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La primera vez que estuve en Armenia fue solo para cambiar de avión en el aeropuerto de Yereván. Tenía bastantes horas de espera, incluida toda una noche. Una molestia. Pero como había conocido ya antes a algunos armenios, que coincidió que eran todos buena gente, tenía cierta curiosidad por su país y bastante confianza.

Gracias a esta confianza cedí a un chico que insistía en que, en vez de matar el tiempo en el aeropuerto, podía hacer con él una excursión en coche por la ciudad. Le di la razón, y fue todo una decepción. Dimos una vuelta pero en la oscuridad no se distinguía nada salvo un rótulo gigantesco encima de la fábrica de coñac “Ararat” y, al otro extremo de la ciudad, una así llamada “Cascada”, que son fuentes que suben monte arriba flanqueadas por grandes escaleras. A estas horas los surtidores estaban cerrados. Enseguida me di cuenta de que el chico era simplemente taxista y nada de guía. Poco me pudo contar, y nuestra conversación giró alrededor de “cómo se vive por aquí” (hablamos en ruso). Fue mi impuesto de novata. 

En un parque en la parte alta de la ciudad me dijo que de día desde allí se veía el monte Ararat... Por la mañana (todavía me quedaban horas de espera) cogí el primer autobús de línea que iba desde el aeropuerto al centro para encontrar aquel lugar y ver el Ararat. ¿Cómo podía estar en Armenia y no verlo? Pero había un poco de niebla y el Ararat no se veía. Es un monte fantasma: una vez lo puedes contemplar con todo su esplendor, otra vez estás en el mismo sitio pero el monte es como si no existiera, un horizonte vacío... 

Luego volví a Armenia más veces. Me gustó, me enganchó. 

Hace poco estuve en Khor Virap, un monasterio en el valle de Ararat, donde se supone que se encuentra la mejor vista del famoso monte, la que sale en todos los folletos y postales. Pues, no apareció.

El monte Ararat visto desde un avión.

Lo curioso es que este monte, la seña de identidad de Armenia, se encuentra en territorio turco. 

De la misma manera hay otras cosas aparentemente contradictorias en Armenia. 

Un país pequeño, y un pueblo grande, expandido por todo el mundo. No sé qué relación tienen con este país ex soviético los armenios de Siria, Líbano, Estados Unidos, Francia, etc. No parece que la pequeña Armenia caucásica (he leído en algún lugar que es una novena parte de la Gran Armenia de antaño) les atraiga tal y como, por ejemplo, Israel atrae a los judíos que emigran a su patria histórica desde todo el mundo. Pero sí que los mecenas extranjeros, armenios étnicos, han financiado generosamente la restauración de monumentos históricos en Armenia. Aquí los terremotos se ocupan periódicamente de destruir lo construido. 

También noto en Yereván una contradicción entre la elegancia y la cutrez. ¿Qué llamo la cutrez? Que al llegar al aeropuerto te asedian los taxistas (la última vez que estuve allí ya desapareció este fenómeno, probablemente porque apareció el fenómeno de un autobús nocturno al centro; no sé por qué todos los aviones llegan a Yereván de noche, o por lo menos los que uso yo). Que hay perros callejeros: se llevan bien con las personas y corren con un ladrido escandaloso detrás de los coches. Que hay smog y olor a gasolina. Que se puede ir en un autobús sacando el codo por la ventana abierta (me encanta), sin aire acondicionado. Que la parte más antigua de Yereván, el barrio Kond, es una colina cubierta por chabolas. Que las pequeñas casas particulares casi todas tienen tejado de uralita o hojalata. No me explico por qué no fabrican allí tejas como en España. 

Una de las múltiples subidas al barrio Kond.

Por otro lado, se percibe la elegancia en Yereván. Los grandes edificios construidos de toba, piedra porosa de color rosáseo, a menudo con elementos ornamentales tallados. De hecho, el tallado de piedra es una especialidad de los armenios, pueden hacer finísimos encajes en piedra. Las calles son alegres y animadas. La gente va vestida con buen criterio. La calle principal lleva el nombre de Mesrop Mashtots, que no era ni político ni conquistador sino creador del alfabeto armenio (principios del siglo V d. C.). Atraviesa todo el centro de la ciudad y da a Matenadaran («Almacén de manuscritos” en armenio), el museo e instituto de investigación de manuscritos antiguos, un lugar muy interesante. Los armenios tienen un verdadero culto a su alfabeto. Yo al final me sentí totalmente obsesionada con las letras armenias intentando a cada paso descifrar cualquier inscripción. Conozco a algún armenio de la segunda generación de residentes en Sigüenza que habla pero no escribe en armenio, ¡qué fallo!

Museo y centro de investigación de manuscritos antiguos MATENADARAN.

Otro hecho fundamental para el imaginario colectivo de los armenios es que Armenia sea el primer estado en el mundo que aceptó oficialmente el cristianismo (en el año 301). La Iglesia armenia es hermana de las Iglesias copta, etíope y otras iglesias ortodoxas orientales. En el monasterio Khor Virap (“mazmorra profunda” en armenio), ya mencionado, el visitante puede bajar en un profundo hueco en la roca donde pasó 13 años de su vida san Gregorio el Iluminador, el promotor de la cristianización oficial de Armenia. Puede que sea verdad y que se pueda sobrevivir en un hoyo claustrofóbico durante 13 años. Y si no enloqueces, adquieres una fuerza psíquica que te levanta a un liderazgo incondicional. Bajamos a este hoyo por una escalera muy empinada y lo que me gustó fue que no hubiera ningún rótulo con advertencias de precaución ni empleados celosos. Es decir, no había ambiente museístico. Era todo de verdad. Lo mismo que en otro monasterio en montañas, Noravank (“monasterio nuevo” en armenio), donde, según la guía, desde las escaleras de una iglesia caían cinco turistas al año como promedio y por eso hace poco cerraron el acceso a la segunda planta. 

La escalera pegada a la fachada de la Iglesia de Santa Madre de Dios en el monasterio Noravank.

Desde Khor Virap se veía la frontera con Turquía: la valla y unas torres de vigilancia, e incluso unas aldeas turcas, con mezquitas, en la lejanía. Pero no puedes llegar allí, la frontera está cerrada. Para ir a Turquía tienes que coger un avión. En cambio, la frontera entre Armenia e Irán está abierta, y a Yereván vienen muchos iraníes, lo hacen por razones muy distintas, yo personalmente conocí a un chico que estudiaba Medicina en Yereván. Los armenios, según me han dicho, no tienen especial interés por visitar Irán… En Yereván hay una mezquita, la única que queda, aunque en la turbulenta historia de esta tierra hubo tiempos en los que dominaba la población musulmana y, naturalmente, había más mezquitas. Esta mezquita del siglo XVIII, al terminar la época soviética, fue reconstruida con dinero iraní y es ahora también el centro cultural iraní. Después de todos los ajustes de cuentas apenas deben quedar en Yereván musulmanes autóctonos.

Puntos en común con la cultura persa debe haber. Por ejemplo, en el mercadillo de artesanía de Yereván ves pilas y pilas de tablas y figuritas de ajedrez talladas en madera. Otra cosa que venden allí en abundancia son cazos de latón o de cobre con asa larga para hacer café. En algunos lugares estos cazos los llaman “turcas” pero en Armenia evidentemente no. Aprecian el buen café. La cocina armenia es muy rica pero no puedo decir mucho de ella porque enseguida probé unas tortitas rellenas de especies como cilantro, estragón etc. y ya solo pensaba en comerme esas tortitas y nada más. 

La aversión de los armenios hacia los turcos tiene raíces en la historia, especialmente en la matanza de armenios por parte de los turcos en 1915. A sus vecinos los azeríes les consideran como una especie de turcos también. Hace un año los armenios perdieron una parte del territorio que consideran suyo: el Alto Karabaj. De las conversaciones tengo la impresión de que no han encajado esta pérdida. Mi argumento (cogido de los periódicos) de que no vale la pena machacar a una generación más en combates incesantes, no les convence. Creen que deben seguir resistiendo. Pero bueno, me figuro que hay opiniones diferentes, tampoco hice una investigación sociológica…

En los muros pintan retratos de los soldados caídos.

Desde luego, todas personas son diferentes, pero creo que el rico fondo cultural e histórico de este pequeño país influye en cada uno de sus habitantes. Son amigables, es lo primero que noto. La primera mañana en Yereván, me subo al autobús que va desde el aeropuerto al centro. Por el camino la pregunto a mi vecina dónde es mejor salir para ver la ciudad. La vecina, una anciana elegante como todas las armenias, baja conmigo aunque, en principio, iba a otra parada, y me acompaña. En una esquina llama mi atención a un sitio donde hacen a la vista de los transeúntes tortas de queso tradicionales. Me pregunta si tengo dram (dinero armenio). Como el cambio del aeropuerto siempre es el peor, había cambiado muy poco dinero. Compra una torta y me la obsequia. Y así todo.

 

 

Viñeta

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