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Cuando un armao escucha ¡A brazo!, y a continuación ¡Al hombro!, sabe que él depende de sus hermanos y estos de él. Nadie decae. Todos juntos a la misma voz. A partir de ahí comenzará la procesión llevando dos pasos, uno al hombro, otro de armao. Con sus parejas cargará hasta el final de la procesión. El esfuerzo no será en vano, llevan a cuestas a Cristo y a su Madre. Pero junto a esta imagen secular de Sigüenza hay otra que sólo se aprecia desde dentro, no en vano estos hermanos de carga de la Santa Vera Cruz y del Santo Sepulcro, junto con los de vela, forman una hermandad, en la que no hay edades y en la que todos participan con un mismo espíritu.

Hace años se criticaba a la juventud, sin ningún tipo de matices, pero quien esto escribe recuerda cómo los armaos jóvenes, unos más y algunos ya talludos, compartían en la colación del Viernes Santo ese espíritu que les une, en el que el notable esfuerzo que habían realizado ese día, el cansancio e incluso el dolor, dejaban paso a un sentimiento difícil de describir, en el cual todo lo anterior se convertía en su propia recompensa individual al tiempo que colectiva y compartida.

Puede pensarse que se trata de un simple compañerismo. Quien así piense no conoce a los armaos. Portar los pasos al hombro y a paso de armao exige un esfuerzo que no es simplemente físico. Has de contar con quienes van en los otros banzos. Puede sorprender que cuando uno de ellos dice «voy cargando», lo único que manifiesta es que, por los perfiles de las calles seguntinas, ha aguantado en ese trecho más peso del que ya venía soportando. De inmediato, aquellos con quienes hace pareja se repartirán ese sobresfuerzo, porque, como he dicho, ninguno decae y todos son uno.

Es manifiesto el gran número de armaos jóvenes que existe en la actualidad. Algunos de ellos lo han sido apenas superados los dieciséis o diecisiete años. Compartirán esa vivencia que desde hace siglos otros seguntinos consiguieron transmitir a quienes les hemos sucedido. Estos armaos jóvenes de hoy tienen añadida la carga de conservar nuestro patrimonio artístico, arquitectónico y, sobre todo, inmaterial para comunicarla a quienes vayan entrando con los mismos años que ellos lo han hecho. Estoy seguro de que ese espíritu de hermandad que ya han adquirido e irán consolidando con los años es una vivencia que los acompañará el resto de su vida, aunque no sepan describirlo cuando se les pregunte por él. Son, para los más veteranos, un ejemplo que nos anima a continuar.

Un espíritu que en los últimos años ha calado entre una parte de las jóvenes seguntinas. Unas lo han vivido en casa desde pequeñas viendo cómo sus abuelos, padres o hermanos se ponían el coleto, se ataban el peto y el espaldar y, con su ayuda, terminaban de hacer la lazada a la faja roja. En otras, la hondura del sentimiento que supone pertenecer a la Cofradía de la Vera Cruz y del Santo Sepulcro las animaba a participar más allá de llevar la túnica y el capuchón. Las hermanas de carga han hecho suya esa fraternidad que las acompañara en el futuro. Sin ellas, ya es difícil apreciar el valor renovado que tiene la Semana Santa seguntina. A pesar de su juventud, fueron capaces de convertir pronto en realidad su deseo de participar más activamente en las procesiones. Ellas, con su esfuerzo, se han convertido, aunque ahora no lo perciban, en espejo de lo que representa una hermandad, en la que el peso compartido que se soporta es algo accesorio, pues lo transcendente es a quién se porta.

No puedo olvidarme de ese grupo, mayoritariamente de mujeres y jóvenes que, con su túnica, capuchón y el rostro oculto, permiten el buen discurrir de las procesiones.

Tengo que presumir, también, de esa cuadrilla de pequeños que con sus tambores, acompañados por mayores con otros instrumentos y bien dirigidos, nos guían, realzando las procesiones y facilitando que no perdamos el paso.

En fin, orgulloso de ser armao.

 Pedro Ortego Gil

 

 

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