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Máximo era un joven vecino que todos los días iba desde el local donde tenía la carnicería hasta su casa en la calle Valencia. Algo que casi todos hacemos: ir del trabajo a casa. Pero a diferencia de los demás, Máximo hacia el trayecto hospedando en su cabeza el brote sin límites de la dudosa luz cobijada en un lienzo. Era una provocación no encontrar la manera de descifrarla, y para encontrarla, se construyó una vida ilustrada y muy poco común, andando por las calles como uno de esos artistas que poblaban París en las películas y que te invitaban a su casa a tomar café calentado en un hornillo. Tal vez por esa manera de ser, se le definía como bohemio. 

Máximo Robisco. Foto de juventud.


Bohemio, autodidacta y rebelde, tuvo una relación especial con los componentes del grupo “El Paso” y realizó su primera exposición individual en Madrid, en 1959. El pintor pastor, como se le definía entonces, compaginaba su vida laboral con tertulias artísticas, y asistiendo a exposiciones de pintores que admiraba, sitios donde la soledad de su alma impar se hacía acompañar por las vanguardias.

Esa soledad y la disciplina autoimpuesta para sostener la voluntad creadora hizo que se alejase de las galerías que deseaban exponer su obra, Máximo se reconvirtió en lo que podíamos llamar un eremita. Ya dijimos antes, que como hacemos todos, caminaba al terminar su trabajo desde el local del negocio hasta su casa, recluyéndose en su habitación. Sí, la ocupaba como lo hacemos cualquiera en nuestras casas, pero él la hacía infranqueable por esa devoción que caracteriza a los eremitas: eligen el interior de una cueva situada en medio del bosque para retirarse de la sociedad. El rumor de la fuente de los cuatro caños o el tañer de las campanas de la parroquia de Santa María, sustituían al silencio o la paz de las montañas necesarios para conseguir ser más libre consigo mismo. Una voz interior le decía que vale la pena vivir, pero no de cualquier manera. 

Cartel de Máximo Robisco para una exposición sobre la República y la Guerra Civil en la librería Rayuela.


Esa profunda revolución de su personalidad le hizo ponerse en marcha, que era un quedarse parado delante del lienzo en actitud contemplativa. Y tras horas de esfuerzo que pasaban y pesaban como varios minutos en el reloj viejo y sabio de la pared, el lienzo derrochaba la concesión y confesión de una puerta nueva. Al abrirla, podía tener entre sus manos el fuego sagrado del color azul, del negro, del blanco, del amarillo y todos los demás colores y de varias formas y perspectivas que le salvaron de una vida anodina,


A veces por el paseo de la Alameda o por las travesañas, vagaba como un poeta apático recogiendo por las esquinas las sombras de sus dudas, Era cuando Máximo necesitaba salir de su manera de ser viendo con sus propios ojos los cuadros que daban razón a su manía pictórica, o tener charlas con los pintores cuyas obras le quitaron el miedo a buscarse y ser él mismo, Por eso no le importaba acercarse a París para respirar la geometría de Picasso o cruzar toda Europa para llegar a San Petersburgo donde exponía Kandinski. Otro día sintió más que nunca viva su aventura prodigiosa cuando mantuvo una charla con Miró.

Pintura de Máximo Robisco.


Cuando regresaba de esas excursiones traía consigo el tesoro de una miranda reciente y alegre, y si te fijabas un poco, merecía la pena pararse para tomar un cubata con él para oír como latía el color azul , notar la frescura del blanco, o sentir el aroma de cualquier otro color entre el chocar de los vasos o la fragilidad de una conversación. 

Si al principio de su carrera pictórica se le conocía como el pintor pastor, al final de sus días los pocos que lograron entrar en su santuario le llamaban el pintor de las mil caras, debido a los numerosos dibujos o cuadros que tiene sobre ese tema. En la pintura moderna, y sobre todo con la aparición de las vanguardias, el parecido del retrato artístico con el retratado deja de ser un criterio definidor. Es difícil que la pintura pudiese competir con el hiperrealismo que produce la fotografía, eso hizo que el artista quedase libre para explorar vías abstractas más allá de la imitación de la realidad. 

En sus más de mil retratos o caras, Máximo camina su propio itinerario, constituyendo una patria donde sus caras coexisten con la desfiguración que se perciben en los rostros del cubismo de Picasso o en los rostros disgregados de Ducham, o en los retorcidos de Bacon.

Pintura de Máximo Robisco.

 Máximo fue una hoguera en el arrabal seguntino, un hombre que dedicó su vida a no estafarse, un pintor que admiró el lujo excesivo de hacer un buen cuadro. En definitiva, para quien lo conocimos, Máximo Robisco fue quien quiso ser, el pintor pastor que hizo toda su vida cuadros como si fuesen las hojas escritas que van pasando en la novela de la vida.

Texto de Julio Luis Robisco Envid, sobrino del artista, para la exposición pintura de Máximo Robisco de agosto de 2022,en la Ermita de San Roque de Sigüenza organizada por SigüenArte.

 

Julio Álvarez. Máximo Robisco, un artista todavía por descubrir.

Exposición homenaje a Máximo Robisco en Sigüenza

Un homenaje necesario.

 

 

 

Viñeta

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