En la ciudad de Madrid dejamos al fraile franciscano José Torrubia absorto en el estudio de los fósiles que halló en el Señorío de Molina en el año de 1750. Cuando sus ocupaciones religiosas se lo permitieron resolvió volver a Molina de Aragón para efectuar un estudio íntegro de la zona, instalándose en mayo de 1753 en el Monasterio de San Francisco de la villa señorial. Desde ese privilegiado centro de operaciones visitó al menos los pueblos que cita en su obra: Clares, Anchuela del Campo, Establés, Concha, Mochales, Milmarcos, Pardos, Pobo de Dueñas… llegando a alcanzar Concud, junto a la ciudad de Teruel [yacimiento analizado previamente por Benito Jerónimo Feijóo (1676-1764)], analizando las estructuras geológicas de la zona, la presencia de fósiles en estratos y los propios fósiles.
Como apunte curioso mencionaré que entre esos lugares, muy cerca de la villa molinesa, se encontraba el pueblo de Torrubia (hoy apelado “del Campo”) y; aunque lo más probable es que el apellido del fraile provenga de Torrubia de Jaén, no deja de ser notable que José se encontrara en el Señorío de Molina con una Torrubia guadalajareña situada en el centro del área de su estudio.
Fue precisamente durante su estancia en el seno del monasterio franciscano de Molina donde escribió su libro Aparato para la Historia Natural Española. Tomo Primero. Contiene muchas disertaciones physicas especialmente sobre el Diluvio. Resuelve el gran problema de la Transmigración de Cuerpos Marinos, y su Petrificación en los mas altos Montes de España, donde recientemente se han descubierto.
Aparato para la Historia Natural Española (Madrid, 1754) de José Torrubia. Edición facsímil de la Universidad de Granada – CSIC, Granada 2007.
El Aparato fue el primer libro español que tuvo por objeto exclusivo los fósiles y el primero publicado en España que incluyó ilustraciones de estos. Aunque estamos obligados a señalar que existe una publicación extranjera anterior que incluye ilustraciones de fósiles españoles, el libro del ingeniero y oficial del ejército inglés John Armstrong, The History of the Island of Minorca (1752), en el que narra su estancia en Menorca durante la primera ocupación británica de la isla. El libro, una recopilación de las cartas que remitió al brigadier general del mismo ejército, Richard Offarel, incluye unas láminas en las que Armstrong dibujó los fósiles que había encontrado en Mahón.
Tras su estancia estival en Molina, Torrubia regresó a la Corte y al año siguiente entregó a la imprenta el tomo primero de su Aparato para la Historia Natural Española. El libro constituye un reflexivo estudio sobre la formación de los fósiles en la Tierra, basado en las evidencias de las muestras encontradas por el mismo Torrubia durante sus estancias en Filipinas, centro y norte de América y sus viajes por España, especialmente las del Señorío de Molina. Contiene treinta y cinco capítulos y un centenar de ilustraciones originales.
En el prólogo del libro manifiesta que "el Aparato esta purgado en el Crysol de Bacon", es decir, que sigue el método científico y no atiende más que a los hechos; del mismo modo, se declara seguidor de la ciencia experimental, pero no de “los Sistemas” (propios de los escolásticos), e incluso afirma que la Naturaleza sigue siempre las mismas leyes en todas partes. Estas eran declaraciones de principios arriesgadas en la España de mediados del siglo XVIII, país en el que aún no se aceptaban completamente las teorías de Newton y, sobre todo, su forma de entender la Naturaleza a través del fundamento “mecánico” de la Ciencia.
En la primera parte del Aparato expone su explicación de la formación de los fósiles. Comienza por una rigurosa demostración de estos como “petrificaciones” de seres vivos; aunque esta noción ya había arraigado en la mente de la comunidad científica europea, en España aún no había florecido en los ambientes científicos. Rechaza que puedan ser simples juegos de la Naturaleza y afirma que se trata de animales marinos, lo que obliga a explicar “¿Cómo pudieron venir a los montes altísimos de Molina?” tan alejados del mar.
Refuta las tesis de que los animales origen de los fósiles hayan sido arrastrados por ríos marinos subterráneos o que hubieran sido las mangas marinas o los huracanes los que los hubieran llevado tierra a dentro (para lo que se vale de su experiencia en los tifones del Pacífico y los huracanes del Atlántico). Rebate, así mismo, mediante cálculos, que las conchas hayan sido depositadas por peregrinos (ocurrencia que había sido propuesta por varios autores). Y, por fin, muestra su teoría, afirmando que las conchas han sido depositadas en estratos, en las altas cumbres y en todas las latitudes por el Diluvio Universal. Esta idea, que nos puede parecer hoy en día extravagante, pertenecía al pensamiento moderno de la época, y ya avanzada por científicos españoles como José Carbonell (1707-1801) y Andrés Piquer (1711-1772), y desde luego por muchos autores extranjeros como Johann Jakob Scheuchzer (1672-1733).
Algunas láminas del Aparato de Torrubia. (Lámina I) En el nº 1 y 3 se representa «un Ditoma especialísimo que se halló en los montes de Molina, así como en la villa de Balgañon a tres leguas de Santo Domingo de la Calzada, según informe del señor Licenciado D. Francisco Gonzalo del Rio, que los ha puesto en mis manos con muchos Belemites».(Lámina II) Se observan diversos «Dactylos o Belemites» obtenidos en el pueblo de Pardos y en diversos lugares de los montes de Molina.1A
Otros asuntos, entre varios, en los que se adentra José Torrubia en su Aparato son el de la existencia de gigantes y el del origen de las hachas de sílex. El autor granadino afirma que efectivamente en épocas pretéritas existieron estas razas de enormes dimensiones, como demuestran los grandes huesos encontrados en muchos lugares. Respecto del origen de las piedras encontradas con forma de hacha, asevera que no pudieron ser realizadas por humanos, ya que la Biblia no admite la existencia de especies humanas anteriores a la actual.
En la segunda parte de la obra, Torrubia se plantea cuestiones ingenuas sobre el relato de la Biblia como la razón por la que los animales se avinieran a entrar en el arca de Noé, la alimentación de estos animales durante los 40 días del Diluvio o cómo pudieron convivir pacíficamente animales que son enemigos naturales. Sin embargo, demostrando un espíritu científico moderno, también se planteó preguntas más interesantes, como de dónde salió el agua del Diluvio, cuánto tuvo que llover para alcanzar las altas cumbres o a dónde fue el agua cuando la lluvia cesó. Para responder a estas preguntas realizó cálculos con los que demuestra que, con la lluvia de 40 días, el agua no podría alcanzar la altitud de las altas cumbres, sino que necesitaría 9.000 años de lluvia ininterrumpida.
Hasta este punto del libro, Torrubia ha sido fiel a los métodos de Bacon, se ha hecho preguntas pertinentes, ha buscado respuestas entre muchas alternativas y ha calculado las consecuencias de las respuestas. Ha llegado el momento en que debe dar una explicación, pero, en esta última rampa de la carrera pincha y, como no puede responder a las preguntas satisfactoriamente, en vez de desechar la hipótesis, soslaya el método científico. Resuelve que la explicación sobre cómo el Diluvio Universal contradice las implicaciones de los cálculos aritméticos se fundamenta en su consideración como ”un acto milagroso, propio de la voluntad de Dios”, concluyendo así la discusión. No está preparado para pensar de una forma diferente a la de sus creencias religiosas y salda su obra con una mezcla de argumentos científicos y milagrosos difícil de entender y de aceptar.
Desgraciadamente, la cosa no termina ahí. El libro necesita una licencia religiosa para su publicación, y su elaboración se le encarga al padre Gerónimo de Salamanca, fraile de los Hermanos Menores Capuchinos y, por tanto, adscrito a la Orden Franciscana. Fray Gerónimo, gran admirador de Bernardo de Carpio, el Cid y san Isidro, escribe una diatriba contra la Ciencia moderna, desacreditando a los científicos europeos, menospreciando a Bacon y al método científico; a la que añade una exaltación del espíritu nacional tradicional y en contra de los seguidores de las Buenas Letras (propias de la Ilustración) y adversa a los “mecánicos” que menosprecian “los Sistemas”, es decir , la racionalidad aristotélica.
En definitiva, la argumentación de la licencia que precede al libro, desmonta los principios básicos del estudio de Torrubia, dejando al lector predispuesto a rechazar las tesis del autor.
Los prejuicios de semejante autorización me obligan a preguntarme qué hubiera ocurrido si Torrubia se hubiera atrevido a desechar la hipótesis, es decir, a buscar una explicación del fenómeno diferente al Diluvio Universal. Evidentemente no le hubieran permitido publicar nada (no solo este libro, sino ninguno más). No se desprenda de mis palabras la pretensión de decir que Torrubia había comprendido que tenía que desembarazarse del Diluvio para proseguir avanzando y que se arrepintió por miedo, sino que era muy difícil que en ese ambiente cultural y teológico, en el que se había educado, él tuviera la mentalidad necesaria para dar un salto conceptual de tamaña dimensión y asumir el texto bíblico como una metáfora e iniciar la búsqueda de una explicación mejor.
José Torrubia publicó su obra en Madrid en 1754 y dos años después salió de España con destino Italia. Llegó a Roma lugar en el que publica el volumen IX de la historia de la orden franciscana, como ya mencionamos en el artículo anterior. Más adelante, en 1759 publica en Venecia su obra I Moscoviti nella California, sobre el paso del noroeste y las migraciones humanas de Eurasia a América, cuestión también de importancia religiosa pues elimina la necesidad de la existencia de más de un Adán. Y en 1760 publica en Nápoles La Gigantología Spagnola vendicata en la que defiende la existencia pretérita de gigantes en los territorios del Imperio Español, principalmente en el virreinato de Nueva España. En sus textos menciona haber escrito el tomo segundo del Aparato para la Historia Natural Española, pero tanto si se publicó, como si quedó en manuscrito, se trata de una obra perdida.
José Torrubia fallece en Roma el 17 de abril de 1761.
Como vemos se trató de un erudito que intervino en muchos temas, excelente descriptor y un gran observador, el primer español en aplicar el microscopio a la paleontología, el primero en publicar en España un libro sobre esa especialidad y uno de los primeros en el mundo, el primer español en publicar ilustraciones de fósiles y uno de los primeros religiosos en admitir el origen orgánico de los fósiles. Dejó múltiples discursos y dictámenes sobre temas históricos, religiosos y científicos. Aunque no fue un innovador de la Ciencia, sí lo fue, al menos, de la española.
Aun así, su libro fue una de las obras científicas más difundidos y discutidos en la Europa del siglo XVIII, principalmente por sus posiciones sobre los gigantes, y representó una de las bases de la importante polémica científica de ese siglo sobre la existencia del Diluvio y el origen de los fósiles.
Para saber más: Capel, Horacio. La física sagrada. Creencias religiosas y teorías científicas en los orígenes de la geomorfología española. Ediciones del Serbal, 1985.
1 Capel, Horacio. La física sagrada. Creencias religiosas y teorías científicas en los orígenes de la geomorfología española. Ediciones del Serbal, 1985, p. 138.
El primer libro científico español sobre fósiles se fundamentó en Molina de Aragón (1)