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La Ilíada es uno de los textos más influyentes de la historia. No solo dejó su marca estilística y temática en toda la tradición épica posterior y fue un elemento clave del sistema pedagógico de la Antigüedad, sino que fue un texto de referencia para personajes como Alejandro Magno, que llevaba siempre un ejemplar en todas sus campañas y se consideraba a sí mismo un nuevo Aquiles en busca de gloria imperecedera. El viaje de Aquiles es sorprendentemente profundo, desde un punto de vista psicológico, para tratarse de una obra tan antigua: un joven que quiere dejar su huella en el mundo, aunque sea a costa de una vida breve e intensa, se encuentra con la corrupción de los gobernantes (encarnada en la figura de Agamenón, un mal líder que reparte el botín entre sus amiguetes), se desilusiona y se niega a ayudar a sus compañeros, sufre la pérdida de un ser querido y, preso de una ira insaciable, destroza y humilla a su enemigo de todas las formas que se le ocurren, pero no encuentra la paz interior hasta que aprende a perdonarlo. Todo ello, enmarcado en una historia que expone la paradoja de la guerra, épica y trágica al mismo tiempo: “Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles, cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves”.

Sin embargo, la Ilíada suele resultar “dura” para los nuevos lectores por su estilo repetitivo y enumerativo, muy distinto de la prosa de hoy en día. Esto se debe a un rasgo que hoy en día se nos escapa: nosotros leemos la Ilíada, cuando en realidad deberíamos escucharla. Es un texto de 15.700 versos, que se dice pronto, diseñado para ser memorizado y recitado ante un público que, por lo general, ya conoce el argumento. Por eso el narrador recurre a algunos trucos. Por ejemplo, casi todos los personajes importantes tienen sus epítetos, palabras o expresiones que los caracterizan y que se usan siempre, sistemáticamente: Aquiles, el de los pies ligeros; Zeus altitonante; Agamenón, pastor de hombres; Odiseo, fecundo en ardides; Héctor, el del tremolante casco; los hombres de voz articulada. Este recurso mnemotécnico de la tradición oral se transmitiría, por ejemplo, a nuestro Cantar de mío Cid, donde los héroes reciben continuos epítetos: El Cid, el que en buena hora ciñó espada, o el de la barba vellida; el rey don Alfonso, mi señor natural; doña Jimena, mujer honrada; Martín Antolínez, el burgalés de pro.

Aun hoy en día, la Ilíada sigue siendo una obra insuperable en muchos aspectos, que se ha ganado a pulso su lugar como epopeya por antonomasia, y de cuya influencia bebieron y beben todas las obras posteriores. Los pies ligeros de Aquiles llegan, en efecto, muy lejos.

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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