Todo lo mide el tiempo,
mientras que yo lo mido a él
en frágil máquina creada por mano de artesano.1
Tras el fallecimiento de Carlos III, y la elevación al trono de Carlos IV en 1788, el relojero seguntino Manuel Tomás Gutiérrez se encuentra frente a la oportunidad de su vida, una creación que no solo será la obra maestra de su trayectoria profesional, sino que también se alzará como el culmen de la relojería artesanal española: la concepción y construcción del reloj monumental de la Catedral de Toledo.
En los archivos de esta catedral se hallan rastros que indican la presencia de varios relojes desde muy temprana época: relojes de agua —clepsidras— en los primeros años de la etapa cristiana de Toledo, indicios indirectos de relojes de arena o instrumentos astronómicos para determinar la altura del Sol, y con ella la hora del día; siempre regidos por el “sacristán del reloj” encargado de “sonar las horas” mediante las campanas de la catedral o las campanillas del coro.
En la Alta Edad Media el horario, y sus toques de campana, eran muy diferentes a los actuales: 3 toques al salir el Sol, que era el “momento” del inicio de la hora Prima; 2 toques a media mañana, al finalizar la hora Tercia; 1 toque a mediodía, al fin de la hora Sexta; 2 toques a media tarde, al acabar la hora Nona; 3 toques al ocaso del Sol, hora de Vísperas; y 4 toques al oscurecimiento total, “momento” de Completas; mientras que durante la noche no se producía toque alguno.2
En el siglo XI aparece el reloj mecánico, verdadero hito de la historia de la moderna tecnología mundial, basado en un mecanismo movido por pesas, y poco a poco se generaliza por toda Europa. En 1371, el platero Gonzalo Pérez instala el primer reloj de esta catedral que deja un rastro documentado. Sin embargo, los detalles de este artefacto son un misterio: no sabemos si se trataba de un reloj de interior o de torre, ni si poseía esfera y agujas. Lo que sí es seguro es que estaba accionado por pesas y regía la liturgia de la iglesia.
En una época anterior a 1383, se instaló un segundo reloj del que no existen referencias documentales directas. Ahora bien, al analizar la descripción de las obras realizadas en 1425, se infiere la existencia de este reloj que se encontraba ubicado en una habitación sobre la Puerta de las Ollas, que hoy conocemos coloquialmente como la Puerta del Reloj. Este reloj destacaba por su complejidad, ya que constaba de dos esferas: una en el exterior, en la puerta antes citada y otra en el interior en la nave del Evangelio. A su vez, contaba con dos campanas, una instalada en el exterior, en la Torre del Reloj, y la otra en el interior del templo.
Fray Pedro de Jaén construye el primer reloj de torre de esta catedral entre los años 1424-1431, se trataba aún de reloj impulsado por pesas. Para él se rehace la cámara del reloj, y se eleva la Torre del Reloj para albergar las campanas de las horas. Contaba con dos esferas, una exterior en la Puerta de las Ollas y otra interior en la nave del Evangelio, sobre la que se ubicaba una plataforma por la que un autómata, que representaba al arcángel Gabriel, se encontraba con una segunda figura articulada que representaba a la Virgen, quien se acercaba desde el lado opuesto. Adicionalmente a esta representación de la Anunciación, un carnero marcaba las horas al topar con una campana.
Inicialmente este reloj era de 12 horas, uno de los que se denominaban “medio reloj”, y que marcaban las horas como en la Alta Edad Media (Prima, Tercia…); sin embargo, el arzobispo que lo había encargado, Juan Martínez Contreras (¿?-1434) mandó que se rehiciera como “reloj completo”, es decir, de 24 horas, lo que correspondía a una forma diferente de señalar las horas, que comenzaba a la puesta de sol y alcanzaba las 24 horas en la del día siguiente. Este cambio implicaba duplicar la longitud de la pesa, para lo que era necesario un polipasto y multiplicar por dos el lastre.
El reloj de fray Pedro de Jaén no duró mucho y en 1536 Juan de Chalón instala uno nuevo del que hay poca información; con todo, sabemos que con él regresan las esferas de 12 horas. En el interior se construye un retablo que sustituye al teatrillo del arcángel y la Virgen, al que se añaden dos autómatas, dos soldados, obra de Diego de Copín.
Este reloj sufrió varias modificaciones, entre ellas, el descarte de la animación de los autómatas en el siglo XVII, pues según Roma, en todas las iglesias durante los oficios los fieles estaban más atentos a las evoluciones de estos ingenios que al oficiante. Aparte de estas consideraciones, la tecnología tenía sus límites y con el transcurrir de los años este reloj también dejó de funcionar.
Andando el tiempo, el Cardenal Lorenzana, del que ya mencionamos su relación con nuestro relojero seguntino en el primer artículo de esta serie, alcanzó la mitra de Toledo y la dignidad de Primado de España. Desde su proclamación, el ilustrado Lorenzana no solo emprendió una reorganización de las funciones diocesanas, sino que también impulsó una notable mejora en la expresión artística tanto de los templos como de la propia catedral toledana.
Lorenzana ordenó el reemplazo del antiguo reloj averiado por uno más moderno. En 1789, el Cabildo pidió a Manuel Zerella —Relojero de Cámara del Rey y considerado en aquel momento el mejor relojero español de la época— un estudio para su sustitución. Zerella presentó varios bocetos que no debieron de ser del agrado de Lorenzana, ya que finalmente se encargó el trabajo a su conocido Manuel Tomás Gutiérrez.
Se ha plasmado en múltiples ocasiones que Lorenzana y Gutiérrez eran paisanos, pero esto no se sostiene, pues el primero vio la luz en León mientras que el segundo nació en Sigüenza. Del mismo modo se ha escrito que fueron compañeros de estudios en el Seminario conciliar seguntino, no obstante, como ya demostramos en el primer artículo de esta serie, esta afirmación resulta inverosímil. Aunque no existan evidencias, debieron de conocerse cuando Gutiérrez no era más que un adolescente y trabajaba de aprendiz en el mantenimiento del reloj de la Catedral de Sigüenza, a diferencia de Lorenzana quien, ya treintañero, desempeñaba el cargo de Canónigo en la misma catedral. Igualmente debemos inferir que en el interregno su comunicación cesó, pues al poco Lorenzana fue nombrado Arzobispo de México y solo regresó a la Península cuando fue investido arzobispo de Toledo.
Es innegable que el recuerdo de la antigua relación jugó algún papel en la elección de Manuel Tomás; bien que, a nuestro parecer, lo que resultó decisivo fue la presentación de un proyecto innovador, que a la vez conservaba elementos ornamentales existentes. A esto hay que añadir la afinidad ideológica ilustrada y trasformadora de ambos, y que ya por entonces Gutiérrez era un relojero de moda entre muchos nobles de la Corte y empezaba a ganarse la reputación de ser el mejor relojero de su época, superando incluso al renombrado, y ya clásico, Zerella.
Cuando llega a oídos de la Corte el encargo realizado por el Cabildo de la Catedral de Toledo al maestro relojero Manuel Tomás Gutiérrez, el rey Carlos IV, un apasionado de la relojería, expresó su deseo de conocer la máquina una vez estuviera completa.
Merece la pena que nos detengamos en las características de este reloj monumental, obra maestra de la relojería española. En aquel siglo ya no podía tratarse simplemente de un reloj impulsado por pesas, sino de una creación moderna regida por un péndulo.
Galileo Galilei (1564-1642) había descrito físicamente en 1582 el movimiento del péndulo, determinando que su periodo de oscilación es constante y solo depende de la raíz cuadrada de su longitud. Si bien Galileo había ideado un reloj basado en este oscilador, no llegó nunca a construirlo y no fue hasta 1656 que el neerlandés Christian Huygens (1629-1695) construyera el primer reloj de péndulo con volante regulador, lo que representó un salto de gigante en la exactitud y precisión de la relojería.
El reloj que Manuel Tomás Gutiérrez concibió preservaba, restaurada, la esfera interior, mientras que la exterior fue renovada; no obstante, ambas seguían siendo de 12 horas y una sola saeta, fusionando un diseño técnico contemporáneo con una estética clásica. Para alojar la maquinaria se erigió una nueva estructura de estilo herreriano que ocultaba la mayor parte de la antigua puerta gótica.
El mecanismo accionaba las campanas de la Torre del Reloj, desde la que se anunciaban las horas, estas ya de duración constante, en número de 24 y que iniciaban su cómputo a la medianoche, y también activaba las pequeñas campanillas del interior; aunque desafortunadamente no se repararon los autómatas, que aún hoy siguen inmóviles. Curiosamente la Torre del Reloj fue derribada 96 años después y su función fue sustituida por un reloj de torre francés de la marca Morez de Jura, ya de construcción industrial y, por tanto, de poco valor artístico y artesanal, instalado en la torre principal de la catedral.
Diversas pesas en el reloj de Gutiérrez garantizaban el funcionamiento tanto del propio reloj como de todos sus anexos (mecanismos para la sonería de las campanas y las campanillas interiores) durante 12 horas. Esto seguramente se debía a la poca altura de la habitación bajo el reloj, lo que impedía el uso de unas pesas de mayor longitud (en 1881 fue ampliada a 24 horas, sin más que horadar el suelo de la estancia).
Manuel Tomás Gutiérrez dedicó tres años de arduo trabajo en su taller de la calle Fuencarral de Madrid a la construcción del reloj. El 10 de enero de 1792, presentó la maquinaria al rey en el Palacio del Buen Retiro. La creación satisfizo tanto al monarca, que Gutiérrez le fabricó una réplica a escala, la cual se conserva en Patrimonio Nacional. El reloj, característico de su autor, se enmarcaba en el estilo “reloj esqueleto”, haciendo alarde de lo avanzado de su diseño y la excelencia de su manufactura. Asimismo, presentaba una tercera esfera de 12 horas, adjunta al mecanismo principal, calada para no obstaculizar a su conservador la observación del mecanismo, y disponía de dos agujas que indicaban las horas y los minutos.
El 3 de febrero de ese año Manuel solicita permiso para grabar en la maquinaria del reloj su nombre acompañado del título de Relojero del Rey, y doce días después solicita el título de Relojero Honorario de la Casa Real, privilegio que se le concede; pero conservando el salario de Arcabucero Real.
Por consiguiente, añade en la esfera de la maquinaria la siguiente inscripción:
Dn. Manuel Gutierrez. Natural de Sigüenza
Relojero de el Rey. F. en Madrid. MDCCXCII.
Cuando finalizó su obra, trasladó a Toledo la maquinaria en un carro ayudado por uno de sus hermanos. Allí quedó almacenado en una casa mientras supervisaba las obras para su ubicación. y posteriormente con la ayuda de ocho jornaleros especializados que trajo de Madrid lo instaló en su lugar.
Para su instalación se había construido una cámara nueva que quedaba sobre la que previamente albergó el antiguo reloj de 1536. En esta se albergan las pesas y la péndola del reloj. Las dos habitaciones se hayan comunicadas por una escalera que culmina en la cámara del reloj y sobre su puerta se encuentra la inscripción que preside este artículo.
Una vez franqueada la puerta, vemos una estructura metálica en forma de jaula con ocho columnas de acero sobre un pedestal de madera de caoba, que reposa en un zócalo de obra revocada. Desde el interior de la jaula, toda la maquinaria se presenta a nuestros ojos con orgullo, a cuyo frente luce la esfera en la que Manuel Tomás firmó su obra. Las columnas están rematadas por unas bellotas de color dorado y la jaula queda coronada por un templete de cuatro patas, cuyos pies soportan cuatro faunos, y a la mitad de su altura observamos unas alegorías de las estaciones del año. Sobre todo el conjunto se encuentra el dios Cronos alado, blandiendo una guadaña recordándonos que el tiempo humano siempre tiene un final.
Habiendo descrito este espléndido ejemplo de destreza técnica en España, reservamos para nuestra próxima entrega las últimas vicisitudes de nuestro paisano en su viaje vital.
Para saber más: Pérez Álvarez, Víctor. Técnica y fe: el reloj medieval de la catedral de Toledo. Fundación Juanelo Turriano. Madrid, 2018.
1 OMNIA METITUR TEMPUS, SED EGO METIOR IPSUM ARTFICIS FRAGILI MACHINA FACTA MANU inscripción en latín que se encuentra sobre la puerta de la cámara del reloj de la Catedral de Toledo. Traducción del autor.
2 El amanecer y el oscurecimiento total, es decir, el inicio de la hora Prima y el instante de Completas no se consideraban horas sino “momentos”, un punto de referencia temporal, en contraposición a las horas verdaderas: Prima, Tercia, Sexta, Nona y Vísperas (el resto de horas no se usaba en la vida religiosa y social). En: Montañés Fontenla, Luis. “El Reloj de la Catedral de Toledo”. Anales Toledanos, 1968, nº 2, nota al pie [8], p. 161.