Francisco Layna Serrano (1893-1971), médico e historiador, nació en Luzón y llegó a ser Cronista Oficial de Guadalajara. Entre sus muchos escritos entresacamos un artículo publicado en junio de 1935 en el SIR (Semanario Independiente Regional) cuyo director era Estanislao de Grandes y se imprimía en la seguntina imprenta Rodrigo. El escritor divaga sobre el veraneo en Sigüenza de su época. Se queja del estado ruinoso de las Travesañas, hace mención al precio de los alquileres, opina que se debería atender más a la cultura que al ocio y propone aprovechar el potencial turístico de la comarca. Han pasado casi 80 años desde que se escribió este artículo pero parece que algunas cosas permanecen para siempre inalterables en Sigüenza.
Factor importante en la vida económica de Sigüenza, es la colonia de veraneantes, atraídos por la bondad del clima, el ambiente tranquilo y honesto, los encantos indudables de la ciudad con su rancio sello de noble castellanía y el carácter de sus habitantes, si no expresivo, muy hidalgo.
Numerosas familias acuden a Sigüenza en el verano; casi todas vuelven en años sucesivos; pero ¿no pueden acudir más? ¿Hace algo Sigüenza colectivamente para llamarlas, para atraerlas? Nada de eso.
A Sigüenza acudirían muchos más veraneantes si se hiciera una propaganda activa de las excelencias de la ciudad mitrada como lugar de residencia estival; si se anunciara a los cuatro vientos la belleza evocadora de sus calles arcaicas, de sus monumentos arquitectónicos y de sus alrededores; si se habilitaran con la debida decencia muchas casas hoy abandonadas (¡cómo podía explotarse el típico barrio de “Las Travesañas” condenado a hundirse lentamente!) facilitando su alquiler por poco dinero, ya que hay muchos cientos de familias pertenecientes a la clase media, que solo puede pagar doscientas o trescientas pesetas por casa para el verano; si se hiciera todo lo posible para que la vida en Sigüenza resultara lo suficientemente económica para que sin dejar de producir ganancias a la población, consintiera a muchas gentes de limitado caudal un par de meses de reposo lejos de tráfago de las grandes ciudades; por último, acudirían grandes núcleos de familias veraneantes, si la ciudad hiciera (como es su obligación y conveniencia), cuanto le sea posible porque resultara grata a la colonia estival la permanencia en la simpática ciudad. Problemas estos, que debían resolver de consuno Ayuntamiento e industriales de toda laya, propietarios y proveedores; magno problema que por no ocuparse nadie de estudiarlo, hace que año tras año se pierdan para Sigüenza grandes caudales que pudieran ser fuente de riqueza salvadora de la crisis invernal e impulsora de un resurgir brillante al que Sigüenza tiene pleno derecho. Conozco en la Rioja una población parecida a Sigüenza en cuanto al prestigio de su pasado, en cuanto a su privilegiada situación, y en cuanto al número de sus habitantes, por rara excepción, allí no hay Casino… ni hace falta; si los Casinos “principales” de los pueblos de España cumplieran su misión, que es a más de lugar de esparcimiento y convivencia el laborar por la cultura y bienestar del pueblo, Haro (la población a que aludo) lo tendría; si había de ser como el de todas las ciudades y villas de España, nido pestilente de la política de campanario, del chismorreo pueblerino, partidas de tute y tresillo o las veladas cursis, hace bien en no tenerlo. Pero en cambio, hay allí una “Sociedad de Amigos de Haro” de la que forman parte todas las llamadas “fuerzas vivas” de la población, unidas para enaltecer, mejorar y honrar a su amada patria chica; ella procura iniciativas al Ayuntamiento; ella organiza las fiestas sin reparar en pérdidas posibles y frecuentes; ella hace cuanto puede por la cultura de sus convecinos, por la atracción de forasteros, por dar tono de verdadera ciudad a la capital de La Rioja Alta… y lo consigue, disputando a Logroño en buena lid la aureola de capitalidad. Hasta en este último punto, por su situación geográfica se le parece Sigüenza; ¿por qué no se le parece también en lo demás? ¿Por qué el Casino Seguntino no se trueca más que nominalmente de un modo efectivo y eficaz en “Sociedad de amigos de Sigüenza”? Ahí está la idea de programa inicial; a ver si Sigüenza la aprovecha y la sirve, en bien de su prestigio y de sus intereses.
A todo esto, entretenido en tales divagaciones, no hablé del tema principal de esta crónica y voy a hacerlo con brevedad. Sigüenza poco o nada hace por que resulte amable la estancia en ella de los veraneantes, que salvo los consabidos paseos matutinos en La Alameda, el desplazamiento por la tarde hacia el pinar o el bailoteo cursi y antihigiénico en un corralón pretencioso denominado El Parque (!¡), no tienen otra ocupación que la de aburrirse; ello hace que mucha gente, sobre todo joven, vaya a Sigüenza un poco a la fuerza. ¿Por qué no se preocupa algún industrial avispado de organizar excursiones cómodas y baratas a los lugares vecinos?
En lugar de ganar el ciento por ciento con unos pocos (recuérdese la fábula de la gallina de los huevos de oro) cífrese el negocio en la persistencia del mismo, y este queda asegurado con el número y la baratura. Un autocar que pudiera hacer en el día dos viajes de ida y vuelta a la sugestiva villa de Atienza para traer y llevar viajeros, o al pueblecillo Santamera tan pintorescamente situado, o a Luzaga, o a Anguita, o a Pelegrina, produciría a su dueño saneados beneficios y procuraría a los veraneantes higiénica distracción durante no pocos días. Muchas tardes, la gente podría irse a merendar a la maravillosa hoz del río Dulce al pie de Pelegrina, o a las quebradas de Aragosa y la Cabrera, que es una vergüenza no sean conocidas como merecen por su salvaje belleza, no ya por los veraneantes de Sigüenza, sino por todos los enamorados de los paisajes pintorescos y sugestivos. ¿Cómo no se ha ocurrido todavía a nadie acometer esta empresa que al probar el cariño a la tierra nativa procure de paso un beneficio económico? Para todo lo que suponga alicientes para la estancia en Sigüenza, deben unirse los seguntinos interesados en beneficiarse de la colonia estival; si esta insinuada Sociedad de amigos de Sigüenza se creara, uno de los fines primeros a que se destinara el importe de sus cuotas, debiera ser el auxiliar económicamente estas excursiones, que si la primera o la segunda vez costaban dinero, lo darían de modo ininterrumpido en cuanto se acreditaran.
Y nada más por hoy; el espacio disponible en este semanario no consiente prolongar mi artículo, y con lo insinuado basta… ¡si es que se quiere aprovechar!
F. Layna Serrano
Cronista provincial
Madrid, Junio de 1935