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La constelación del mes de febrero: Cáncer.

Salimos de un mes con dos lunas llenas y entramos en uno sin ninguna — meses de mucho, vísperas de nada. Ahora que está de moda ponerles nombre: la del 2 de enero fue superluna por hallarse a menos de 360 000 km de nosotros (la distancia Tierra-Luna varía entre 350 000 km en el perigeo y 410 000 km en el apogeo); a la del 31 de enero le llaman luna azul no por su color sino por ser la segunda en un mismo mes, cosa rara — la expresión once in a blue moon significa eso. Rareza por rareza, esto volverá a suceder en marzo.

Volviendo a los momentos de gozosa contemplación que nos propone el mirador celeste del polvorín de Sigüenza, nos fijamos este mes precisamente en la Hermana Luna, nuestra fiel compañera desde que se formó a partir de material de nuestra propia corteza y manto arrancado por algún objeto en colisión no frontal con una jovencísima Tierra. A pesar de que lleva mucho tiempo mirándonos fijamente, mostrando la misma cara, pocos conocen sus rasgos. ¿Qué novia aguantaría semejante desdén? Mirarla es conquistarla. Su pose pide que la retratemos en humilde carboncillo o con la moderna foto. Aprendamos siquiera los rasgos más marcados para contentarla y que no se marche — que ya lo hace a razón de casi 4 cm al año.

 Rasgos de la cara vista de la luna. Los números, entre corchetes en el
texto, se pueden usar a modo de pasatiempo.

El Mar de la Tranquilidad [3] está en el centro del grupo de cinco manchas que los niños suelen asociar con rasgos como ojos, nariz y boca y que a lo largo de la noche pasa de la zona superior a la derecha (ojo: algunos aparatos cambian la orientación de la imagen). Es allí donde alunizó el Eagle del Apollo 11 con Armstrong y Aldrin quienes, a cambio de unas muestras de roca, dejaron un espejo gracias al cual seguimos midiendo las cifras de los párrafos anteriores. En la Luna, donde no hay agua, se llama mares a cuencas bajas, llanas, rellenadas con roca basáltica oscura tras los impactos de meteoritos. El de la Tranquilidad está flanqueado por dos mares grandes (Serenidad [2] y Fecundidad [5]) y dos pequeños (Crisis [4] y Néctar [6]). Otros mares importantes son los de la Lluvia [1], el Arco Iris [7] y la Humedad [8].

Aún más espectacular es el avistamiento de cráteres (volcánicos o de impacto), tierras altas (zonas de color claro) y cordilleras. En el meridiano central destacan tres soberbios cráteres, de arriba abajo: Platón [11], Eratóstenes [12] y Tycho [10]; continuando la línea de los Apeninos [9] más allá de Eratóstenes tenemos Copérnico [14], Kepler [15] y Grimaldi [16], con Aristarco [13] al norte y Gassendi [17] y su preciosa perla, al sur. El mejor momento para observar un cráter es cuando está cerca del terminador que separa un día dado la zona iluminada de la oscura: el juego de luces y sombras recuerda a los tendidos de sol y de sombra de nuestros ruedos.

En cuanto a poder usar el cielo nocturno como calendario, el mirador nos cuenta que la constelación que se pone o la que sale al atardecer nos hablan del mes en que estamos. En febrero el Sol está en Capricornio. Por eso, cuando se pone por el Oeste, la constelación que sale por el Este es la opuesta, en este caso Cáncer, situada entre los gemelos y el león, ambas más reconocibles que el cangrejo. En el centro del cangrejo hay uno de los cúmulos estelares más bellos, el del Pesebre (bastan unos prismáticos), flanqueado por dos estrellas con nombre de asno (Asellus Borealis y Australis). La medianera del zodíaco (eclíptica) parte al cangrejo en dos mitades, con un asno a cada lado. Feliz reencuentro con la luna y suerte con el cangrejo y su pesebre.

Viñeta

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