A raíz de un libro que traduje hace unos meses (La biblioteca del monte Char, una inclasificable historia de ficción), me topé con una palabra que despertó mi curiosidad: shibboleth. En cuanto me puse a investigar, me di cuenta de que ya tenía un tema para el “Yo aún diría más” de este mes.
Shibboleth, de origen claramente hebreo, significa “espiga”; aparece en el Antiguo Testamento, en una historia tremendamente funesta: cuando los habitantes de Galaad derrotaron a los efraimitas, los supervivientes trataban de cruzar el río Jordán para escapar, pero sus enemigos vigilaban todos los vados, e interrogaban a cualquiera que intentara atravesar. La prueba que les imponían era sencilla: pronunciar la palabra “espiga”, shibboleth. Los efraimitas, cuyo dialecto carecía del sonido /ʃ/, lo pronunciaban sibboleth, delatando su identidad, y así, según cuenta la historia, fueron degollados 42.000 efraimitas.
Desde entonces, la palabra shibboleth se utiliza para referirse a cualquier uso de la lengua que indique el origen social o geográfico de una persona. Y es un fenómeno más frecuente de lo que pensamos. En Irlanda del Norte, por ejemplo, los niños se identifican como católicos o protestantes (con todo lo que eso conlleva), según su pronunciación de la letra H (aitch para los protestantes y haitch para los católicos).
Pero existen ejemplos mucho más graves, tan truculentos como el de los efraimitas. En Sri Lanka, en 1983, durante el llamado “julio negro” en el que murieron miles de personas de la etnia tamil, jóvenes cingaleses exaltados subían a los autobuses urbanos y obligaban a los pasajeros a pronunciar palabras supuestamente complicadas para los tamiles, ejecutando a quienes no lo conseguían.
En República Dominicana, durante la Masacre del Perejil de 1937, el presidente Trujillo ordenó la erradicación de la población de origen haitiano y, para distinguirlos de los dominicanos negros y mulatos, la policía obligaba a todo el mundo a pronunciar en español el nombre de la planta de perejil. Los haitianos, incapaces de ocultar la R francesa, delataban su origen.
Vemos aquí ejemplos de cómo el lenguaje conforma nuestra realidad, de la importancia capital que tiene para el ser humano y de cómo, pese a ser un fascinante objeto de estudio, las diferencias lingüísticas y dialectales también se han utilizado y se siguen utilizando con fines más siniestros. Si dejamos el lenguaje, que evoluciona y cambia de manera natural, en manos de la política y la ideología para que estas impongan sus normas y criterios particulares, el resultado puede llegar a ser verdaderamente dramático.