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Los nombres de lugares suelen esconder una historia interesante, y en ocasiones hasta fascinante. La época de los descubrimientos fue especialmente fértil en este tipo de anécdotas: los exploradores iban nombrando (o renombrando) las islas y territorios que encontraban a medida que avanzaban, basándose en criterios de todo tipo. Dominica recibió su nombre del domingo, día en que Colón llegó a la isla, y Filipinas fue un homenaje a Felipe II. Camerún viene de la palabra portuguesa camarão, por lo rica que era esa tierra en gambas y cangrejos de río. Cabo Verde fue bautizado así por la vegetación tropical que contrastaba con la roca volcánica de las islas. Costa Rica, por los abundantes adornos y joyas de los indígenas de la zona. Sobre Barbados (y también Antigua y Barbuda) existen dos teorías: la primera, que allí vivían indígenas con barba, algo que los exploradores europeos veían con muy poca frecuencia; la segunda, y la más aceptada, que en esos territorios abundaban árboles con raíces aéreas, semejantes a barbas. En cuanto a Honduras, se dice que Colón se refugió en un cabo durante una tormenta y dijo, aliviado: “Gracias a Dios que hemos salido de estas honduras”.

Pero los nombres también podían tener una función de reclamo para nuevos pobladores. La historia de Groenlandia es de lo más curiosa. El nombre significa “tierra verde” y se debe al ingenio de Erik el Rojo. Este marino y explorador, expulsado de Islandia, se instaló en una gran isla que no era especialmente verde; de hecho, abundaba en glaciares y el sur solamente verdeaba en verano. Erik pretendía atraer nuevos colonos con ese nombre tan idílico, y lo consiguió. Curiosamente, Islandia (“tierra de hielo”) tenía más vegetación que Groenlandia.

Terminaremos con un ejemplo patrio muy similar al anterior: Villafranca. Las muchas Villafrancas que hay en nuestro país comparten un mismo origen. En la Edad Media, para repoblar ciertas zonas los reyes otorgaban fueros y exenciones fiscales a algunas localidades: derecho de explotación de recursos naturales, independencia administrativa… Hay quien dice que, atraídos por el señuelo, llegaban los “francos” (franceses) a instalarse en esos lugares, y que por eso las poblaciones pasaban a llamarse “Villafranca”, “villa de franceses”. Pero después de un poco de investigación, no cabe sino concluir que esta teoría no se sostiene, ya que en Francia también hubo y hay bastantes Villefranches (y obviamente no fueron llamadas así por estar pobladas por franceses).

La explicación es más sencilla de lo que parece: “franco” significa, entre otras cosas, “libre” o “exento”. Pensemos por ejemplo en “franquicia”, exención del pago por ciertos derechos, o en “franquear”, abrir camino, dar paso. El nombre de Villafranca era un simple reclamo publicitario: “Aquí no se pagan tantos impuestos”. Desde luego, el marketing ya era un arte incluso en la Edad Media.

 

Ediciones de La Plazuela - El Afilador

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