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Vista septentrional de Sigüenza

Los que somos aficionados a la historia local seguntina, hemos encontrado en las nuevas tecnologías, y en internet en particular, una inagotable fuente en la que sumergirnos y consumir las horas que inevitablemente le robamos a nuestro trabajo o familia. Entre los recursos que nos ofrece la red de redes, uno de mis favoritos son las distintas hemerotecas digitales, que nos acercan la prensa que se fue publicando en nuestro país a lo largo de los dos últimos siglos. Además, la continua digitalización de fondos hace que nunca podamos dar nuestra búsqueda por finalizada, pues nunca sabemos cuándo, al interrogar por nuestra ciudad a los motores de  búsqueda de los distintos recursos, encontraremos alguna noticia desconocida.

Eso mismo me ocurrió a mí cuando, examinando la Biblioteca Digital de Castilla y León, pude ver que entre los números del año 1852 de la revista Semanario Pintoresco Español, se encontraba uno dedicado a la catedral de Sigüenza (nº 21), y otro que incluía un grabado del mismo templo (nº 12).

El Semanario Pintoresco Español fue una revista dominical que se publicó en Madrid entre 1836 y 1857. Su fundador fue Ramón de Mesonero Romanos, escritor costumbrista cuyos estudios históricos y artículos le hicieron acreedor del título de cronista de la capital. La revista surgió siguiendo el éxito de las publicaciones pintorescas inglesas y francesas, y llego a tener una tirada de hasta 5.000 ejemplares. Ángel Fernández de los Ríos, su último director, la presentaba en 1856 como una revista “de lectura familiar, apta para todas las edades, útil e instructiva, popular y apolítica, dirigida a los corazones sanos que aún conservan amor a las glorias españolas”.

Del hallazgo a las referencias a nuestra ciudad me llamaron  la atención varias cosas: en primer lugar y por encima de todo, los grabados que incluía. El dibujo de la fachada principal de la catedral muestra una vista que, por la altura y perspectiva, perfectamente podría estar hecho desde un balcón de la casa de mis padres. Ver aquella imagen, de más de 160 años y a la vez tan profundamente familiar, me dibujó una sonrisa en los labios.

Tras esta agradable sorpresa, me lancé a examinar el artículo en el que se describía la catedral y, más brevemente, la situación general de la población. El escrito lo firmaba Francisco García Somolinos. Una rápida búsqueda me llevó a constatar que sus apellidos coincidían con los de la madre del que quizá sea el historiador y arqueólogo más célebre que ha dado nuestra ciudad: D. Manuel Pérez-Villamil García-Somolinos. Teniendo en cuenta que éste nació en 1849, y que el artículo que nos ocupase publicó el 23 de mayo de 1852, parece probable que fuera hermano de la madre (María del Carmen García Somolinos) de D. Manuel.

El autor no oculta en ningún momento su auténtica devoción por el templo y por toda la ciudad. Tras una breve descripción de la situación geográfica de la misma, valora “la moderna y vistosa calle San Roque y su barrio nuevo, con simétricas casas de piedras de sillería y anchas y espaciosas aceras” y su hermosísimo paseo de la Alameda, que “a cualquiera que entre por la parte de Aragón a la ciudad hará formar una idea muy aventajada del pueblo”.

Aunque no se detiene en describirlos, sí nombra los que, a su juicio, son los edificios más notables además de la catedral: el colegio de los Infantes, el de San Antonio, la casa de Misericordia y el castillo o fortaleza, del que nos dice que “sirvió de palacio a los obispos de la diócesis por muchísimos años hasta que en la pasada guerra sirvió de fuerte y de resultas quedó inutilizado (…) pero ha sido restaurado en el año último a expensas del gobierno y Ayuntamiento y ha vuelto a su antiguo destino”.

Siguiendo en esta línea, habla de los lindos paseos, abundantes fuentes, jardines y sitios de recreo, de su “célebre acueducto, asombroso por su inmensa elevación y arrogante construcción”, el franco y honrado carácter de sus naturales… y aprovecha para reivindicar vehementemente que Sigüenza pase a ser la capital de la provincia, pues, según dice, Guadalajara no tiene tantos títulos a serlo y “toca en lo ridículo que una ciudad céntrica, con silla episcopal, con edificios capaces para oficinas, con milicia provincial a que dio nombre en su día y con tantas otras ventajas sobre la capital, sea subalterna de aquella contra todo principio de justicia y de conveniencia”.

Tras el alegato político, pasa a ocuparse de la catedral, a la que llama“vivo testimonio de la gloriosa historia de nuestras artes en la Edad Media, que debería verse, porque no es dado al lápiz ni a la pluma producir la emoción grata que se siente cuando por primera vez se la contempla y admira”, y también que “parece increíble que en una sierra de Castilla, y en una ciudad tan humilde, exista un edificio tan notable como la catedral”.

Posteriormente se centra en las maravillas que encierra la catedral, resaltando su altura, la capilla de los Arce, el cuadro de “Santa Ana dando lección a la santísima Virgen” que atribuye a Murillo, y otros muchos detalles. Pero también encuentra espacio para mostrar su desagrado con algunas obras, como el retablo de la Virgen de la Mayor (que representan en un grabado) del que dice “el mal gusto del artista merecería justamente que no nos ocupáramos de su obra, a no ser por sus preciosas columnas de Jaspe de una sola pieza y por el gran mérito que tienen los cuatro evangelistas de bronce, de tamaño natura, colocados en la cornisa”.

De su exterior destaca varios detalles, entre ellos “la fachada, la puerta del mercado y la arboleda que en estos últimos años se ha plantado”. Nos cuenta también que al hacerse las zanjas para plantar dichos árboles se encontraron “varias lápidas sepulcrales labradas con bastante cuidado, infiriéndose de ellas, y de las noticias que se conservan en el archivo, que aquel sitio en lo antiguo estaba destinado a tumbas de los caballeros”. De esta misma perspectiva, que acompaña de nuevo con un grabado, reseña que la torre llamada del Santísimo [por nosotros conocida como del gallo], tiene una elevación de 186 pies y que de resultas de un terremoto quedó algo desnivelada y torcida, por lo que habían tenido que ponerle unos fuertes cruceros de hierro para dar la seguridad que debió tener en tiempos.

El autor se despide de sus lectores disculpando que no pueda celebrar todas las maravillas que se encierran en la catedral dado el espacio limitado que tiene para el artículo, y anima a los que “sin alejarse nuestro suelo viajan por conocer las bellas creaciones de las artes, no se olviden de visitar la catedral de Sigüenza, con seguridad de encontrar en ella prodigios y preciosidades que no hallarían tal vez en otros países”.


Bibliografía consultada:

Amores, M. (2004) La crítica literaria de la novela francesa en el Semanario Pintoresco Español. En: Premsahispànica i literatura francesa al segle XIX. Petites i gransciutats. Lleida: Universitat.

Semanario pintoresco español - Nueva Epoca (1852). Madrid. Disponible en https://bibliotecadigital.jcyl.es/

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