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El Sars–Cov–2, conocido por Covid 19, debería hacernos reflexionar sobre nuestra forma de producción agroindustrial y nuestro deber de conservar la naturaleza. El Covid 19 es sólo una de las nuevas cepas patógenas que han aparecido o reaparecido súbitamente como amenazas para los seres humanos en lo que llevamos de este siglo y finales del pasado, estos brotes: Gripe aviar, Porcina, Ébola Makona, Fiebre Q, Virus de Zika, Virus Hendra, Virus Nipah, Sars, TB–XR, y muchos otros, son algo más que una cuestión debida a la mala suerte, la inmensa mayoría se pueden vincular a los cambios en la producción o el uso de la tierra en la agricultura y ganadería intensivas. Monocultivos, tanto de plantas como de animales, que llevan a la deforestación, con el consiguiente acercamiento de las poblaciones silvestres a los entornos humanos, y a un desarrollo que incrementa la propagación de patógenos de la fauna silvestre hacia los animales destinados a la alimentación humana y a los trabajadores que los cuidan. Una vez que han entrado los patógenos en la cadena alimentaria su letalidad aumenta a causa de la recombinación genética y cambios en los antígenos por reducción de la respuesta inmunitaria de los huéspedes. Estas cepas son exportadas de una parte del mundo a otra a una velocidad enorme. Las granjas de animales denominadas “agroindustria vertical”, donde se crían, por ejemplo, miles de cerdos, en contacto continuo unos con otros, o de aves, en un hacinamiento brutal, apretujadas unas contra otras,  forman un hábitat perfecto para que se desarrollen y evolucionen multitud de cepas virulentas de virus y otros patógenos. No es buena idea amontonar bajo el mismo techo a miles de animales endogámicos, donde las posibilidades de tener una descendencia afectada por rasgos recesivos o deterioros genéticos se incrementa.

La agroindustria vertical ha sido una apuesta fallida, las poblaciones de animales domésticos que se han criado de forma natural durante siglos no han desarrollado la cantidad de nuevos gérmenes patógenos que tenemos en la actualidad, basta leer las informaciones científicas publicadas sobre el origen de muchos de estos patógenos y pandemias para estar de acuerdo con la afirmación de Rob Wallace, Biólogo Evolutivo y Filogeógrafo de Salud Pública:
“La producción de alimentos altamente industrializada depende de prácticas que ponen en riesgo a toda la humanidad y contribuyen a desencadenar una nueva pandemia mortal”.  

Se expone a las aves a sistemas de iluminación contraestacional  para que pongan huevos fuera de la estación natural a la que lo hacen en estado libre, la mayoría de los piensos para aves de corral con destino comercial se mezclan de forma deliberada con arsénico para que la carne de las aves se mantenga rosada durante más tiempo y, al ganado porcino estadounidense, desde que nace, por ejemplo, se le inyectan toneladas de antibióticos exclusivamente para acelerar su crecimiento hasta la fase final, creándose cepas resistentes a los antibióticos que posteriormente pasan al ser humano. Los patógenos, es cierto, llevan mucho tiempo propagándose a las poblaciones humanas, pero no tantos y con tanta virulencia como en la época actual. El virus de Nipah se propagó desde los murciélagos frugívoros silvestres a los cerdos domésticos en Malasia, la elevadísima densidad de cerdos existentes en estas macrogranjas facilitó el asentamiento de la transmisión de cerdo a cerdo y, al poco tiempo, se propagó del cerdo al hombre, los virus tienen en estas granjas su caldo de cultivo para mutar hacia formas más letales, mediante la recombinación genética entre ellos.

Hay que transferir gran parte de la producción a explotaciones más pequeñas y propietarios locales, estos monocultivos genéticos de animales domésticos deben dar paso a las variedades y subespecies tradicionales, que servirán como cortafuegos inmunitarios y, de paso, además de alimentarnos mejor y con menos riesgo de que surjan pandemias, revitalizamos está España rural, hoy vacía, la España donde más calidad de vida hay, y  habrá alimentos suficientes para 10.000 millones de personas sin arrasar el planeta, como ha revelado el estudio del World Resources Institute.

Algunas voces hablan de acabar con los murciélagos, los mosquitos y otros animales, así, dicen, evitamos la transmisión de enfermedades, a mí esto me recuerda a Mao Zedong y su Gran Salto Adelante, eliminó a los gorriones porque se comían el grano dentro de la campaña de las cuatro plagas, resultado: la muerte de millones de ciudadanos chinos. Imaginemos una gran farmacia llena de estanterías repletas de tarros que contienen los preparados para curar y aliviar nuestras enfermedades, debemos saber que cada vez que una especie animal o vegetal se extingue es como si una estantería de esa gran farmacia se quedara vacía, y si seguimos destruyendo la naturaleza llegará el día que al entrar en esa gran farmacia veamos todos los tarros vacíos, entonces el ser humano habrá pasado a la historia, no tendremos donde buscar el medicamento que nos cure.

Una amenaza para la medicina es la resistencia a los antibióticos, tanto en humanos como en los animales de estas macrogrnajas, pronto necesitaremos buscar otros nuevos, ¿dónde los encontramos? el doctor Ross Piper, zoólogo y entomólogo, sostiene que la mejor apuesta puede estar bajo nuestros pies, en el pequeñísimo y a la vez grandísimo mundo de los insectos, además de la fauna, plancton marino y toda vida animal y vegetal del planeta. Piper pone como ejemplo la hormona que trata la diabetes mellitus tipo 2, originalmente este medicamento se obtuvo de los monstruos de Gila (Heloderma suspectum), ¿cabe imaginar que la saliva ensangrentada de un lagarto venenoso iba a servir para curar la diabetes tipo 2? El cerebro de las cucarachas podría albergar nuevos antibióticos, según los estudios de la Universidad de Nottingham en Leicester, la saliva del murciélago vampiro (Desmodus rotundus) puede ser empleada en pacientes que han sufrido un ictus porque impide la coagulación de la sangre, el arsenal farmacéutico que se oculta en el organismo de muchos animales es inmenso, desde las hormigas, como la hormiga de la madera (Formica paralugubris) que no sólo produce sustancias antimicrobianas, sino que mezcla componentes diferentes para potenciar sus propiedades medicinales,  o el demonio de Tasmania (Sarcophilus harrisii), cuya leche posee un gran potencial antibacteriano y podría acabar con las superbacterias que resisten a los antibióticos. Estos días hemos visto en la prensa el problema con los visones en Dinamarca, donde una nueva cepa de SARS – CoV – 2 ha mutado haciéndose más letal, se sacrificarán 17 millones de visones, como mínimo, que se crían en mil granjas, una media de 17.000 visones por granja, ¡qué barbaridad!, gripe aviar en Rusia, Alemania, Francia, Reino Unido, peste porcina en Alemania, noticias todas de este otoño, de todo ello los únicos culpables  somos nosotros, no los animales,  y en nuestras manos está evitarlo, todas las plantas y animales que han existido y existen tienen algo que darnos para nuestra supervivencia, para que nuestra vida en este planeta sea mucho mejor, pero, si nos empeñamos en la cría, engorde antinatural y hacinamiento de animales de granja, en lugar de mantener la biodiversidad en cultivos y ganados y su explotación racional, potenciando la reforestación, nuestro futuro, si es que lo tenemos, será muy triste.

Antonio Nicolás Ochaíta
Ingeniero Agrónomo