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En la I Guerra Mundial, de la que el pasado 28 de julio se ha cumplido un siglo de su inicio, los gobiernos españoles de la época mantuvieron una posición neutral, lo que permitió un incremento espectacular de la exportación de productos agrícolas, mineros e industriales españoles a los países contendientes. Por este motivo en la provincia de Guadalajara el comercio de mulos conoció un verdadero auge en esos años, y ello aumentó la riqueza y prosperidad de Maranchón, pueblo  del que muchos de sus habitantes se dedicaban a esta actividad.  

Pero no para todos supuso el mismo beneficio esta coyuntura económica. A partir de 1915, dada la creciente demanda exterior, los precios iniciaron una subida vertiginosa que no se correspondió con un incremento similar de los salarios. Este fenómeno, que primero se produjo en las grandes ciudades y mas tarde en el campo, donde la pérdida de poder adquisitivo fue mayor, dio lugar a la pertinente escalada de conflictividad social, cuya máxima expresión tuvo lugar con la Huelga General de agosto de 1917.  

A principios de febrero de 1918 el semanario liberal seguntino La Defensa, que dirigía el abogado Eduardo Olmedillas, informaba que en Sigüenza se había producido una concentración de mujeres contra la carestía de las subsistencias

“El lunes pasado se reunieron en la plaza Mayor, frente a las puertas del Municipio gran número de mujeres que acudieron a pedir al alcalde el abaratamiento de algunos artículos.
La autoridad local conferenció con una comisión de las manifestantes a las que prometió su decidido apoyo disolviéndose inmediatamente la reunión  en el mayor orden.” (La Defensa, 4-2-1918)

Estas amas de casa no eran las únicas que protestaban; pidiendo que el precio del pan no subiera, un grupo  de mujeres de Marchamalo en mayo de ese mismo año se entrevistó con el alcalde de esa localidad, del que arrancaron su promesa de mantenerlo. El 8 de agosto de 1918 tuvo lugar una jornada sangrienta en Guadalajara, en la que las fuerzas de orden público dispararon contra la multitud causando un muerto, cuando esta protestaba por el excesivo precio y la mala calidad del pan, derivando los sucesos en huelga general.

Esta nota informativa de La Defensa proseguía diciendo que a consecuencia de la reunión de las mujeres con el alcalde, el Ayuntamiento se había juntado con algunos industriales y acordaron mantener el precio de la libra de aceite en 85 céntimos, pero venderlo los comerciantes a 75 céntimos, pagando de fondos del Ayuntamiento los diez céntimos restantes a los industriales. La Defensa criticó la subvención a los aceiteros por el Ayuntamiento argumentando que en definitiva era el pueblo quien pagaba. El Ayuntamiento también acordó que las patatas se compraran en el almacén de Ignacio Sánchez al precio de 1,50 la arroba, y que a este el municipio le abonara también la diferencia entre el precio de adquisición y el de la tasa, “ya que por lo visto las había comprado aquel a precio mas elevado que el de 1,50”.

Finalizada la guerra, a finales de 1920 la carestía de los alimentos inició un ligero descenso, aunque no parecía ser en Sigüenza precisamente donde se notara:
“Raro es el día que en los periódicos de Madrid no aparece la noticia de haberse conseguido en algún punto de España la rebaja de alguno de los artículos más indispensables para la vida.

En Sigüenza en cambio, continúan vendiéndose todas las cosas a precios extraordinarios, con daño evidente de los consumidores, que se ven desamparados de la autoridad local, dedicada a proteger con su encogimiento de hombros a esos industriales desaprensivos que aumentaron sus ganancias durante la guerra y no quieren limitarlas durante la paz. (...)

El egoísmo y la codicia han llegado en Sigüenza a la cumbre del desenfreno; y desde los dueños de fincas urbanas que han elevado los alquileres a precios inverosímiles, hasta los mas modestos industriales que con capitales irrisorios viven mejor que Romanones, hacen imposible la existencia en esta Ciudad, donde los mercaderes lo son todo y donde los Alcaldes se burlan de los intereses del vecindario.

Y así se observa que mientras el trigo se vende mas barato que nunca, el pan se adquiere tan caro como hace cuatro años y no por culpa ciertamente de los panaderos; y mientras la carne se compra en vivo y a precios baratísimos, se expende a precios fabulosos, comparados con los de otros mercados, siendo conveniente no olvidar que en cualquier sitio los gastos de cualquier carnicería son infinitamente mayores, que los que lleva consigo la de mas lujo de Sigüenza.” (La Defensa, 25-5-1922).

Las denuncias de La Defensa tuvieron su efecto, y sin duda por ello el Ayuntamiento se vio obligado a intervenir en el asunto, lo que por otra parte era considerado por este periódico una obligación del alcalde:

“Parece ser que a requerimientos hechos en una sesión por el Concejal señor Costero, el lunes convocó el alcalde a una reunión a  carniceros y harineros [...] como nos aseguran que en ella se llegó a decir que no pueden rebajarse ni el pan ni la carne porque la ganancia es muy pequeña, vamos a poner unos datos para que el público vea como es explotado por los industriales y desamparado por las autoridades.

El cordero en pie se vende a 1,20 kilo (hemos presenciado ayer la compra de dos por unos señores): pagados todos los gastos la carne sale a los vendedores a 2,23 ptas. kilo y como en las carnicerías se vende a 3,60 ptas., resulta una ganancia en kilo de 1,37 ptas., y entiéndase bien que nos referimos al cordero del país que es mas caro, no al merino, que es el que comemos. Que entonces la ganancia resultaría mayor, mucho mayor.

En cuanto a la harina, ya hizo LA DEFENSA oportunamente la cuenta de la ganancia tan enorme que tienen y para no repetirlo tantas veces, nos haremos solo una pregunta: Si ahora que el trigo está a 18 ptas. fanega pierden “los infelices” harineros, ¿cuánto no se perjudicarían cuando el trigo se cotizaba a 30 pesetas y se vendía la harina al mismo precio...?

Para esto son las autoridades; en estos casos es donde debe verse la energía del Alcalde, defendiendo los intereses del público contra los abusos de unos cuantos industriales, que están haciendo lo que les da la gana.” (La Defensa, 15-6-1922).

Ciertamente era grave el problema del precio de los alimentos mas básicos en Sigüenza. Baste decir que si bien el precio del pan era elevado por causa de la numerosa mano de obra que intervenía en la producción de trigo en una agricultura sin mecanizar, no menos cierto era que la acción de los especuladores encarecía mucho un producto tan importante  en el gasto de las familias de entonces (y en su dieta alimenticia): el precio de un kilogramo de pan, 0,55 céntimos, consumía mas de la cuarta parte del salario de  un mozo de almacén en Sigüenza al ser este de 2 pesetas.

Agradezco a Juan Carlos Garcia Muela el conocimiento de la mayor parte de los ejemplares de LA DEFENSA que se citan en este artículo.

Enrique Alejandre Torija

Viñeta

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