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tamborrada

Arranca una nueva temporada, pero suena la misma música de siempre: otoño complicado, recuperación incierta y una preocupante desconfianza en las instituciones. El verano comienza a ser historia. Pero es una historia demasiado reciente, como para borrarla de la memoria.

Volvemos a la batalla –o si lo prefieren a la guerra–, con las postales del verano asomando por los cajones. Estas son algunas estampas de mis vacaciones.

Fiestas de San Roque. No puede ser que haya pasado ya tanto tiempo y que sigamos esperando, con la misma ilusión de siempre, a la charanga de Ermua que este año –por ser el cuarenta aniversario de “La Rampa”–  viene acompañada de una tamborrada de San Sebastián. Espectacular la marcha hasta la Plaza Mayor, donde nos hicimos con ellos una foto de familia que al día siguiente ocupó media página del “Diario Vasco”.

Las fiestas en honor de San Roque y de la Virgen de la Mayor, salvo el susto de los coches locos y el incendio de un tenderete de la Alameda, terminaron bien. Apenas se notaron los recortes.

El broche de oro, como manda la tradición, lo puso la procesión de Los Faroles. Impresiona el silencio y el lento discurrir de los pasos y de la Virgen de la Mayor durante el rezo del rosario, presidido un año más por un hijo ilustre de la ciudad, el arzobispo de Sevilla, Don Juan José Asenjo Pelegrina, al que unos días después, desayunando en el taller de Mariano Canfranc, le escuché la siguiente confesión: “al salir de Sigüenza, para la ordenación como obispo auxiliar de Toledo, se me saltaron las lágrimas. Sabía que empezaba una nueva etapa y que a partir de ese momento tendría que acostumbrarme a vivir lejos de mi ciudad”. Una ciudad, por cierto, que nada tiene que envidiarle a esa Sevilla en la que ahora ejerce su ministerio.

Hablando de celebraciones y de obispos, les puedo también asegurar que hacer senderismo a primeras horas de la mañana por el camino que bordea el abandonado Estadio“Martín Cañamón”, para ir a caer a las praderas de Valdelagua, es otra bendición. Sobre todo, si esas caminatas las puedes llevar a cabo, como es mi caso, a primeras horas de la mañana, con el  frescor del rocío y la gratificante aparición de los primeros rayos de sol.
El día después. Son muchos los que opinan, creo que con bastante razón, que cuando mejor se está en Sigüenza es a finales de agosto y principios de septiembre. Buen clima y más tranquilidad. Lástima que por razones de trabajo no haya tenido todavía la oportunidad de contrastarlo.

Sin embargo, sí que pude disfrutar y hasta emocionarme después de Fiestas con la música y la palabra de dos admirados seguntinos. Fueron dos momentos inolvidables. Dos estampas imborrables. El primera de ellas tuvo lugar en El Pósito - felizmente recuperado – y sus protagonistas eran Gerardo López Laguna, al piano, y su hijo, Javier López Torrejón, al violín. Magnífico el concierto, emocionante el documental que posteriormente se proyectó sobre la Sigüenza de posguerra y ejemplar el detalle de destinar lasdonaciones de los asistentesa la Fundación Juan Bonal, y más concretamente al proyecto “Tropinka” en el que trabaja la monja seguntina Alicia Gonzalo.




La segunda estampa tuvo como fondo el taller museo de cincelado de Mariano Canfranc Lucea. Mariano, buen anfitrión, excelente artista y mejor persona, consiguió tener como invitado en su ya tradicional desayuno de final de vacaciones al arzobispo de Sevilla, Don Juan José Asenjo Pelegrina, acompañado de su buen amigo y obispo de Bilbao, monseñor Mario Iceta. Don Juan José – Juanjo para muchos de nosotros– compartió con un amplio grupo de familiares y de amigos seguntinos unas horas de tertulia impagables.  Recordó, además de esas lágrimas de su despedida a las que ya he hecho mención, cómo influyó su ciudad natal en su vocación sacerdotal, en su afición por la música clásica y en su pasión por el arte. También dijo algo que nos pasa a muchos de nosotros con cierta frecuencia: “cuando algún sevillano me pregunta por mi pueblo, le aclaro que Sigüenza no es un pueblo, sino una ciudad muy importante, con una historia y un gran patrimonio detrás”.

A la caída de la tarde, junto a la SAFA, recogemos a Isabel, que un año más vuelve encantada del campamento “Abriendo Camino”, celebrado este verano en la sierra de Aracena (Huelva). Cada vez resulta más complicado organizarlo, pero los monitores van a luchar a muerte por su continuidad. Saben, como sabemos los padres que llevamos muchos años mandando a nuestros hijos a estos campamentos,  que este “camino” nunca se debería cerrar. Aunque solo sea como homenaje a un gran hombre y a un entusiasta sacerdote: Don Daniel Sánchez Domínguez.

Isla de La Palma. Las olas chocan con estrépito sobre los acantilados de Los Cancajos y los primeros rayos del sol intentan abrirse paso entre las nubes. La brisa, a estas horas de la mañana, hace más agradable el paseo de varios kilómetros, bordeando la costa hasta llegar a Santa Cruz. Cada mañana, antes de dejar atrás la pequeña cala todavía desierta y subir los 198 escalones que conducen a la carretera que une el aeropuerto con la capital de La Palma, se cruza en nuestro camino una señora mayor, con el pelo blanco y los ojos azules turquesa como el agua del mar.

Desciende desde una de las casas recostadas en la ladera de la montaña, todas ellas con nombres alemanes, y se acerca pausadamente hasta los arbustos y chumberas que bordean esa cala con una pequeña garrafa de agua en una mano y con una bolsa de plástico en la otra. Así, un día y otro día. Luego, a la vuelta del paseo que hacemos hasta Santa Cruz, vemos a la señora nadando a unos metros de la orilla y, si nos retrasamos un poco, secándose antes de volver a desaparecer por la colina.

La imagen de esta señora, ensimismada en sus recuerdos,vuelve a apareceral día siguiente entre los acantilados, en medio de un silencio sólo interrumpido por el choque de las olas contra las rocas. Su mirada y sus gestos transmiten paz y un sentimiento de nostalgia que parece compartir con su nueva familia: media docena de gatos a los que saluda, mientras les va poniendo agua y comida en pequeños recipientes.

La enigmática señora de pelo blanco, que cada día baja las escaleras pausadamente desde su casita de Los Cancajos hasta el litoral -“buenos días”, “buenos días”, nos saludamos-, es una especie de sirena varada en este acantilado,una enamorada de esta isla montañosa a la que ya sólo le queda el consuelo de despertar a sus gatitos y acariciarlos, mientras les ofrece un poco de comida y de agua.

Entrañable señora, en medio de unos parajes naturales increíbles.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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