Después de unos años en los que asistimos al descubrimiento y posterior despegue del denominado fenómeno de la despoblación, y tras la introducción de la etiqueta “Reto demográfico”, el asunto ha sido tema de reflexiones, jornadas, congresos y material de infinidad de artículos periodísticos.
La puesta de largo, sin embargo, se produjo coincidiendo con la pandemia de Covid-19. Que es cuando entró en la sátira y no, como dicen muchos corifeos, en la agenda política. Son momentos muy diferentes.
La novela “Un hípster en la España vacía”, de Daniel Gascón, es la obra de un autor bregado en tareas periodísticas, literarias y ensayísticas. En ella nos presenta el relato del choque de dos sensibilidades: la de un millenial muy urbano y la de los habitantes, autóctonos e importados, de un pueblo del que procede la familia del protagonista. Los sucesivos encuentros entre estas dos maneras de ver la vida conforman una novela de aprendizaje para muchos de los personajes.
El primero el del urbanita políticamente correcto hasta la caricatura: sus planes de alimentación sana y la consiguiente compra, por internet, claro, de los productos que no encuentra en el pueblo; los talleres de nuevas sensibilidades que propone; el cine-club, etc. El plan de dinamización económica del pueblo, por ejemplo, se topa con que la única emprendedora local es la dueña del club de alterne. Algo que choca frontalmente con las expectativas, de toda índole, de este misionero de la nueva sociedad.
También hay un proceso de aprendizaje, claro, por parte de los nativos. Tienen que reestructurar su concepto de fiestas locales, aunque eso los lleve a dar una batida por los alrededores cuando se les escapa un toro, o descubrir que el rodaje de una película no es la vuelta a la guerra civil.
Todos aprenden, cambian, tras el contacto. Tanto que el forastero acaba siendo elegido alcalde y el tranquilo, casi anónimo pueblo, tiene sus minutos de gloria con la aparición de figuras de relieve y repercusión mundiales.
Un libro, en resumen, muy divertido y que sirve para ver, desde otra perspectiva, un tema reiteradamente agitado, pero no siempre bien iluminado.
Y llegó 2024
Lo de la sátira fue un paréntesis fugaz (Daniel Gascón publicó otra novela con más aventuras del mismo protagonista) y siguieron las reuniones y congresos, la publicación de artículos y reportajes sobre el “Reto demográfico” como continuación de la línea conocida. La que está más cerca de la construcción de una hagiografía que de un marco de reflexión.
Alcanzado ese punto, casi resultaba imposible no caer en la tentación de hacer un musical. O una película. Por supuesto si es una comedia romántica, mejor. Y alguien lo acabó haciendo. En el Festival de Cine de Málaga, edición de 2024, se presentó “Un hipster en la España vacía”, la película.
Aunque ya sabemos que tras frases como “basada en los personajes de”, “basada en hechos reales”, y otras parecidas, se esconden verdaderos desaguisados se entiende que la adaptación de un texto literario no debe ser literal. Otra cosa es que se trate de trasladar el espíritu del mismo al cambiarlo de formato. En este caso da la impresión de que han fiado gran parte de ese trabajo a las conclusiones que se puedan sacar poniendo el mismo título que el de la novela. Porque los escenarios, la idiosincrasia de los habitantes del ficticio pueblo de La Cañada, reflejada en la novela, son un personaje más (y muy importante) que en la película no están y eso influye mucho en el mensaje que transmite.
No sé, por supuesto, si hubo en algún momento intención de hacer una serie más o menos larga. Porque la primera impresión que me quedó tras ver la película es la de prisas, atropello, en la manera como se desarrollan algunas tramas. Por eso digo que pudo haber un planteamiento distinto, con más tiempo para la evolución de los personajes, y, por la razón que fuera, tuvieron que incrustar todos los cambios en hora y media. Pero también puede ser que lo que sale es lo que querían y esa es la visión que tienen de un pueblo de la España interior en el primer cuarto del siglo XXI. De un pueblo, de sus habitantes y de las ocurrencias que emanan de ciertos representantes políticos.
El problema, con la puesta en escena, es que todos los personajes están cortados por el mismo patrón. Todos son buena gente, con sus cosas, pero nada grave.
El forastero imperturbable con la tarea encomendada. Da igual que se lo quiten de en medio en la ciudad o que aterrice en un lugar que ni sabe dónde está. Tiene su misión y le da lo mismo el frío que el calor. Por lo menos su expresión no cambia mucho. Es un hombre de acción metido en el cuerpo de un teórico de salón. Vale para todo.
Lo mismo se puede decir de los habitantes del pueblo. Por cierto, que son muchos. Ese es un lugar donde la despoblación está escondida detrás de los habitantes: los actos informativos de la plaza y la verbena final son multitudinarios. Todos muy razonables cuando hablan con ellos y les explican cómo, en un momento, van a poner “patas arriba” su mundo. Claro que es por su bien ya que se trata del inexorable futuro y eso impone mucho.
Con estos mimbres, en mi opinión, lo que les ha salido es una comedia blandita que busca, y se conforma, con unas sonrisas cómplices producto de situaciones y personajes que no desentonen en horario de máxima audiencia.
Tengo la sensación de que si, con estos planteamientos, llegan a hacer una serie será la versión moderna de “Crónicas de un pueblo” (TVE, 1971 – 1974). Su equivalente cinematográfico, de la misma época, es la película de 1968 “El turismo es un gran invento”.