Viajar no es lo mismo que ver. Tokio, India, Nueva York, Mar Muerto, … Hong Kong, Cairo, Burgos, Marrakech, va enumerando Eduardo. Ciudades caóticas, puentes, óxidos, desiertos, … un olor, luces, veladuras, sigue refiriendo el artista. Eduardo ha visto mucho. Más que la mayoría. Y además ha viajado.
Eduardo Domenech pertenece con toda plenitud a su generación artística. Locos temerarios, privilegiados de sensibilidad, que se empeñan en el oficio del arte, a pesar de todo. En la contemporaneidad-mundo, abarrotada de bípedos pensantes, «desechos, lluvias, trenes, superposiciones», el artista corre el riesgo de fundirse en uno más. Lo que es la muerte del artista.
Se puede haber viajado toda la vida y no haber visto nada. Eduardo contempla una línea o un campo de color y comprende una conexión. «En la noche, cuando se duerme, se percibe todo más nítido». El arte no se comprende, es sujeto de percepción sensible. El que crea comprende y siente. El espectador solo dispone de sus sentidos.
Es imposible ponerse en los zapatos del artista. ¿Y por qué debería ponerme en el lugar de un artista? De un artista concreto en todo el montón de artistas. ¿Cómo comprender si ni siquiera me intereso en seleccionar? «Redes sociales, publicidad, lo material, un roce, un codazo» ¿Poner en duda las vivencias de una persona? ¿Aunque sea un artista? El arte es demasiado importante como para no tomárselo con mucha calma.
“Dale una moneda, que tiene que ganar algo de lo que aprende...” (Euclides) ¿Cómo se aprende a valorar el arte? Leer mucho, ¿ver mucho? “Yo es que no entiendo de arte” (vox populi). Si el arte fuera cuestión de explicación, y no aplicación directa de los sentidos, el único arte posible sería la escritura, subgénero ensayo.
El artista del universo-multitud debe lograr la atención o desaparecer. El espectador que va viendo hace tiempo que reiteró todo lo minúsculo. Desde el podio que iguala la humanidad, el que se concentra en ver se eleva en el momento en que no necesita explicación. La sorpresa instintiva ante lo grande es hija bastarda de la indagación repetida, estéril, gozosa, iniciática, de lo pequeño.
El color del chicle rosa de nuestra niñez. Hay matices rosados en una flor, en una linea atmosférica, en esos fuegos artificiales. En la piel del reflejo de una estatua. La originalidad que hace a Eduardo salir del montón no son sus chicles juguetones. “La foto es bonita, el chicle...” (vox paucorum). Se puede mirar mucho, toda la vida, sin llegar a ver. Se puede mirar detrás para descubrir lo enorme en dos lineas dialogando. Todos al final somos minimalistas. Conexiones nacidas de un bagaje de miradas. Comprensión percibida, sobran las palabras. ¡Mira más, hombre!
Chicles, licencia poética. Goma de mascar sugerente sobre rotundos sonetos sonados. Divertimento y seriedad, opuestos necesarios. “El chicle aglutinante de nuestro subconsciente” (Elena Fernández Manrique: crítica, asesora, comisaria, galerista, experta, ojos de ver).
La obra de Eduardo Domench es muy seria. Se compone de simples miradas extraordinarias al vacío del todo. Privilegio de alma sensible, selección de lo necesario en el continuo incomprensible del batiburrillo-mundo. Eduardo desbasta nuestros sentidos. Eduardo educa nuestro nervio óptico. México, Berlín, Alejandría, Seúl. Cines, playas, museos, tacones. Gracias, Eduardo, por compartir tus personales miradas. Por revelarnos, pobres ignorantes, sus conexiones ocultas. No cabe mayor generosidad. Tú sigue viajando en sueños, haznos ese inmenso favor. Nosotros, vulgares espectadores, seguimos disfrutando en el extraordinario camino de aprender a ver.
Julio Álvarez Jiménez
Eduardo Domenech está exponiendo en la Galería de Arte SIGÜENZA: https://galeriasiguenza.com/?page=exposiciones