Enclavada en el término municipal de Alcuneza, lindando con el de Mojares, en la margen izquierda del rio Henares, a 5 Km de su nacimiento y junto a la carretera GU-127 (Km 7.500), se erigió la central hidroeléctrica “Salto Pepita”.
La fábrica de la luz, como era conocida popularmente, inició su construcción en 1921, en los terrenos aludidos, aunque, en principio, se pensó su construcción junto a la estación del ferrocarril de Alcuneza, entre dicha estación y la carretera.
Fuera por lo que fuese, al final se decidió hacerlo en el lugar que comentamos.
Un ingeniero, D. Julián, fue el promotor de esta gran obra, por sus dimensiones, y en 1924, quedó finalizada una parte, que incluía el edificio principal en el que pusieron el nombre de Salto Pepita en honor a la esposa de D. Julián. Este edificio sería el que albergaría la instalación principal de la maquinaria, un almacén, dos viviendas y la parte subterránea donde se ubicarían los álabes y la turbina y por donde también discurriría el canal del sobrante del embalse.
Al surgir distintos problemas que ponían en peligro la consecución de la obra, y tras un cierto espacio de tiempo, se hizo cargo de la situación D. Dionisio García, prestigioso empresario seguntino, quien llevó a cabo la terminación integral que comprendía, además del gran embalse, la tubería, protegida con unas paredes y techada, por donde tras treinta metros de caída, desde la balsa a la turbina, el agua movería los álabes. El embalse se alimentaría con el agua conducida por un canal de unos tres kilómetros y medio, cuya toma se realizaría desde el rio Henares, junto a la ermita de Quintanares, a través, al principio de su curso, de un acueducto (que aún se conserva, en parte) para no ocupar terrenos de producción agrícola y posteriormente el propio canal atravesando el término municipal de Horna y Mojares, paralelo al rio Henares y a diferentes distancias entre la carretera y los cerros cuya parte meridional mira hacia Guijosa. Este trazado es muy irregular por la orografía del terreno, con bastantes curvas, varios puentes para pasos de ganado lanar y agropecuario, compuertas en distintos lugares para la evacuación del agua cuando fuese necesario, a través de unas acequias que irían a desembocar en el rio Henares. Por muchos de sus tramos fue reforzado su cauce con piedra y cemento. Se plantaron árboles en las orillas de todo el canal.
Se desplegaron las líneas de alta tensión, a base de postes de madera con sus aisladores correspondientes y los cables o alambres, además de un transformador en la entrada de cada núcleo de población, para convertir la corriente que circularía a 6000 voltios, en 125, que sería el voltaje en uso. Naturalmente, también se procedió a la instalación del alumbrado público de las localidades, así como de la particular en cada domicilio.
Se llevó a cabo el montaje de la maquinaria en el edificio preparado en el Salto Pepita. Comprendía el alternador (donde se generaba realmente la electricidad), el regulador, la turbina, la llave principal del inicio de puesta en marcha (apertura del agua), el cuadro de control (voltaje, amperaje, control salida de la electricidad, detector de averías en líneas) y la sala de alta tensión, totalmente aislada del resto, desde la que arrancaban las líneas generales que distribuían la energía a los distintos destinos. La maquinaria era de fabricación sueca de la casa ASEA Wastheras Sweden. En el sótano se instaló la turbina.
Como alternativa, para cuando fuese necesario, por emergencias, se montó un equipo de gasoil que suplía provisionalmente a la turbina hidráulica, conectado también con el cuadro de control. Era un motor alemán marca Junker, de cuatro pistones o cilindros de 40 caballos. Generalmente estaba pocas horas en servicio, pues si estaba mucho tiempo se recalentaba, era para emergencias. Eso sí, el ruido que producía era ensordecedor, oyéndose a bastante distancia
A finales de noviembre de 1927 se puso en funcionamiento la central suministrando energía eléctrica a todas las localidades, que a continuación enumeraremos, desde la puesta del sol de cada día a la salida del siguiente; hasta los últimos años de la década de los sesenta en que tomó el control de la zona Unión Eléctrica Madrileña, dejando sin uso la central, aunque por un tiempo la usó de subcentral, mas sin funcionamiento de la maquinaria. A partir de entonces, la energía eléctrica fue de veinticuatro horas diarias.
Las localidades a que nos referimos fueron:
Alcuneza con 459 habitantes
Alboreca con 225 habitantes
Mojares con 72 habitantes
Horna con 309 habitantes
Guijosa con 264 habitantes
Palazuelos con 378 habitantes
Pozancos con 230 habitantes
Ures con 86 habitantes
(Estos datos han sido tomados del Diccionario abreviado Espasa, edición 1950)
Además, durante unos pocos años, al principio, también se suministró energía a una pequeña zona de Sigüenza, situada detrás del actual Centro Médico.
Si se producía alguna avería que dejaba sin fluido eléctrico a alguna localidad, se detectaba en la central y, al día siguiente, a primera hora, se iniciaba la marcha a través de la línea para revisarla. Por una parte, se salía desde la central y, al mismo tiempo, el encargado correspondiente que había en cada zona, por el lado contrario, hasta que se encontraban donde estaba la causa que, sobre todo en invierno, solían ser algún poste caído o un aislador roto, o cable desprendido a causa de las inclemencias del tiempo.
Una vez al año, generalmente los tres últimos días del mes de agosto, se procedía a la limpieza del canal y de la balsa. De madrugada, el primero de estos días, una vez cortada la entrada del agua del Henares, se abrían las compuertas del canal y de la balsa, desaguando a través de las acequias en el rio Henares, y liberando gran cantidad de cangrejos y pececillos de los cuales muchos quedaban atrapados en el recorrido hasta el rio, por lo desigual del cauce de las acequias, lo que producía gran alborozo entre los que conocían el proceso, sobre todo mozalbetes, de los pueblos más cercanos, por las capturas que se producían, pues los charcos duraban varios días, sobre todo los más profundos. Nosotros podemos dar fé de ello. A partir de ahí se incorporaban varias cuadrillas de trabajadores, unos cincuenta en total, contratados de las localidades de alrededor (hasta de Palazuelos llegaban) y en tres días quedaba todo limpio de berras, arbustos, piedras, lodo, etc. Todo el curso del caz y el embalse. El último día, aparte de pagar a los trabajadores, les repartían varias arrobas de vino, con lo cual había quien se marchaba bastante eufórico. Cuando se terminaba la limpieza, se cerraban compuertas y se volvía a conectar la toma del agua en el Henares. Tan pronto como la presa tenía agua suficiente, se reanudaba el servicio.
Durante los veranos, acudían jóvenes, generalmente de Sigüenza, aunque también de algún pueblo, a nadar en la balsa, la mayoría de las veces con autorización de los dueños del Salto. También había quienes lo hacían furtivamente.
De todas formas, nunca hubo que lamentar desgracias personales. Naturalmente, el agua tenía temperaturas bastante fresquitas, pues aparte de la gran masa que era, estaba casi siempre circulando y cuando se llenaba la presa desembocaba el líquido en el sobrante, con lo cual el agua estaba muy poco tiempo embalsada como para calentarse mucho.
En tiempo de tormenta, dentro de la central, se podían observar frecuentemente las descargas eléctricas producidas por los rayos. En la sala de alta tensión había un terminal conectado a las líneas del tendido eléctrico, por un lado y, junto a éste, con una separación de pocos milímetros, otro terminal que, a través de un cable conductor muy aislado conectaba con una placa rectangular muy gruesa, de plomo, que estaba profundamente enterrada fuera de la central. Allí finalizaban las descargas. Cuando se producían muchas seguidas podían verse pequeñas llamaradas, otras veces chispas, entre los terminales. De hecho, los rayos que atraían las líneas iban a parar ahí. Los que vivíamos allí, lo habíamos visto desde pequeños y no nos asustaba; pero, si alguien ajeno estaba por la zona y venía a refugiarse un momento, lo solía pasar mal.
Los veranos eran muy placenteros allí, pues nuestro padre lo tenía todo como un gran jardín, con perales, manzanos, guindos, ciruelos, cerezos, etc. y con la hierba muy cuidada. Los inviernos, en cambio, eran muy duros y rigurosos, con grandes nevadas que nos dejaban aislados, sin poder ir al colegio.
Fue una pena que, de alguna manera, no se pudiese aprovechar esa infraestructura ya montada, con una materia prima barata, cuya producción fuera a revertir a las líneas generales de Unión Eléctrica Madrileña para su distribución; pero quizá tendría más inconvenientes que ventajas o supondría tan poca cosa que no mereció la pena.
Esta es la historia a grandes líneas de la Fábrica de la Luz “Salto Pepita”.
Andrés, Dioni y Jacinto de la Fuente Tejedor