Algunas horas con Manu
Me pasa con cierta frecuencia. Determinados acontecimientos me remiten inmediatamente a imágenes y recuerdos que unas veces los cuestionan y otras los enriquecen. Con motivo de la celebración de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, me acordé bastante de Manu Leguineche y del silencio que ahora le rodea, después de tantos premios y homenajes. Maestro de periodistas, corresponsal de guerra y también de la vida cotidiana al pasar a la reserva, Manu Leguineche sigue siendo para muchos periodistas, entre los que me encuentro, un claro referente. Un ejemplo indiscutible de honestidad e independencia.
Sin embargo, por culpa de la enfermedad que padece, ya casi no habla. Solo escucha y observa desde su silla de ruedas, a través de las ventanas de su casa solariega de Brihuega. Vive informado, pero nos priva de conocer sus puntos de vista y su interpretación, seguro que brillante, de las claves de lo que está pasando.
Manu Leguineche eligió Guadalajara, más concretamente Brihuega, para descansar y reflexionar sobre las guerras, los viajes y las personas que había conocido durante su etapa de reportero. Se enamoró de la Alcarria hace casi tres décadas y se quedó entre nosotros. “El color de la tierra me gusta, es ocre como el del Vietnam”, escribió en uno de sus libros. A partir de ese momento, Guadalajara – al igual que ocurrió con Cela, aunque son un desenlace muy diferente – tiene la suerte de contar entre sus habitantes con uno de los periodistas más importantes y queridos de España.
En estos momentos, cuando ya casi nadie se acuerda de Manu Leguineche, cuando hasta la crisis económica se lleva por delante el premio internacional de periodismo que lleva su nombre, es cuando más cerca me siento de Manu y de lo que representa. Incluso he llegado a pensar que su retirada fue premeditada, para no sentirse cómplice del deterioro que ha venido soportando este oficio en los últimos años.
Con motivo del homenaje dedicado por la Diputación Provincial de Guadalajara a finales del año 2008, amigos y compañeros de Manu participamos con nuestros comentarios en un libro colectivo, titulado “Guadalajara tiene quien le escriba. Homenaje a Manu Leguineche”.
Aunque sólo sea para recordar a algunos dirigentes provinciales que Manu sigue entre nosotros – hubo incluso alguien que dio la noticia falsa de su fallecimiento -, reproduzco lo que yo escribí en aquel momento.
“En el Jardín de la Alcarria, a espaldas de la casa solariega donde se ha refugiado de muchas guerras, de miles de crónicas y de varias vueltas al mundo, Manu Leguineche habla y pregunta. Pero, sobre todo, escucha. No tiene ninguna prisa. El último vuelo acaba de despegar a un conflicto que ya no es el suyo. “Ahora – dice – las guerras son guerras cuando se televisan”. Su madre, Rosa, aparece de cuando en cuando, mientras apuramos otra botella de rioja. En su instinto protector, la buena señora se lamenta de que Manu no lleve una vida más ordenada, como le gustaría a ella. En su opinión, no se cuida lo suficiente. Manu la mira con ternura. A continuación, con cierta diplomacia, le pregunta por esa partida de cartas que le espera con sus amigas de Brihuega.
El sol se esconde por los altos de Torija, pero nosotros seguimos a lo nuestro. La sobremesa se prolonga sin darnos cuenta hasta el anochecer. Recordamos historias, hablamos de amigos comunes, reflexionamos sobre las tertulias de la radio, exponemos nuestras diferencias en torno a las migas y al cordero asado de la Alcarria y comentamos el nuevo rumbo que está tomando la profesión periodística. También me habla de sus héroes deportivos de la infancia – Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza – y de la pereza que le da entrar de nuevo en Madrid. “Me invitan a participar en tertulias de radio. Lo agradezco mucho, pero estoy muy bien así”, comenta.
La conversación fluye por distintos derroteros, para adentrarse después en terrenos filosóficos, y desembocar finalmente a las puertas del gran objetivo que tenía Manu Leguineche en aquel momento: escribir sobre la felicidad de la tierra. Después de haber sido testigo de tantas atrocidades, de tantas muertes inútiles, a Manu lo que más le preocupaba entonces era encontrar lafelicidad de la tierra, que luego plasmaría en un bello libro que lleva ese mismo título. Cuando nos despedimos para reemprender la vuelta a Madrid – “¿y qué prisa tienes, Javier?” –, le prometí volver pronto, aunque solo fuera para preguntarle por el libro “Annual 1921”, del que habíamos hablado poco, aunque era el motivo principal de la visita.
Después de aquella sobremesa, después de una tertulia nocturna en el restaurante “El Tolmo” que acabó a las cuatro de la madrugada, y después de media docena de entrevistas para la revista “Tribuna”, he llegado a la conclusión de que Manu Leguineche es un ser excepcional y un periodista de los que ya no quedan. Su humanidad, su honestidad y su independencia son cada vez más difíciles de encontrar.
Manu Leguineche es de esas personas que te permiten creer todavía en esta profesión de contar historias, que te reconcilian con la tarea de informar por encima de presiones e intereses. Fue corresponsal de guerra cuando casi no se conocía esa figura. Ha Escrito los libros-reportaje más apasionantes y entretenidos que yo haya leído nunca. No se ha dejado seducir por la feria de las vanidades. Se deja querer precisamente por todo lo contrario: porque no presume de nada.
Bueno, sí, de tener muchos y muy buenos amigos. Gracias Manu por tu amistad y por las sobremesas interminables, por las charlas inolvidables que he compartido contigo”.
Doña Rosa murió ya hace unos años, el mismo día en que su hijo estaba siendo operado. Fue un golpe duro para Manu, pero se repuso y siguió adelante, atento desde su retiro junto al Tajuña a lo que estaba pasando. En agosto de 2009, al terminar mi pregón en las Fiestas de Brihuega, me mandó a un propio. Jesús, el jardinero de Manu, vino a la plaza a darme las gracias y un abrazo de su parte por haberle recordado en el pregón con unas cariñosas palabras.
A pesar de los olvidos más o menos cicateros y premeditados, siempre tendrás el reconocimiento de quienes te admiramos.
Javier del Castillo