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El seguntino es el firmante y los archivos son, en primer lugar, el llamado, desde hace unos años, Archivo Apostólico Vaticano. Antes se llamaba Archivo Secreto Vaticano y eso de Secreto le daba mucho misterio y mucha enjundia, pero para el investigador no lo tenía, era una cuestión de una lógica ignorancia del gran público.

Ese adjetivo latino Secretum no significaba que fuese un archivo de secretos, de manera que no hay secretos mantenidos aposta, sino cosas desconocidas que los investigadores nos esforzamos en llevar a otros expertos o al gran público. Y es que Secretum es palabra latina que viene del verbo Secernere que significa, separar, reservar distinguir, o sea lo que siguen haciendo los empleados, pues se trata de un archivo “vivo”.

Cuando uno entra en el Vaticano por la puerta más frecuentada, la puerta de Santa Ana, tiene delante una leve cuesta que le lleva a un enorme patio interior, o sea rodeado de palacios enormes, llamado patio del Belvedere.

Un San José que pocos ven. Pocos porque está en el patio de la Biblioteca Apostólica Vaticana, un patio cerrado al que solo tienen acceso los investigadores de la Biblioteca y el Archivo. Es una obra contemporánea y como pueden ver San José tiene a su lado una buena pila de libros.

Por el lado izquierdo de este patio hay una entrada que lleva a la Secretaría de Estado y toda una parte de los Museos Vaticanos con las salas pintadas por Rafael y la gran torre que contiene el apartamento de los Borgia.

En el lateral derecho se pueden ver dos puertas, con batientes de bronce de un escultor italiano contemporáneo, de quien poseo una obra muy secundaria, que dan acceso una a la Biblioteca Apostólica Vaticana y la otra al Archivo Apostólico Vaticano. Otro día podremos hablar de la Biblioteca.

El archivo recoge la documentación pontificia conservada desde tiempos muy antiguos, no obstante su fundación fuera debida al papa Paulo V, siendo un archivo separado de los demás para uso del Papa y sus funcionarios, aunque posteriormente se convirtió en un archivo general.

El patio de la Biblioteca Apostólica Vaticana.

Frente a los grandes archivos, un poco de todo el mundo, la gente no suele saber cuantificar visiblemente lo que hay; pues para que nuestros lectores se hagan una idea, si se pusieran todas las estanterías unas tras otras, empezando en nuestra plaza mayor, podríamos llegar tranquilamente a Azuqueca de Henares, pues se trata de 85 km. de estanterías que van creciendo.

El material se encuentra sobre todo en el grandísimo sótano, un bunker, que los turistas del museo no sospechan que estén pisando, cuando recorren el Patio de la Piña, como tampoco sospechan que tienen mucha historia sobre sus cabezas cuando recorren el segundo piso de las Galerías del Museo, pues hay depósitos en los desvanes, lógicamente preparados para ello.

Pero bueno ¿y quién puede entrar en el archivo? Pues lógicamente gente con una preparación, no puede ser lugar para curiosos, pues de lo contrario no se podría trabajar. Pero no hay discriminación alguna, lo importante es estar preparado; por eso en sus salones de estudio se puede encontrar gente de cultura de medio mundo.

Yo entré por primera vez en 1975 o 1976, presentado por un jesuita catedrático de la universidad Gregoriana, y desde entonces hasta hoy he trabajado con toda comodidad y ayuda. Si, ayuda, pues a veces se pueden presentar problemas de muy diverso tipo.

Te dejan ver cualquier documento, incluso los más importantes y valiosos, aunque lógicamente tienen un equipo para la digitalización pero, también en eso, primero hay que hacer lo más importante, pues digitalizar 85 km. de estanterías no es cosa de hoy para mañana. Incluso es posible que antes de llegar a la mitad ya haya surgido alguna cosa más moderna que haga viejo lo digitalizado.

Les voy a contar dos anécdotas. Pedí un volumen documental del s. XIV y me lo negaron, diciendo que no se podía leer; quizá mi cara manifestaría extrañeza; pues bien, fueron a por él y me lo trajeron para constatar que, sobre el papel, habían escrito con una tinta hecha con mucho plomo, metal que había corroído el papel, impidiendo su lectura; sin restauración no había forma de leerlo.

En otro libro de documentos, me encontré con que el encuadernador había hecho el trabajo de tan mala manera que había encuadernado el papel cogiendo una tercera parte de muchos documentos y tampoco en este caso se podía leer.

Pues bien, se lo hice ver a uno de los empleados, quien solamente me dijo: No se preocupe, mañana cuando vuelva podrá leerlo. Pues efectivamente al día siguiente me lo dieron completamente desencuadernado y pude usarlo.

Al devolverlo pregunté al funcionario qué habrían hecho con el libro y tranquilamente me respondió que encuadernarlo de nuevo como estaba, porque en los próximos sesenta años nadie lo habría pedido.

En los documentos, tanto antiguos como modernos, un problema para el historiador es la caligrafía del que escribe; en el campo moderno puedo poner el ejemplo del cardenal Antonelli, Secretario de Estado de Pío IX, pues parece que solo sabía hacer líneas verticales y eso lo consideraba escritura; o también puede pensar uno en el maestro de Isabel II, que tan mal le enseñó a escribir. Y es que, algunas veces, tener entre las manos cartas o escritos de importantes personajes resulta interesante.

A ello, en los documentos antiguos escritos en latín, se une el uso de las abreviaturas, tan numerosas que existen “enciclopedias” de las abreviaturas latinas y, si queremos, podemos excusar a los escritores porque escribir cansa, o porque, como siempre, hubiera gente que les metiera prisa, etc. etc.

Y como hay tanto material ¿cómo empieza el investigador su trabajo?

Lógicamente llega ya con la idea de lo que busca, pero ¿y en concreto? Pues en concreto se puede empezar por los Índices.

Para comprender esto de los Índices hay que tomar en consideración que eso de la burocracia es tan viejo como la humanidad. También los Papas, cuando emanaban un documento importante, por ejemplo, una bula a un obispo o a un rey, dejaban copia en un primer tiempo en pergamino y luego en papel, creándose de esa manera los llamados Registros. Pero claro, cuarenta o cincuenta años después, si los de arriba la necesitaban había que ir a buscarla ¿y cuánto tiempo va a perder el empleado en ello? De manera que se empezaron a coger los Registros para elaborar una lista, un Índice, con el tema de la Bula o del Breve y poniendo generalmente el nombre del Papa, el número del Registro donde estaba y el folio donde se encontraba el documento. Y ya era más fácil.

Hubo un tiempo en que me puse a trabajar sobre una documentación del siglo XIX, propia de la Secretaría de Estado que, por diversos motivos, sobre todo político-diplomáticos aún no había sido trasladada al Archivo Secreto. En un primer momento me pusieron en una habitación de la misma Secretaría de Estado, muy cerca de la entrada.

Para llegar a esa habitación de estudio había que pasar por una Logia, una especie de galería con columnas por un lado y cristaleras. Pues bien, a esa logia, creo recordar que la llamasen L’Ucelliera di Raffaello, o sea La Pajarera de Rafael, pues sus paredes nos hacen imaginar que estamos dentro de una gran jaula de pájaros. Lógicamente preciosa.

Pues otra anécdota. Junto a esa habitación donde me ponían a investigar se salía a un pequeño patio, por debajo del cual hay un mosaico de la Virgen que se ve muy bien porque es muy grande, desde la plaza de San Pedro. Ese pequeño patio tiene vistas también al patio de San Dámaso, donde hacen su juramento en mayo de cada año los reclutas de la Guardia Suiza, con una bonita ceremonia, y donde la misma Guardia Suiza rinde honores a los jefes de estado que va a recibir el Pontífice u otras grandes personalidades. Pues bien, allí pude ver al entonces príncipe de Gales, hoy rey de Inglaterra, y a su famosa mujer la princesa Diana.

Luego me establecieron en otro salón en el fondo del enorme torreón, llamado Torre de los Borgia, que no era bonito, pero me permitía una mejor relación con el sacerdote archivero de la Secretaría de Estado. Y por eso tuve una serie de interesantes conversaciones sobre la situación del catolicismo en la Unión Soviética que vivía momentos de persecución, pero también de subterránea actividad.

Pero se preguntará el lector ¿y toda esa investigación para qué?

Pues en primer lugar para mi curiosidad y para mi cultura, pero también para aportar datos a la cultura histórica de España y de Sigüenza, como se puede constatar en mis publicaciones.

No crean que para mucho más, pues, aunque se repita eso de “historia magistra vitae”, la historia es maestra de vida, no se lo crean. En tantos años, jamás un responsable de cualquier cosa, de cualquier ámbito ha venido a decirme: “tengo o tenemos este problema ¿de qué manera podría ayudarme la historia a resolverlo?

De manera que, si les gusta y les entretiene la historia, lean y se distraigan. Lo demás déjenlo a los expertos.

 

Pedro A. Olea Álvarez

Sigüenza 2022.

 

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