El obispo don Juan Díaz de la Guerra, historiador, geógrafo, teólogo, hebraísta y helenista, impulsó la construcción de obras que han quedado en la ciudad como santo y seña de una fructífera prelacía. María Pilar Martínez Taboada y María Morera Pintos han rescatado del Archivo Histórico Nacional planos del Barrio de San Roque y del conjunto de la ciudad de 1807. En ellos, se puede contemplar el desarrollo urbano y la magnitud del proyecto emprendido por el Sr. Guerra.
En la descripción del plano de 30 de diciembre de 1807, firmado por Ramón Sierra, aparece delimitado por las letras A, B, C y D, “lo que antes era cuartel, construido por el Sr. Guerra en lo más baxo y umedo (sic) de toda la Ciudad, de manera que no obstante ser medianil de las ocho casas y sus corrales numerados con el número 21”. El citado plano nos dice que el espacio estaba ocupado por “el nuebo (sic) Parador y sus oficinas” (nº17), la Casa de Pastelería (nº 16), la casa y fábrica de la Taona (sic) (nº 19) y sitio del Nuevo (sic) Hospital (nº 20). “Parador para hospedaje y asistencia de transeúntes y viajantes que han hecho o pueden hacer descanso”.
El 3 de agosto de 1829, se otorgó la escritura de arrendamiento de la Casa Posada titulada Parador Nuevo, sito en la bajada de la calle de Medina, contiguo al Paseo de la Alameda, entre Felipe Ibáñez y su esposa María Gil, como principales, José Armadá y Baldomera Sardina en calidad de fiadores y de otra parte, la Comunidad de Religiosas Agustinas del Convento de Santa Úrsula. Actuaron como testigos Juan Argumosa, Juan Soriano y Fausto Ranz, todos ellos vecinos de Sigüenza.
Tenían que administrar la Casa Posada, la Casa Pastelería y atender las reparaciones “que ocurran en dicho Parador”, desde las escaleras para abajo, incluyendo las mismas y obras menores de toda la casa. Puertas, ventanas, cerraduras llaves y “demás necesario” tenían que quedar bien reparados a la finalización del contrato.
Los entonces actuales arrendatarios, Antonio Duce Abad y su esposa María Ibáñez, tenían que abandonarlo para trasladarse la Villa de Ariza (a 10 leguas) para poner en funcionamiento la Posada propiedad de los hermanos José y Santiago Palacios, llamada Parador de los Caballeros, situada a la salida de la villa en la carretera de Madrid a Zaragoza.
Antes de firmar la escritura del 3 de agosto, María Gil y María Ibáñez se desplazaron al locutorio del Convento para decirles a las monjas que si no quitaban la condición de que Felipe Ibáñez dejara la Posada de El Mentidero, María Ibáñez no abandonaba el Parador Nuevo. Las propietarias accedieron y otorgaron la escritura ante el escribano Francisco Manrique.
A lo largo del procedimiento a Felipe le citan como el mesonero y posadero de la calle de Villegas y no veían con buenos ojos que regentara los dos establecimientos pues “acaso redundaría en desventaja de los que se hospedan en ellos”. La Posada de El Mentidero pudiera ser sin duda alguna el edificio que ocupó en los años 20 el Hotel Florida al frente del cual estaba Ángel Pareja. Tenía 50 habitaciones bien amuebladas, cuartos de baño y habitaciones desde 8 pesetas con pensión. En el programa de fiestas de 1930 añadía, ”Café Bar, en el mismo edificio. Servicio de bodas y banquetes”.
Convinieron las dos familias en dejar unos enseres bajo ciertas condiciones, acto que era una especie de traspaso. Nombraron a dos tasadores de la paja, Esteban de Diego por Ibáñez y Francisco Zúñiga por Duce y “no se convinieron”. Volvieron a nombrar a otros dos, Tomás Magallón y Bernardo Gordo, que tampoco llegaron a ningún acuerdo.
Cuando Duce comenzaba a desocupar el Parador Nuevo, “teniendo cargados los carros”, recibió el aviso de demanda de Ibáñez. Según éste, había pagado dos onzas de oro por vía de señal “en seguridad del contrato”. Una vez iniciada la vía judicial, la sentencia no le fue favorable por haberse retractado.
El Alcalde Mayor, José Matías Cabrera, en su resolución, el 22 de diciembre de 1830, ordenó que Duce continuara en Parador Nuevo hasta la finalización del arrendamiento el día 1 de mayo de 1831. Cinco días más tarde, Felipe volvió a demandar otra vez a Duce para iniciar el desahucio. A la vista de todo ello Antonio Duce y Fernando Ibáñez, hermano político, como principales, Nicolás Manuel Rodrigálvarez y Francisco Zúñiga, en calidad de fiadores, solicitaron de la propiedad nueva escritura de arrendamiento por 3 años, desde el 1 de junio de 1831 hasta el fin de mayo de 1834 por 3864 reales anuales en las condiciones habituales. Como testigos aparecen Andrés Tello, Bruno Ruilópez y Julián Antón, vecinos de Sigüenza. Solicitud que fue aceptada por la propiedad.
En enero de 1831, Felipe Ibáñez demanda a las monjas ante el Provisor del Obispado y el 2 de marzo, comunica a las partes que se inhibe a favor de otras instancias y 14 días más tarde presenta otra demanda ante el Alcalde Mayor. Continúan las escaramuzas judiciales en las que las monjas quieren que se les reconozca la pobreza para afrontar el litigio. El 27 de mayo, el alcalde estima la pobreza y no se dicta auto definitivo hasta el 22 de diciembre, ratificando las razones de la primera sentencia.
Felipe Ibáñez no se conformó y apela ante el Presidente, Oidores de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, especie de Tribunal Supremo del Reino de Castilla, el 3 de junio de 1832. El Tribunal confirma, el 29 y 30 de octubre, las actuaciones del Alcalde Mayor seguntino, finalizando el complicado procedimiento.
En tiempos de la Desamortización, el Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara (04-03-1844) anuncia el remate de subasta de fincas:”Un Parador en Sigüenza”. El Diario de Madrid (25-03-1844) publica su descripción: “Se compone de piso bajo con 5 habitaciones incluso cocina, 2 cuadras con 170 pesebres, y el portal, capaz de poner a cubierto 3 o 4 galeras; el piso principal que consta de 13 habitaciones incluso otra cocina y el piso tercero lo componen los desvanes. Se halla en buen estado, de construcción moderna. Está tasado en 146058 reales y capitalizado en 85950 reales. Arriendo anual y no constan cargas”.