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Nació en Horna. En la ficha del campo de concentración de Buchenwald, entre las palabras alemanas salta a la vista algo familiar: el nombre de la calle, “del Olmo”. Allí vivió Justo García Fernández. Fue uno de los once hermanos, el penúltimo. Cuando empezó la guerra civil tenía 20 años. Se dedicaba a las tareas del campo, no era afiliado a ningún partido, pero su familia tendía a la ideología de izquierda y dos de sus hermanos lucharon en el bando republicano. Así que todos estaban bajo sospecha.

Justo García Fernández.

“Tuvieron registros, a otro hermano mayor lo tuvieron durante un tiempo en un campo de concentración aquí en España, en Soria, como muchos de Sigüenza que estuvieron en ese campo al caer la catedral de Sigüenza en la Guerra Civil. En la catedral también estuvo una de mis tías pero consiguió escapar... Luego lo devolvieron pero quedó enfermo para toda la vida porque le hicieron tres o cuatro simulacros de fusilamiento y le afectó mucho a la salud, por el miedo, por el estrés. Le devolvieron vivo pero la casa la registraron, movieron las piedras de cuadra por si tenía escondidos a los hermanos…”, cuenta Paloma García Atance, la hija de uno de los once hermanos. Hablamos con ella en un bar de Sigüenza. Paloma estudió Historia y ahora trabaja como profesora de instituto en Tudela. Nos dice que es un intento de reconstruir la vida de Justo, cuyo destino se había ignorado a lo largo de decenios.

Por todo el ambiente amenazador, el joven campesino huyó del pueblo. A partir de este momento nada se supo de él con exactitud. Solo había rumores, informaciones parciales y, más que nada, silencios.

Lo que se sabía era que, después de la derrota de la República, Justo se encontró en Francia, desde donde llegaron a los hermanos algunas cartas suyas. Vivió en Burdeos y al parecer trabajó en una fábrica. En la familia se guardaba una carta de la dueña de la pensión de Burdeos que comunicaba a los parientes de su inquilino que le habían arrestado los gendarmes y preguntaba que tenía que hacer con su ropa y bicicleta. Paloma piensa que probablemente Justo tuviera alguna relación con la Resistencia francesa. Se acuerda de que alguien mencionó que, cuando le arrestaron, llevaba una maleta con material propagandístico (pero no es seguro). Se supo que después del arresto le enviaron en un tren al campo de concentración de Buchenwald.

“En este tren es donde perdió su huella la familia. Desde este tren se consideraba como desaparecido en España”, dice Paloma.

Ficha de Justo García en el campo de concentración Buchenwald. A los presos políticos españoles se les identificaba con un triángulo rojo invertido con la letra "S".

¿Cómo empezó la investigación? Empezó al escribir a una asociación de memoria histórica de Perpiñan preguntado por Justo García Fernández nacido en Horna, Guadalajara. En dos días recibieron copias de las fichas del campo de concentración de Buchenwald relativas a Justo. En el infierno también existía su macabra burocracia. “En Buchenwald es donde los archivos están mejor conservados, sobre todo porque en las oficinas había presos políticos españoles que recopilaban todo”, comenta Paloma.

Paloma precisa que ahora la base de datos de los españoles deportados a los campos nazi se puede consultar en una web de la Generalitat catalana. Añade: “Yo he leído que a Franco le mandaron estas listas pero no se las dieron a conocer a las familias porque no le convenía”.

Al final, este tramo de la historia de Justo fue reconstruido: de la pensión directamente o pasando por alguna cárcel le llevaron al conocido campo de tránsito de Compiègne, al norte de Paris. Allí estuvo al menos un año y medio. Desde allí llegó a Buchenwald el 19 de enero de 1944, lo que quiere decir que viajó en el convoy que salió de Compiègne el 17 de enero con 1.943 deportados (253 de ellos españoles). La mayoría de los deportados eran personas detenidas por participar en Resistencia. Según testimonios, que ahora fácilmente se puede encontrar en internet, fue un convoy muy accidentado porque hubo varios intentos de fuga y por lo visto diez personas consiguieron escapar, mientras muchos fugitivos fueron ametrallados. En otro convoy parecido, que partió de Compiégne a Buchenwald diez días más tarde, el 27 de enero, iba Jorge Semprún que luego lo describiría en su novela “El largo viaje”.

Justo sobrevivió al agónico viaje. En el campo estuvo en las oficinas, era contable, porque allí los presos políticos también estaban en oficinas. Murió en febrero de 1945, no llegando por poco al día de liberación del campo. Cuando a mediados de abril los norteamericanos entraron en Buchenwald, se encontraron con que los prisioneros se habían amotinado y habían conseguido neutralizar a los nazis.

“No sabemos de qué se murió aunque pensamos bastante mal, allí experimentaron con la vacuna de tifus y cosas así. A lo mejor un día podemos saberlo”, dice Paloma. Para ella, la investigación solo ha comenzado. Espera saber dónde estuvo Justo después de huir de Horna y antes de exiliarse en Francia, y si, en efecto, participó en la Resistencia Francesa.

Paloma García Atance

“Yo querría ver la documentación, si existe, porque muchas veces la documentación se destruye en un momento dado, especialmente las listas de nombres. En cualquier caso, en Francia hay asociaciones de antiguos resistentes. Archivos mejor conservados y con más datos. He encontrado a otra persona natural de Horna que murió en 1941. Pregunté por los apellidos, pero no lo conoce nadie. Y también se encontró otro Justo García pero con segundo apellido diferente, que era de Tamajón y también murió en Buchenwald”, cuenta Paloma.

Comenta que, desde su experiencia, puede echar una mano a todo aquel que quiera investigar sobre alguna persona desaparecida.

Horna.

El 12 de julio en Sigüenza se reunieron en el cementerio de Horna los familiares de Justo Garcia, unas treinta personas (salvo él, todos sus hermanos y hermanas han tenido hijos y nietos), para rendirle un homenaje y poner una placa conmemorativa en la sepultura de sus padres.

“Mis padres y abuelos no podían vivir el duelo, toda la vida esperando”, cuenta Paloma. “En la transición cuando empezaron a venir los primeros españoles del extranjero, mi padre salía prácticamente todos los días al aeropuerto. Mi madre empezó a preocuparse, decía: tu padre va a perder la cabeza. Me acuerdo de eso. Él tenía la esperanza de que su hermano de algún modo se hubiera marchado a otro sitio”.

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