódromos públicos y en últimos años se han hecho también privados, porque ya es un negocio. Para poder entrenarse allí normalmente te piden que seas miembro de la federación deportiva, para cubrirse las espaldas si tienes un accidente. Las federaciones son autonómicas. Aquí hay una Federación de deportes de montaña de Castilla-La Mancha y dentro de ella está contemplada la escalada. Te hacen un seguro que te cubre la atención médica e incluso un rescate, si hace falta.
Hay empresas que fabrican rocódromos, pero los de Sigüenza están montados por los mismos escaladores. El rocódromo de aquí por excelencia, el de la Salceda, lo hicieron Letes, Carlos López (Litos), Rafa Llorente y Dani Díaz. Y el rocódromo del colegio Safa —para uso privado de los alumnos— lo hizo el profesor de gimnasia y escalador José Antonio Andrés Miguel (Nono). Y hay dos rocódromos de exterior: en la Oasis, en la pared del frontón, y en el patio de La Salamandra.
Hay un par de empresas de Sigüenza que ofrecen iniciación a la escalada como una de sus actividades. Antonio Ramirez, madrileño-extremeño que se ha establecido en Anguita, sueña con “fomentar la afición a la escalada” y está elaborando un proyecto que quiere presentar al Ayuntamiento. Ahora mismo está con el asunto de la legislación medioambiental y comenta que para un ciudadano, que quiere fundar una pequeña empresa que tiene que ver con el monte, es un berenjenal.
Quizá la escalada puede ser uno de los atractivos de la zona —¡pero no la atracción de un parque temático!—.
Galina Lukiánina