“El Mariano que hace los domos”, así se refieren a él. No hace pan, ni “chapuzas”, ni zambombas (que está claro lo qué son) sino domos. Y qué son realmente estos domos y para qué sirven, no se sabe muy bien.
Pasando al lado de Bujarrabal se puede ver uno de ellos. Se yergue allí entre un montón de bloques de paja, un tractor y cosas por el estilo que indican que ese lugar se desarrollan trabajos varios. Con una llanura ondulada de fondo, ese domo, más que a otra cosa se parece a una yurta de nómadas en medio de la estepa de Mongolia (si cerramos los ojos a una hilera de molinos de viento en el horizonte).
Cuando fuimos a la cita con Mariano a su casa, no sé qué esperábamos (tal vez verle salir directamente de un domo) pero nos quedamos asombrados. Su casa es grande, con robustas columnas de piedra, con detalles creativos –y monumentales– como un buzón de correo también tallado de piedra. La casa está hecha por Mariano y su mujer, Sonia, y precisamente Sonia es la que lleva la voz cantante en el tallado de piedra porque no sólo estudió este oficio sino que también es entusiasta de él (una de sus obras es, por ejemplo, el escudo del casino de Sigüenza). Mariano es carpintero. Pero muchas veces intercambian sus papeles, y él hace cosas de cantería y ella de carpintería. La casa, por cierto, todavía no está terminada, está en proceso de construcción.
La familia también está en construcción, la segunda hija, Alegría, nació hace un mes. Curiosamente, la historia de los domos de Mariano tiene algo que ver con los niños: “Nos reuníamos en Ures varias personas que queríamos montar una escuela infantil alternativa… Y una vez llegó una chica con un manojo de caña bajo el brazo, se lió a unirlas y acabó haciendo una cúpula enorme. Ella nos enseñó, y trabajamos tres o cuatro. En una hora u hora y media estaba montada. Y me quedé alucinado: ¡esto es una maravilla!. Echamos un paracaídas viejo encima, y allí debajo, en la sombra, nos juntamos, era una sala de reuniones. Un sitio muy agradable, muy grande, unos 40 metros cuadrados… Dio la casualidad de que por entonces me encargaron a hacer una cúpula en Gárgoles… ¡La solución perfecta! Y a raíz de eso empecé a trabajar sobre el tema”.
La escuela al final acabó en nada (“No fuimos capaces de organizarnos, creo”) pero la ingeniosa construcción de cañas –estable, ligera y de montaje rápido– quedó como un grano metido en la cabeza de Mariano y empezó a crecer.
Mariano pasó su infancia y el principio de su juventud en Madrid, allí empezó con 16 años a trabajar de carpintero. Luego se estableció en Bujarrabal, pueblo de sus padres y de sus veranos. Por aquí cerca vivía su novia, Sonia, y él estaba seguro de que trabajo no le faltaría. Tampoco tenía mucho apego a Madrid, “vivía en una zona de la periferia; cuando era niño, allí se movía mucha droga…” Con el tiempo montaron un taller “mixto” (carpintería-cantería). Lo llevaban mano a mano. Hacían cosas interesantes, por ejemplo, en el castillo de Palazuelos hicieron una chimenea enorme, troneras.
“Pero llegó la crisis”, dice Mariano irónicamente (¿cómo si no, vas a decir esta frase tan trillada?) Es cuando –hace dos años– la idea de la versátil construcción hemisférica se apoderó de él plenamente. “La carpintería no funciona, ahora mismo está parada. ¿Qué voy a hacer? Voy a hacer lo que sé, con variaciones… Esto al final es una obra de carpintería”.
Mariano los llama “domos geodésicos”. Las cúpulas (o “domos”) geodésicas son muy conocidas en arquitectura. Mariano explica por qué se llaman “geodésicas”: la geodesia describe los métodos de hacer cálculos de distancias en la superficie de la Tierra, por ejemplo para confeccionar mapas. Para facilitar estos cálculos el territorio se divide en triángulos, en cuyos vértices habitualmente ponen torres, llamados vértices geodésicos. Así, un “domo geodésico” es una red de triángulos contiguos que forman un hemisferio.
El triángulo es una figura totalmente inmóvil, sujeta. La construcción hecha de triángulos puede cubrir un espacio muy grande con un mínimo de material, un mínimo peso y con la máxima estabilidad.
La novedad es que Mariano los hace de madera, habitualmente estas carcasas se hacen de metal. “No sé por qué no se ha desarrollado más la historia… es una solución perfecta para cubrir espacios. Lo que pasa es que no se utilizaba madera para construirlas. Porque hay que saber exactamente qué ángulos necesitas para hacer los triángulos. Eso entrañaba una dificultad y para eso el ordenador ayuda un montón. Con un par de metros cúbicos de madera haces una estructura muy ligera y tiene una resistencia tremenda aparte de que el precio es muy económico”. “No es tan super-económico como una caseta de Leroy Merlin, pero más barato que una casa hecha de manera tradicional”, precisa.
Un domo puede servir no solo de cúpula que cubra un edificio tradicional sino que ya de por sí puede ser un edificio. Desde un cobertizo en la huerta para guardar utensilios hasta una vivienda totalmente en condiciones. “Yo hago el cascarón, por dentro cada uno hace lo que quiere”.
Las “caras” pueden taparse con tableros, cañas, mortero… Hay diferentes modos de hacer el aislamiento, “suelo utilizar materiales naturales: celulosa, corcho…” En un proyecto de edificio encargado por un melero en Colmenar Viejo dice que utiliza como aislamiento una capa de 35 centímetros de paja, que se coloca entre dos carcasas, una dentro de la otra. Este proyecto está esperando un permiso porque está en una zona natural protegida. El último proyecto que le propusieron es hacer cinco domos para una eco-aldea en Guadalajara que quiere organizar un grupo de gente.
Para un domo, si está destinado servir de vivienda, hace falta un proyecto de arquitecto. “Si es desmontable, no es necesario. Tú pones, por ejemplo, una yurta y puedes vivir tranquilamente”.
— ¿Pero aquí en España hay gente que vive en yurtas?
— Hay de todo. Hay mucha gente que trabaja sobre vivienda “alternativa”.
— ¿Y hay alguien que hace algo parecido a tus domos?
— Hay gente en Murcia que utiliza este mismo método.
Mariano descubrió el mundo de la vivienda “alternativa” cuando empezó a ir por las ferias (una de la más representativas es la de Biocultura, que Mariano nos recomienda visitar). “Allí conoces a gente que no la encuentras en cualquier sitio, gente extraña y especial. Son de muchos sitios y te abren puertas”.
Existen estudios de arquitectos especializados en bioconstrucción. Con uno de ellos, uno de Toledo, colabora Mario en los casos en que se exige un proyecto del arquitecto.
— ¿Qué es eso de bioconstrucción?
— Que uno utiliza los recursos que necesita realmente… Que no te pase lo que me pasó a mí, que al final hice una casa que realmente no sé si la necesito y no sé si valía la pena gastar en ella tantos años y tantas fuerzas… Sobre todo por el tema de calefacción, que no calientes espacios que no necesitas. Que utilices materiales que son naturales y, sobre todo, cercanos, que no se produzcan en otra punta del mundo. Hay materiales que no puedes conseguir cerca, pero en la medida de lo posible que procures hacerlo…
En Mariano coincidió todo: la habilidad de un carpintero, el dominio de la informática (gracias a unos cursos y estudios por su cuenta), un entorno idóneo que le sugiere materiales necesarios, una fantasía que le permite imaginar los domos cubriendo cualquier necesidad… e incluso cierta “filosofía”. La “filosofía” consiste en que lo suyo es vivir sin gastar innecesariamente, justo según las necesidades, disfrutando de la armonía con lo que te rodea.
La verdad es que esta conversación nos lleva bastante lejos del tema. Nos lleva a hablar de las obras en la carretera que une Sigüenza con Guijosa y Bujarrabal. En opinión de Mariano y Sonia, eran necesarias reparaciones pero lo que se ha hecho es desmesurado, un gasto exagerado de recursos, y, mientras tanto, por ejemplo, el consultorio médico de Bujarrabal carece de ordenador, el médico que viene una vez a la semana no puede darte la receta en seguida sino que tiene que irse, imprimirla desde un ordenador y traerla la semana siguiente.
Dejo aparte (a lo mejor para algún otro artículo) lo que nos cuentan sobre la vida de Bujarrabal donde un puñado de unos treinta habitantes fijos se las apañan para asumir responsabilidades que, teóricamente, corresponderían al Ayuntamiento de Sigüenza (una de cuyas pedanía es Bujarrabal) –en lo que toca la calidad de agua, el estado de las calles, etc. –. Y cómo en verano, con la venida de más gente, se desequilibra la frágil convivencia difícilmente conseguida…
En estos sitios despoblados solo se sobrevive si estableces una especie de “red geodésica” con tus vecinos. Por ejemplo, a finales de enero, en colaboración con el albergue de Barbatona, Mariano dio un curso de construcción de domos. Era un “paquete” de tres días que incluía pensión completa y 20 horas de curso. Una iniciativa, y además muy original, para traer más gente a la zona.
Para la primavera tiene ya concertados un curso en Talamanca de Jarama y otro en Valencia, precisamente en la feria de Biocultura. También le gustaría hacer un curso para gente de aquí.
— ¿Y no temes que de esta manera tú mismo te crees una competencia?
— No, yo creo que cuánto más gente lo haga, cuánto más se dé a conocer, mejor, porque por ahora hay desconfianza ante algo tan nuevo.
— Pero otra gente va a hacerlo.
— Pues ahí estaremos todos trabajando, ¿no?
Incluso hay en toda esta historia un aspecto que parece que le gusta especialmente: que los domos los puede construir la misma gente que los va a utilizar. Así, cuenta, se hizo en Valencia donde le encargaron una sala de yoga: “Era un trabajo común, yo hice la estructura pero luego ellos colaboraron también, es otra forma de trabajar que estoy ofreciendo… A los de la eco-aldea de Guadalajara les ofrezco la posibilidad de hacer talleres en los que la gente aprenda y luego que lo construyan ellos mismos. Les pareció buena idea. Ellos participarían en hacerse su propia casa. Aparte de que sale más económico, tú te haces tu propia casa”.