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Para empezar, hay que entender que el castellano antiguo poseía más consonantes que el actual, incluidas varias consonantes fricativas y africadas que se generan mediante vibraciones, dando lugar a sonidos de tipo silbante como los que encontramos hoy día en el portugués, el inglés y muchas otras lenguas. En su momento, el sonido de la X española era similar al “sh” del inglés (show, shower), y actualmente en portugués/catalán aún se mantiene este rasgo (caixa). En cuanto a la J, su pronunciación en castellano era idéntica a la J del francés o el catalán (jour, jocs).

Por eso mismo, los conquistadores españoles, al transcribir el idioma de los mexicas, utilizaron su X para representar un sonido muy parecido que tenía el náhuatl, y así quedó bautizado el lugar como México (pronunciado “Méshico” en ese momento). Pero claro, las lenguas evolucionan cada una a su manera, y el sonido original de la X (en términos técnicos, fricativo postalveolar sordo) se fue transformando, durante los siglos XVI y XVII, en el sonido que corresponde a la J actual (fricativo velar sordo). Por eso Cervantes escribió el “Quixote”, aunque se pronunciara “Quijote”, y ese México (“Méshico”) pasó a ser pronunciado “Méjico”.

El sistema consonántico del castellano siguió evolucionando y reorganizándose, y prácticamente todas las consonantes sibilantes, africadas, etc. desaparecieron de nuestro idioma. Las reformas de los siglos XVIII y XIX plasmaron estos cambios fonéticos en la ortografía, y finalmente estas dos letras terminaron su odisea (al menos de momento) adoptando los sonidos que conocemos ahora: la J se apropió de los sonidos que antes representaba la X, y la X se utilizó para expresar la suma de dos sonidos, / ks/: examen (“ecsamen”). Sin embargo, ciertas palabras ya arraigadas culturalmente, como México, Texas, Axarquía, Oaxaca, etc. mantuvieron su X, pronunciada como una J. El error habitual que se comete hoy en día es pronunciarlas con el sonido actual de la X, y decir “Mécsico” o, ahora que está de actualidad, “Oacsaca”.

Nuestras lenguas vecinas son testimonios vivientes de la evolución de nuestro idioma, y si prestamos atención nos darán muchas pistas sobre cómo fuimos un día y cómo llegamos a lo que somos hoy.

Viñeta

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