Aunque parezca una exageración, mi opinión es que las razones profundas de nuestra crisis actual se remontan al siglo XV, por la nefasta política de Carlos V y la de sus sucesores.
Apenas este rey puso sus pies en España convocó cortes en Galicia, exigiendo un oneroso subsidio a las ciudades (por cierto, que acudieron dos diputados de Sigüenza), pero no para financiar los gastos del estado, sino para sobornar a los electores germanos para su coronación como emperador, que se disputaba con su histórico rival, Francisco I.
En el siglo XV Castilla era una potencia económica importante y sus ciudades gozaban de fueros y privilegios que les permitían emprender negocios con cierta seguridad y garantías A pesar de la reciente expulsión de los judíos, estos habían creado las bases de un sistema bancario, puesto en marcha miles de telares y talleres con gran variedad de manufacturas, y creado unas redes de distribución que les permitía exportar a toda Europa.
Los castellanos y valencianos se sublevaron y pretendieron contar con el favor de la enloquecida Juana, pues no era loca sino que entre su padre, su marido y su hijo la volvieron loca, heredera legítima del trono de Castilla. El enfrentamiento era entre burgueses emprendedores y realistas conservadores. La impericia de los burgueses les costó la derrota en Villalar, y con ella se enterraba para los siglos venideros el carácter emprendedor de los españoles, que fue sustituido por el de cortesano, es decir, por el favoritismo y el amiguismo, y “que inventen ellos”
España se volvió pastoril e ignorante y cayó presa de las supersticiones y las tradiciones, estimuladas por la poderosa influencia de la Iglesia católica, que reinaba desde la conversión del arriano Recaredo. En tiempos de Felipe II el Papa debió trasladarse a Toledo, pues sus primados eran más papistas que el Papa.
El resultado de esta poderosa influencia fue la decadencia estrepitosa de España bajo los nefastos reinados de Felipe III, Felipe IV y el idiota embrujado de Carlos II. En esta época decadente solo la iglesia florecía, y se fundaron miles de conventos, abadías e iglesias, de donde salieron los monjes y obispos guerreros, que convirtieron todas nuestras guerras civiles y extranjeras en cruzadas de religión. Como consecuencia de este nefasto legado histórico, los españoles somos más creyentes que razonables y más soñadores e idealistas que prácticos y realistas.
Ni siquiera el primer Borbón, Felipe V, se atrevió a oponerse a su desmesurada ambición y poder. Solo el ilustrado Carlos III reprimió algunos abusos y expulsó a los jesuitas, pero fracasó en su intento de despertarnos de nuestro histórico letargo. Como escribe el historiador Henry Thomas Buckle en su ensayo “Historia de la civilización en España”: “Cuando un pueblo no es emprendedor, no hay gobierno que pueda obligarle a serlo.”
Julián García Toledano