No se dejó ver, tampoco se le pudieron hacer fotos, pero paseó durante algunas horas su gran envergadura por el Salón del Trono del Castillo de Sigüenza, donde fueron rodadas algunas escenas de “Cristóbal Colón, el Descubrimiento”. La presencia de Marlon Brando en la Ciudad del Doncel en enero de 1992, dos años después de que su hijo Cristian fuera condenado por el asesinato del novio de su hermana Cheyenne, estuvo rodeada de misterio. Y, sobre todo, de una gran expectación.
El mítico actor no quería ver a un fotógrafo ni en pintura. Ni fotos ni entrevistas. Aceptó el papel de Torquemada en aquella gran superproducción – financiada en parte por la Sociedad Estatal V Centenario – por razones económicas y familiares. Los quinientos millones de pesetas que cobró por encarnar a un personaje secundario en la película los pensaba invertir en la defensa de su hijo encarcelado. También puso como condición que los indios con los que se encontró Colón al llegar a América no fueran los malos de la película.
A sus 68 años, el intérprete de “El Padrino”, “El último tango en París” o “La ley del silencio” era un buen reclamo comercial, la guinda de su propia leyenda, dentro de un reparto en el que figuraban George Corraface (Cristóbal Colón), Tom Selleck, Rachel Ward, Benicio del Toro o Catherine Zeta-Jones. La película, como otros “ambiciosos” proyectos que se pusieron en marcha con motivo del V Centenario del Descubrimiento, fue un fracaso. Seguro que muy pocos de ustedes recuerdan a Marlon Brando en el papel de Tomás de Torquemada. Y, si me apuran, podrían contarse con los dedos de una mano los que han visto en una sala de cine esa superproducción, dirigida por John Glen. Lo que sí está claro es que fue un buen pelotazo para algunos, si tenemos en cuenta que el presupuesto de “Cristóbal Colón, el Descubrimiento” ascendió a 4.500 millones de pesetas.
Curiosamente, uno de los grandes acontecimientos de finales de enero de 1992 era la presencia entre nosotros del mítico actor Marlon Brando, al que – se decía – estaban buscando un chalé en Sigüenza a su medida para que pernoctara los dos o tres días de rodaje.
Yo trabajaba entonces de reportero en el semanario “Tribuna de Actualidad” y, por razones obvias, iba a ser el encargado de contar a los lectores los prolegómenos de aquella visita: la expectación que había generado la noticia en la ciudad, los detalles del rodaje, los extras que se iban a contratar y los recelos que mostraba una parte de la jerarquía eclesiástica para que se rodara en el interior de la catedral. “A mí no me hace mucha gracia lo de la película porque los actores no son creyentes y quizás se despreocupen de ciertas formas de comportamiento”, me dijo un sacerdote que pidió permanecer en el anonimato entonces y que tampoco voy a desvelar ahora.
Lo cierto es que diez días antes de que “Torquemada” Brando llegara en una furgoneta con los cristales tintados al patio de armas del castillo-parador, publiqué en “Tribuna” una crónica de ambiente, en la que tampoco faltaron las valoraciones e impresiones del alcalde de entonces, Marcelino Llorente – excelente alcalde y mejor persona -, al que mi compañero Chema Vegas hizo posar en el balcón del Ayuntamiento. “Los rodajes de películas – nos decía Llorente – son una buena fuente de ingresos indirectos, por la cantidad de gente que mueven y el trabajo eventual que generan. La película sobre Colón romperá la monotonía que resurge en la ciudad tras las fiestas navideñas”.
Después de casi 25 años, me resulta difícil recordar algunos detalles de aquel trabajo, pero sí me consta que una de las personas que más información me aportó sobre los preparativos de la película fue Virginia Perezagua, encargada de facilitar el trabajo a la productora en Sigüenza. Me contó, entre otras cosas, que iban a necesitar como extras a personas con el pelo muy largo y también a un número indeterminado de calvos, que por el precio de 6.000 pesetas diarias encarnarían a monjes de la Inquisición, o que Marlon Brando sólo pernoctaría en la ciudad si le encontraban un chalé de lujo para alojarse junto a un secretario particular, el encargado de su vestuario y varios escoltas. Estaban dispuestos a pagar por el alquiler 300.000 pesetas.
Al final, no se encontró un chalé a su medida y se decidió que el actor se alojará con su séquito en el Hotel Palace de Madrid, desde donde hizo unos cuantos desplazamientos casi en secreto a Sigüenza. Aunque yo sólo me ocupé de informar de los prolegómenos y no del rodaje en sí, algunos compañeros de la prensa nacional y provincial se lamentaron del hermetismo y de las medidas de seguridad que rodeaban a Marlon Brando, hasta el punto de no poder ilustrar sus informaciones con alguna foto del actor. La incuestionable y oronda estrella de Hollywood había salido de su retiro voluntario con el único objetivo de hacer caja y pagar a los abogados que defendían a su hijo. Tres años después, en 1995, su hija Cheyenne se suicidaba, haciendo todavía más triste y desoladora la vejez de quien fuera durante unos días en Sigüenza el misterioso “Torquemada” Brando.
En la película “Cristóbal Colón, el Descubrimiento”, Sigüenza es Lisboa; la Casa de El Doncel simula ser la casa de Cristóbal Colón en la capital portuguesa, y el patio del castillo, las caballerizas del Rey de Portugal. Pero eso es lo de menos.
Lo cierto y verdad es que Marlon Brando pasó por Sigüenza como una sombra, permaneció algunas horas envuelto en una capa junto a la chimenea del Salón del Trono, y probablemente ni se enteró de que estaba en una de las ciudades más bellas de España.
Acostumbrado a la isla que se había comprado en la Polinesia Francesa, situada a 50 kilómetros al noroeste de Taití, los fríos de la meseta le dejaron helado.