Los estudios de percepción del paisaje empiezan a desarrollarse en los años 70 y 80 del pasado siglo. Investigadores entrevistan a ciudadanos mostrando pares de fotografías de paisaje para que manifiesten sus preferencias. Mediante cuestionarios y una hábil selección de imágenes, se pretende averiguar si existen preferencias culturales o de otro tipo por ciertos paisajes o por algunos de sus elementos. El conocimiento desarrollado sobre el tema desde entonces es amplio y, aunque se ha demostrado que la apreciación depende de muchos factores, han emergido algunos patrones generales. El más universal, común a todas las culturas, es la preferencia por la presencia de agua en sus diversas manifestaciones, especialmente en forma de láminas o masas más o menos extensas. Pero uno de los más interesantes, no obvio a priori, es la preferencia por paisajes abiertos o parcialmente simplificados, como los de vegetación dispersa o con vistas amplias y lejanas, respecto a lugares más salvajes o intricados, que se pueden percibir como amenazadores. Existe una explicación psicoevolutiva a estos hallazgos: todos somos hijos de la sabana, ecosistema despejado donde fue adaptativa la vista a larga distancia para localizar presas o depredadores; además de ser fundamental, obviamente, el acceso al agua.
La historia del arte es una sucesión de ciclos en los que tras un periodo de incremento de la complejidad estilística se retrocede a una especie de orígenes universales en los que prima la simplicidad como base estética. Así, tras la apoteosis constructiva del Gótico se vuelve a la elegancia simple de lo clásico, y aparece el Renacimiento, que a su vez evoluciona en complejidad hacia el Barroco, que se descarta, agotado en los excesos del Rococó, a favor del, nuevamente escueto, Neoclasicismo, etc. En el siglo XX, tras, seguramente, la mayor exploración de tendencias estéticas de la historia, una especie de "radiación adaptativa" que se diría en biología, se llega al minimalismo en los años 50 y 60, cumbre histórica de la simplicidad estilística. Ese eterno retorno a una base sencilla y fácilmente comprensible pudiera estar relacionado con la percepción arquetípica de la belleza de los seres humanos, quizá enraizada en aquellos genes universales del mar de hierba de la sabana de nuestra especie.
La percepción del arte y del paisaje están relacionadas. Generalizando, apreciamos estéticamente con más facilidad aquello que conocemos, requisito previo para sentir alguna conexión. Todos arrastramos el pelo de nuestra dehesa, sea la personal de cada uno a base de aliagas, chaparras y pinos o de edificios de doce plantas en calles plagadas de coches. La raigambre evolutiva de los australopitecos interacciona con lo aprehendido a base de percepción vital constante para configurar nuestras maneras personales de enfrentarnos a la estética. O dicho de otro modo, el bagaje visual y perceptivo de un individuo explica al menos la mitad del cuento.
Los filósofos de la antigua Grecia ya exploraron acerca del concepto de belleza casi todo lo que es posible indagar con la poderosa herramienta del pensamiento. Tendían a poner en paralelo varias ideas, mediante su relación directa o en algunos casos igualándolas entre sí. La belleza, la bondad, la verdad o incluso el amor. Platón, Aristóteles, los estoicos, los preclásicos, casi todos hablaron de estética y sus interacciones. Los cánones de belleza y la belleza platónica, la naturaleza como fuente de inspiración artística, la belleza como hecho objetivo o bien subjetivo, sus propiedades, como la simetría o las proporciones, la relación de la estética con los valores morales, la belleza como fuente de utilidad,... Todo lo que se ha discutido al respecto hasta hoy tiene raíz en aquellos pensadores incansables de la antigüedad. El tema parece importarnos mucho a los humanos ya que se han vertido verdaderos ríos de tinta, a pesar del dicho popular "sobre gustos no hay nada escrito". Frase con el matiz añadido de sugerir que cada uno tenemos nuestro propio sentimiento estético. La dehesa pesa tanto como la sabana.
Valorar el paisaje es una actividad difícil y arriesgada. Las comarcas que han elegido como modo significativo de vida el turismo necesitan de la belleza literalmente como el pan de comer. La de Sigüenza tiene una fuerte sobrerrepresentación del sector terciario, que supera el 70% de los empleos, como corresponde a una localización turística. Junto con la entrada económica en forma de pensiones de jubilación (un 25% de la población de la comarca tiene más de 65 años), el ingreso fundamental en nuestra balanza de pagos local es sin duda el turismo. En ese contexto, ¿cuánto vale nuestro paisaje? O más concretamente, ¿cuánto vale que nuestro paisaje sea bello a la percepción humana?
Por fin se ha empezado a hablar de paisaje de forma generalizada en Sigüenza. Algunas personas llevan haciéndolo públicamente desde hace décadas, sin haber conseguido ser profetas en propia tierra hasta ahora. Porque quizá este nuevo paradigma en el que parece que por fin nos movemos sea también, al menos en parte, un resultado de todo aquello. Al fin y al cabo la dehesa que rodea a cada uno también es fruto progresivo de la interacción insensible con el resto. El caso es que los que consideramos que no merece la pena vivir en un entorno en el que no se haya salvaguardado una estética mínima estamos de enhorabuena. Una necesidad que también se ha demostrado esencial para el ser humano en los estudios de percepción del paisaje y otros de índole psicológica.
La presentación de la candidatura para optar a entrar en la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO ha cambiado muchas cosas en Sigüenza. Es una idea recurrente desde hace décadas en la ciudad. Si no se ha intentado ir a por ello antes seguramente haya sido, de forma más o menos inconfesa, porque se ha percibido la meta como muy difícil o imposible. Al fin y al cabo, nuestra ciudad es maravillosa, pero tampoco hay que pecar de chovinismo pensando en que no tiene parangón. Aunque nunca se pierde, el pelo de la dehesa se peina viajando. Eso dicen.
Hasta estos últimos tiempos no se ha tenido una verdadera visión comarcal de Sigüenza. Algunos han insistido mucho en esa idea desde hace años, pero, de nuevo, parecía estarse sembrando en yermo. La candidatura también está cambiando esto. Conocidas y valoradas por parte del equipo que gestiona la candidatura las dificultades para una defensa del casco histórico de la ciudad de forma restrictiva, se ha optado por considerar un territorio más amplio. Sigüenza, a pesar de diversos errores que sería muy útil enumerar en algún momento, ha tenido la fortuna de sobrevivir de forma bastante indemne a los movimientos ladrillistas del último medio siglo, que han acabado con los valores tradicionales de infinidad de tramas urbanas por toda España. Baste citar el texto de Andrés Rubio, "España fea" (Penguin/Debate), para constatarlo a través de numerosos ejemplos. La candidatura se ha denominado "Paisaje cultural dulce y salado de Sigüenza y Atienza" apostando por toda la comarca en su conjunto como estrategia para soslayar, o al menos diluir, las evidentes dificultades del propio casco. Este enfoque es una oportunidad para la salvaguarda de la belleza que todavía queda a nivel comarcal. Puestos en ello, la primera pregunta honesta que habría que hacerse es en qué medida merece la comarca el reconocimiento pretendido y qué habría que hacer para merecerlo en caso de existir insuficiencias
La mayor parte de la "olvidada provincia de Guadalajara" ha conservado una autenticidad pasajística notable hasta hace relativamente poco, precisamente por la falta de atención. Todo llega, lo bueno y lo malo, y el influjo remodelador centrípeto desde Madrid pasó ya, en las últimas décadas, por buena parte de la Alcarria y la Campiña, erradicando a su paso la autenticidad de muchos de aquellos pueblos, hasta hace bien poco indemnes, a base de elementos ajenos a la cultura constructiva local, que se perciben como más prácticos, supeditando a un segundo término la preservación de la estética heredada. En la Sierra de Madrid, de desarrollo aún más temprano, no queda un solo pueblo auténtico desde hace tiempo, todo ha sido arrasado por el ladrillo cara vista y el chapado en piedra de pega, con balaustrada del Leroy Merlin como remate. Los pequeños pueblecitos de nuestra comarca serrana han quedado bastante a salvo de momento, lejanos como estábamos hasta ahora, en distancia pero sobre todo en intención, de aquella fuerza centrípeta arrasadora. Una mancha de aceite que en estas alturas del siglo XXI corre riesgo de expandirse hacia estas sierras de segundo cinturón respecto a Madrid.
Quizá todos seamos a la postre minimalistas, improntados en lo más íntimo de aquella sabana simple y elegante. Pero el minimalismo puede ser algo mucho más complejo que los monócromos homogéneos de Yves Klein de los años 50. Francis Hutcheson (principios del XVIII) definió la belleza como «una mezcla adecuada de uniformidad y variedad». Una definición que se entiende inmediatamente cuando se admira un casco tradicional bien conservado, como cualquiera de los bonitos pueblos de la Provenza, o por ejemplo el Sassi de Matera, en Italia, arquetípico en este sentido. Un casco bello es una multiplicidad diversa de casas, tejados, fachadas, ventanas, calles, que en conjunto crean una homogeneidad elegante, en el que se admiten uno o dos acentos de color como contrapunto, pero no más. Los antiguos griegos insistían en el concepto de armonía a la hora de definir la belleza. San Agustín hablaba de la coherencia de las partes entre sí, de la unidad armónica. Santo Tomás considera la armonía ("consonantia") una de las tres cualidades básicas de lo bello. Un elemento disarmónico es un objeto antiminimalista. Una rotura de la belleza que emana de la simplicidad coherente. En algunos planes urbanísticos se utiliza el término "elementos impropios", incluso enumerándolos uno a uno y prescribiendo su eliminación en los más sofisticados, como en el de Peñíscola. En Sigüenza estamos muy lejos de eso todavía.
La tesis de la heterogeneidad homogénea de Hutcheson es interesante, pero sigue sin dar respuesta a aquella pregunta esencial: ¿quién está capacitado para evaluar la belleza del paisaje? Que es como preguntar: ¿todas las opiniones valen igual? Apelar a los expertos, sin duda imprescindibles, nos lleva a la tecnocracia. Una idea peligrosa por cuanto, como es sabido, si se deja todo a un grupo sin contrapeso por parte del conjunto, aquellos que deciden acabarán haciéndolo para sus propios intereses. La objetividad o subjetividad de la belleza es un tema que arrastramos desde los griegos. Aunque haya elementos universales, como esa especie de minimalismo esencial del ser humano, no cabe duda de que el filtro personal es intransferible. Aunque todos seamos hijos de una sabana común, cada uno arrastra su propia dehesa personal. Con el pelo alborotado o tras pasar por el peluquero o por el esfuerzo de acicalado personal consciente. Y todos tenemos derecho a ella.
Existen instrumentos para la ordenación de la estética común. Llevan inventados mucho tiempo. Son los planes urbanísticos y de ordenación territorial, en los que se definen, no solo usos concretos permitidos en cada tipo de terreno, sino también los aspectos estéticos correspondientes. En Sigüenza seguimos bajo la ordenación de las famosas Normas Subsidiarias, que datan de hace tres décadas. Ya se han explicado muchas veces, baste recordar que seguimos sin aprobar norma que las sustituya, tanto a nivel del casco histórico como del conjunto del territorio municipal. Hay dos iniciativas en marcha, el Plan Especial del Casco Histórico y el Plan de Protección del Paisaje que, de momento, siguen sin aprobarse. Por otra parte, estos dos planes en conjunto no contemplan regulación alguna de la estética en los pequeños cascos de nuestros pueblos, algunos de los cuáles tienen todavía el sabor de la autenticidad y están ahora mismo más amenazados que nunca si es verdad que se ha iniciado, por fin, cierto movimiento de vuelta al campo en nuestro país (que ya veremos). De hecho, ya hay zarpazos recientes en varios de ellos, una señal de alarma que deberíamos tener en cuenta ahora que nos estamos empezando a fijar, por fin, en la comarca.
En el espíritu de toda la legislación sobre ordenación del territorio hay un concepto omnipresente: el de que todo plan deba ser aprobado con atenta valoración de las opiniones y aportaciones de toda la ciudadanía afectada. Como no puede ser de otro modo: la ordenación puede afectar en lo personal de muchas maneras, y no solo en lo estético. La idea clave es la de Participación Ciudadana. El papel de los poderes públicos no es el de imponer criterios o actuaciones, sino el de establecer mecanismos para la interacción entre representantes, expertos y sociedad en general antes de llegar a la aprobación de normas. Participación pública que, en una sociedad avanzada, debería exceder a la de un simple periodo preceptivo de un mes escaso en exposición pública de un documento redactado y precocinado. Los ciudadanos tenemos que tener el derecho, e incluso el deber, de participar, con opiniones y argumentos, mediante los mecanismos correspondientes para ser tenidos en cuenta, durante la fase de redacción. Aunque solo sea porque cuatro mil cabezas piensan más que media docena.
Los paisajes de la sal. Ese concepto lo llevan trabajando desde hace décadas personas como Katia Hueso y Jesús Carrasco de la asociación Ipasal, que tanto han contribuido a reivindicar el valor de la salinas históricas de interior, singularmente las de nuestra comarca. Ya decimos que nuestra dehesa se viene configurando entre todos desde hace tiempo. El estado lamentable, de todos conocido y denunciado durante lustros, de nuestros complejos salineros de interior, uno de los valores principales de la candidatura a Patrimonio Mundial, es un faro en medio del paisaje, nunca mejor dicho. Una señal, y no es la única, que nos indica una profunda realidad: queda mucho por hacer. La profesora Pilar Martínez Taboada, en una conferencia dictada durante las últimas Jornadas de Estudios Seguntinos, en la que explicó con profesional capacidad de síntesis todo el proceso que lleva a la consecución del deseado título de Patrimonio Mundial, enfatizó que, si bien haber entrado en la llamada Lista Indicativa (o Lista Tentativa) es una primera fase importante, proponerse desde ahí para intentar entrar en la lista definitiva son palabras mayores. No puedo estar más de acuerdo con ella: el camino es todavía muy largo. Y solo si empezamos a ver pasos firmes en ese sentido resultará creíble la aspiración declarada. Para empezar, hay que evitar a toda costa más errores, más zarpazos por pequeños que sean, que se van acumulando insensiblemente, nunca mejor dicho, y al final se adueñan. E incluyo en la idea tanto la iniciativa privada como la pública, podríamos poner tristes ejemplos de ambas, tanto recientes como más antiguos. Deberíamos además intentar corregir en lo posible lo aún corregible, que no es poco ni menor en algunos casos. Un esfuerzo ímprobo, sin duda. En aras de tener referencias, y aunque esté feo comparar, podríamos citar numerosos sitios en el extranjero (y algunos en España) que ni siquiera aspiran a ser Patrimonio Mundial, pero que llevan la estética urbana y paisajística por bandera, dándonos, sí, hay que decirlo, mil vueltas. Es imprescindible utilizar estos magníficos ejemplos como modelo aunque solo sea por eficacia: tienen el trabajo ya hecho antes que nosotros.
La belleza y la buena conservación del entorno común es un bien al que tenemos derecho todos los seres humanos. No podemos permitir que se convierta en un lujo sólo accesible a los pocos que puedan dotarse, por estilo de vida o riqueza personal, de una residencia en un sitio remoto, a salvo de la ineficacia estética de la sociedad o de los poderes fácticos o legales, mientras dejamos que el resto se vaya degradando paulatinamente en un ambiente de insensibilidad generalizada. Nuestra sabana universal interna nos pide instintivamente respetar la regla de Hutcheson, mientras nos sentimos más cómodos si los rasgos esenciales de nuestra propia dehesa personal se mantienen en un mínimo. Por eso la herencia del patrimonio estético común es el mecanismo más sencillo para preservar la belleza generalmente percibida, y por eso se pone en riesgo al enfrentarlo al batiburrillo de lo ecléctico, capaz de destruir con una velocidad inquietante lo que, por pura fuerza de la necesidad, ha permanecido armónico durante siglos.
Si no nos lo tomamos muy en serio y realizamos el esfuerzo correspondiente, que no ha de ser poco ni sencillo, podríamos encontrarnos a la vuelta de muy pocos años con una comarca y un paisaje adocenado, indistinguible de tantos otros lugares que no supieron protegerse, seguramente cada vez menos deseable para considerarla como lugar especial en el que vivir en un entorno estéticamente saludable. E indigno de reconocimiento alguno en lo referido al Patrimonio Mundial en un proceso que es muy competitivo, y baste con mirar la lista tentativa española o la de otros países, por no hablar de la categoría excepcional de los bienes ya declarados en la lista consolidada. Solo si conseguimos una comarca de nivel sobresaliente, porque necesitamos un diez, no nos basta con un notable raspado, podremos aspirar a ser un lugar digno de reconocimiento como Universal (palabras mayores). Según los estrictos criterios de la UNESCO, todo lugar incluido en la lista definitiva tiene que ser singular a nivel global, además de íntegro, es decir, auténtico. Lo primero tiene obvias dificultades que habrá que ir matizando y viendo cómo enfocar. Pero si contamos con una fortaleza todavía, sin duda es la segunda. La apreciada y escasa autenticidad. Que sólo se pierde una vez.
Julio Álvarez Jiménez
Fotos: @Julio Álvarez
Texto basado en la conferencia impartida el pasado 7 de agosto en las Jornadas Culturales de la “Asociación de Amigos de las Abejas de Sigüenza”. Escrito en agosto de 2023.
Buenas noches:
Creo que este texto es una impecable forma de centrar la atención en lo que significa el paisaje. En cómo esa percepción del exterior es parte consustancial del ser humano y, claro, de la sociedad. Por eso, las consecuencias del conocimiento, primero, y la gestión consciente, después, son cardinales. Por supuesto su ignorancia también.
Si además el uso, en el más amplio sentido de la palabra, de ese paisaje, tiene un papel significativo en la economía del lugar (como ocurre en Sigüenza), la atención que hay que poner no es algo que se pueda ignorar sin tener que pagar un alto precio por ello.
Creo que conviene recordar, más bien no olvidar, un hecho sucedido en 1965. Entonces, José María Valverde, catedrático de estética, dimitió en solidaridad con su amigo y maestro José Luis López Aranguren, que había sido apartado por las autoridades de la época de su cátedra de ética. La frase con la que resumió su decisión, “No hay estética sin ética”, se convirtió en una referencia moral entonces y no ha perdido vigencia.
Que cada cual elija en qué parte de la raya se pone.
Se me quedó una línea fuera.
En ella decía que Julio ha estado fino al enfocar y retratar el asunto.
El (mal) pulso al cortar el texto.
Gracias, Jesús. El artículo intenta recoger más o menos lo dicho en la conferencia, pero si hubiera que hacer énfasis en algo diría que es en lo de fijarse en lo que han hecho otros, porque lo que tienen no sale de la nada y ha pasado, en primer lugar, por la consciencia de la importancia del tema, cosa que creo ya más o menos conseguida en Sigüenza, al menos en intención, y en segundo lugar por una regulación con verdaderos criterios estéticos y de conservación, no solo de los grandes monumentos, sino de los conjuntos urbanos y del paisaje rural. Tengo grabada en la memoria las vistas desde lo alto de Les Baux-de-Provence (cuarta foto en el artículo, pero mirando en dirección contraria), con la montaña Sainte-Victoire en la lejanía, tantas veces pintada por Cezanne, y el absoluto respeto por el paisaje en toda esa enorme extensión, un mosaico de olivares, retazos de monte mediterráneo, cultivos, alguna vivienda perfectamente integrada, etc. O tantos otros lugares que, por una decisión consciente, se decidieron conservar íntegros, otro buen ejemplo es la campiña británica a cierta distancia de las grandes ciudades. Y hablamos de países mucho más poblados que el nuestro, donde se vive en el campo y siempre ha habido gente en él, nada de sitios abandonados o vacíos. En fin, todo se andará, ya veremos el resultado. Gracias por leer!!
Interesante el caso que comentas. Ese tipo de conexiones se han hecho muchas veces, ética y estética, belleza y verdad, etc. Desde los griegos, la belleza es una de las propiedades más centrales a la hora de comprender el mundo, no solo de disfrutarlo. Gracias!
Julio, buen artículo, el problema actual es confundir la autenticidad. con la modernidad, e imponerla como necesaria.
Vivimos en la época de la confusión, promovida de arriba a abajo, siempre ha sido así seguramente, pero jamás se ha contado con las poderosas herramientas de ahora para conseguirlo. Gracias por leerlo, Gloria.