El euro es el dinero de curso legal en 19 países de la Unión Europea –incluida España–, así como en cuatro microestados del continente –Andorra, Ciudad del Vaticano, Mónaco y San Marino–, y en Kosovo y Montenegro, que lo adoptaron de forma unilateral. Sin estos billetes, no se podría adquirir nada en dichos territorios. O eso es lo que nos han hecho creer. Progresivamente, han ido surgiendo nuevas alternativas. Se trata de las «monedas sociales», una opción de la que Guadalajara se encuentra a la cabeza nacional. En nuestra provincia existe una de las alternativas más longevas del entorno, que recibe el nombre de la «bellota».
Pero, ¿en qué consiste una «moneda social»? “Son divisas que se crean al margen del dinero de cauce legal y que fomentan proyectos de ámbito social o ambiental, sobre todo a escala local”, explica August Corrons, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). A diferencia del «efectivo ordinario», su acumulación no tiene sentido. “Ahorrar no se concibe, porque no genera intereses. Su objetivo es que vaya de la mano de la producción y no de la especulación”. Por tanto, estamos ante una concepción revolucionaria que ya ha comenzado a calar entre la ciudadanía.
Este tipo de propuestas ofrecen respuestas muy positivas ante crisis financieras. “Han conseguido aportar liquidez cuando las monedas corrientes no lo han permitido”, explican desde la UOC. Y para muestra, el «corralito» en Argentina o la depresión de 2008 en Grecia. Incluso, hay casos que llevan funcionando décadas, como el WIR suizo, surgido tras la «Gran Depresión» de 1934...
En definitiva, “este tipo fiduciario es una forma de protección de la economía local ante las malas coyunturas globales. Se trata de un sistema que, en el caso de que se produzca una situación negativa, hace que no afecte tanto a los ciudadanos”, comenta August Corrons. “Desde el punto de vista económico, fomentan la riqueza de la comunidad y tienen un efecto multiplicador, ya que el dinero circula dentro del mismo ámbito”. Se ponen de acuerdo los oferentes y los demandantes de bienes y servicios, y se produce una retribución por lo comprado. Algo que sucede más allá de los cauces establecidos por los diferentes «Bancos Centrales».
Además, al contar con una perspectiva social, también abarcan otras facetas más desatendidas, estimulando diferentes proyectos, como los ambientales. En resumen, las «monedas sociales» fomentan “el empoderamiento de las personas”, ya que, a través de las mencionadas divisas, “se puede conseguir un dinero adicional a partir del que, cada uno, es capaz de hacer y producir”. Asimismo, “se promueve la relación entre los individuos y se hace crecer en ellos una mayor autoestima, al sentirse parte de una comunidad e implementar ideas en favor de la sociedad”, añaden desde la UOC.
Y en esto, llegó Guadalajara…
Nuestra provincia se ha querido sumar a dicha realidad. Y lo ha hecho a través de la «bellota», un proyecto con 15 años de historia –comenzó en 2007– que ha conseguido asentarse entre algunos sectores arriacenses. “Es una herramienta que usamos para intercambiar productos y servicios dentro de nuestra Comunidad de Intercambio (CIG)”, confirman sus impulsores. Actualmente, su domicilio se encuentra en «El Rincón Lento» de la capital arriacense
De hecho, no es gratuito que esta propuesta se circunscriba al espacio guadalajareño. “Apostamos por el comercio de proximidad, evitando los grandes gastos de transportarte y la contaminación que provocan las largas distancias”. Por tanto, y como se ha visto, estamos ante un proyecto que no sólo atiende a lo económico. También a lo ciudadano y a lo ambiental. “Se ha creado la referida divisa para dar una oportunidad a cualquier persona a intercambiar productos y servicios sin tener que utilizar el euro”.
- Pero, ¿cómo funciona dicha alternativa?
- Se comienza con una cuenta de cero «bellotas», pero si tú ofreces algo (un servicio o un producto), y algún participante lo quiere, se paga con la mencionada divisa. De esta forma, tú sumas monedas en tu cuenta, mientras él o ella las resta de la suya – explican desde la Comunidad de Intercambio (CIG).
Por tanto, nos hallamos ante una suerte de «comercio» entre miembros de una colectividad, con el fin de estimular la producción y la economía más cercana. Y para evitar el endeudamiento o la acumulación excesiva, se han puesto límites máximos y mínimos a la posesión de «bellotas». Los mismos serán establecidos por la asamblea que gestiona la «moneda social». “Así, tendrás que ofrecer algo que interese a la gente para poder equilibrar tu cuenta”.
No obstante, “habrá casos, como el de las frutas y las verduras –que van por temporadas–, donde se pueden rebasar estas restricciones”. De esta forma, los intercambios se van adaptando a la realidad estacional de cada producto. Por ello, “tan importante es ofertar lo que se tiene como decir lo que te hace falta”.
Al fin y al cabo, “esta «moneda social» se alza como una unidad de intercambio, de trueque, por la cual las personas podemos satisfacer nuestras necesidades, ya sea de objetos o de servicios”, explica David Moreno, coordinador de la «Bellota». “La idea es que todo aquello que no estamos utilizando le podamos dar una segunda vida”, al mismo tiempo que “se consigue una divisa para adquirir otras cosas que sí se requieran”.
De hecho, desde que existe la mencionada alternativa, se han intercambiado un total de 40.000 «bellotas». Si se tiene en cuenta que cada una de dichas unidades equivale a un euro, se habrían «movido» unos 40.000 euros. En la propuesta arriacense son –actualmente– 245 socios, una membresía destacable para Guadalajara. Entre dichos participantes se encuentra Nuria Jarque, quien además de intercambiar bienes y servicios, también se encarga de dar la bienvenida a los nuevos involucrados. “Les explicamos cómo se hacen las transacciones y cuál es la filosofía de la «bellota»”.
Gracias a iniciativas como la relatada se está demostrando que otro mundo es posible, que existen alternativas al sistema actual. Unas opciones que proponen un contexto más justo y sostenible. En definitiva, que preste una mayor atención al ciudadano y no tanto a la especulación financiera. Y que, a la postre, la economía vuelva a trabajar por el bienestar del pueblo, y no al revés. Ya lo dijo el escritor y profesor universitario José Luis Sampedro:
«Hay dos clases de economistas: los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres».