El alemán Joseph Goebbels, ministro de Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, formalizó los llamados “principios de la propaganda”, una especie de manual de instrucciones para lograr instaurar el miedo y el odio en una población, con el fin de manejarla a voluntad. Realmente no inventó nada, porque todas estas ideas se vienen utilizando desde mucho antes, pero sí que las formalizó y, desgraciadamente, allanó y simplificó el camino que muchos otros movimientos e ideologías recorren hoy en día, con el fin de soliviantar a las masas y hacerse con el poder, o al menos con cierto poder.
Estos principios son un claro ejemplo de cómo el lenguaje, la oratoria y la comunicación pueden tener un efecto muy real y dramático sobre la vida de las personas. Demuestran que quien no maneje bien el uso del lenguaje y desconozca sus “trucos” está condenado a dejarse embaucar y arrastrar por quienes sí lo hacen.
Después de lo que vamos a exponer en las siguientes líneas (son solo unos pocos de estos principios, los más ilustrativos), les pido que reflexionen y piensen en cuántos grupos/ideologías/movimientos conocen que utilizan estas tácticas del culpable único, el victimismo y el virtuoso oprimido, que ignoran la complejidad del mundo y de la vida con tal de hacer creer que los problemas son responsabilidad de otros y tienen fácil solución.
1: Principio de simplificación
El mensaje ha de ser simple. Se basa en la identificación de un enemigo único al que se achacan todos los males sociales, y cuya erradicación, expulsión o dominación traerá consigo la felicidad y la armonía generales. Nosotros nos quitamos toda responsabilidad de los hombros: en última instancia, la culpa siempre es de ELLOS.
También debe simplificarse la caracterización de nuestro propio grupo: somos gente virtuosa, de altas miras y de noble carácter; seríamos capaces de tocar el cielo... si ELLOS no nos lo impidieran.
2: Principio de orquestación
Las noticias que llegan a la población han de estar controladas, y debemos asegurarnos de que se conozcan solamente las que concuerden con nuestro mensaje, o al menos darles una relevancia infinitamente mayor. Los medios nos dirán qué debe preocuparnos y qué no, qué datos conocemos y cuáles permanecen ignorados.
3: Principio de vulgarización
Nuestro mensaje puede ser entendido por cualquiera, sin necesidad de reflexión, análisis o pensamiento: idiotizaremos a la población. Un mensaje sencillo: el grupo X nos roba, nos mata, nos oprime.
4: Principio de exageración
Es necesario exagerar y distorsionar los problemas existentes en la sociedad, buscando sembrar el miedo entre la población. Los mensajes de alarma deben ser continuos: estamos en peligro, hay una gran inseguridad, cualquiera puede ser el siguiente, es imposible progresar. Cuando nuestro público esté asustado y abatido ante la negra imagen que le hemos planteado sobre su vida y su futuro, ya estará listo para que le “presentemos” al enemigo único. Es decir, que si queremos borrar del mapa a un grupo, basta con aterrorizar a la gente y, acto seguido, decir que la culpa de todo la tiene ese grupo.
5: Principio de silenciamiento
Los datos o los individuos discordantes con nuestro mensaje deben hacer el mínimo ruido posible. Para que no alcancen a la población, es necesario difamarlos, ridiculizarlos y cortarles sus medios de comunicación y sus recursos.
6: Principio de renovación
Debemos saturar de información al receptor. No podemos darle tiempo para que reflexione ni analice detenidamente una noticia o un dato concreto, ni para que piense en otras posibles interpretaciones de los mismos. Nuestro mensaje unitario ha de llegarle una y otra vez, en forma de pequeñas píldoras de información que le confirmen constantemente lo que ya le hemos dicho.
7: Principio de transfusión
Nuestro sistema de propaganda se verá fortalecido si conseguimos que parezca que tiene un fuerte arraigo histórico. Si les hacemos creer que nuestro problema lo arrastramos desde hace siglos, y que el momento que vivimos es en el que se decidirá este conflicto centenario, infundiremos una resolución férrea en la gente, que justificará cualquier cosa. Para ello se pueden utilizar datos sesgados, medias verdades o incluso mentiras descaradas, porque a estas alturas el receptor solo quiere que le sigan confirmando lo que ya sabe, lo que poco a poco va formando parte de su identidad. Llegados a ese punto, no será necesario esforzarse en que nuestra propaganda pase por creíble, porque el objetivo de la misma ya está convencido, de hecho la anhela.